martes, 16 de enero de 2018

¿Hacia dónde?

José Blanco
Eamonn Butler ha escrito libros sobre Hayek, Friedman y Ludwig von Mises, padres del pensamiento neoliberal, y fundadores, en 1947, de la Mont Pèlerin Society.
Butler también escribió A short history of the Mont Pèlerin Society, basada, según sus palabras, en la historia que escribió Max Hartwell sobre esa sociedad, cuyos miembros han sido el gran think tank del neoliberalismo que ha ahogado a la humanidad desde los años 70 y 80 del siglo pasado.
En el capítulo de su historia, La batalla de las ideas, Butler escribe: “La Sociedad [Mont Pèlerin] surgió como respuesta a la ruina social, política, intelectual y moral, que se había apoderado de Europa antes y durante la Segunda Guerra Mundial. [La sociedad] apuntó a mantener la luz, la lla­ma intelectual del liberalismo (la pa­labra se usa en el sentido europeo) en los oscuros días de la posguerra y criticar las nociones intervencionistas centralizadoras que entonces prevaleció. Los miembros originales, escribe Hartwell, ‘compartieron un común sentido de la crisis, una convicción de que la libertad estaba siendo amenazada y que algo debería hacerse al respecto’”.
¿Contra quiénes, o contra qué realidades batallaban los nuevos liberales? Insistamos: el liberalismo clásico surgió para derrotar el ancien régime monárquico que privaba en toda Europa hasta el siglo XVIII, aunque tendría un papel distinto en Estados Unidos y en América Latina en los movimientos anticoloniales.
El liberalismo clásico, como conjunto de ideas para organizar el nuevo régimen se extendió y fue hegemónico durante más de dos siglos después de la Revolución Francesa, pero a finales del siglo XIX surgió la tendencia del social liberalismo en Gran Bretaña, que hacía hincapié en un mayor papel del Estado a fin de variar las condiciones sociales devastadoras de la operación del mercado libre que defendía el liberalismo clásico. Con todo, el cambio mayor que minó la hegemonía del liberalismo fue el surgimiento de la URSS.
Contra el liberalismo, pero también contra el socialismo soviético, surgieron nazis y fascistas. El ejército soviético habría de salir victorioso de la Segunda Guerra Mundial desatada por la Alemania nazi.
La influencia internacional de la URSS antes, pero sobre todo después de la Segunda Guerra, fue amplísima entre las clases explotadas y los desposeídos de múltiples áreas del planeta.
Frente a esa influencia, la alianza atlántica (Europa y Estados Unidos), construyó gradualmente desde la primera posguerra, pero intensamente después de la segunda, con una potente participación popular de por medio, un escudo protector que fue el Estado de bienestar, los derechos sociales y el consenso keynesiano. Sin apelación posible, la institucionalización de esa triple tendencia incluía posicionarse también en contra de los fundamentos del liberalismo clásico.
El consenso keynesiano, sin embargo, llevaba consigo un núcleo bacteriano altamente pernicioso que operaba contra las bases de los Estados de bienestar: los acuerdos de Bretton Woods. La implosión final del sistema financiero y monetario internacional catapultó al pensamiento neoliberal a inicios de los años 70 del pasado siglo, que inició con una reforma financiera estafadora y expoliadora. Así saltó a la palestra política el neoliberalismo en una lucha que se propuso pulverizar para siempre tanto al socialismo soviético, como al Estado de bienestar; y se derrumbaron en tal medida que tan temprano como 1992, Fukuyama decretó sonoramente el fin de la historia.
El neoliberalismo afirma que nada hay comparable a la máxima libertad de mercado y a la mínima intervención del Estado. El papel del gobierno debe limitarse a crear y defender los mercados, y proteger la propiedad privada. Todas las funciones son mejor desempeñadas por la empresa privada, que es impulsada por el afán de lucro para vender hasta los servicios esenciales. Liberada la empresa, se toman decisiones racionales y se libera a los ciudadanos de la mano opresiva del Estado. Nada de caricatura hay en lo dicho. En una gran cantidad de países, además, fue copiado el modelo estadunidense de un binomio político neoliberal turnista.
Pero con la conformación, ahora del 0.1%, con la ruina del planeta, con el hambre de tantos millones, con las guerras abusivas, la cuenta regresiva del neoliberalismo inició, aunque no sepamos cuándo termina. Ya le han nacido dos contrincantes, adversarios entre ellos: el populismo reaccionario de los Trump, Macron, Macri, y los movimientos nacional populares o populismos reales, entre otros, los que han hecho su primera experiencia de gobierno en América Latina, que han sido golpeados sin medida, pero regresarán, ya se advierte.
En Alemania han vuelto a formar gobierno los democristianos (CDU) de Merkel y los socialdemócratas (SPD); éstos, cada vez más debilitados: con menos votos propios y con más votos de la ultraderecha en el Bundestag, lo que ha celebrado Macron feliz y satisfecho. El SPD no logró incluir en el programa de gobierno ni el seguro médico ciudadano, ni la elevación de impuestos a los más ricos, que ­proponía.
El neoliberalismo global está en crisis, y el inevitable nacionalismo del capital, a la Trump, coadyuva a la escalada de China –con otros países asiáticos–, hacia el lugar dominante en la economía mundial. En tanto, Rusia, al tiempo que da un giro más a la derecha, deviene protagonista cada vez más descollante en la escena internacional, más allá de Siria.
En ese escenario incierto y abrumadoramente riesgoso, ¿no deben los mexicanos votar contra el binomio neoliberal del panpriísmo? Morena representa no la certeza de un óptimo escape ­de ese escenario, pero sí la posibilidad de buscar mejor destino.