José Blanco
D
e una manera incontenible y exasperada Bertolt Brecht (1898- 1956) expresó: El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política. No sabe el muy imbécil que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de los bandidos que es el político corrupto y el lacayo de las empresas nacionales y multinacionales. Difícilmente puede decirse algo tan llano, tan contundente y tan preciso. Por terrible desgracia, hemos estado viviendo durante lustros en un océano de analfabetos políticos, pero, probablemente en la última década, el estado aturdido y atónito de sociedades desconfiadas del todo y paralizadas por la complejidad global parece empezar a desentumecerse.
La rabia crece en múltiples espacios del planeta. Pero ello se agrega a la violencia de guerra que asuela en la actualidad a 22 países del mundo subdesarrollado, en los que predominan conflictos interétnicos o de intereses internos, siempre originados en la intervención de los países dominantes que en muchos casos inventaron estados-nación absurdos, que no pueden hallar un estatus de entendimiento interno. En algunos están presentes directamente los intereses de las potencias dominantes. Myanmar (antes Birmania) está en conflicto interno desde 1948; ¿puede haber un drama más grotesco? Ningún caso se explica sin la intervención, en algún momento del pasado, de la mano interesada de los países dominantes. Este mundo no puede más con la estructura de poderes actual y las cosas deben cambiar pronto, aunque hoy no veamos más que brumas del futuro.
La violencia es tan extrema y los conflictos tan complejos que México no califica para ser incluida en esa lista de 22 países en conflicto, que hace Unicef.
El miedo ha dominado el mundo ya por muchos lustros. Las mil formas en que los países militarmente desarrollados parecen prepararse para una guerra que, si se diera, sería la última, explica el pánico del resto del orbe que, no obstante, se mantiene contenido. Crecientes grupos sociales de países que no están en guerra formal buscan escapar de un contexto insoportable y crear formas de vida social parecidas a lo que alguna vez fue imaginado como un mundo humano.
Peor aún que las guerras y la violencia presente casi en todas partes, es la estructura férrea de poder planetario que mantiene en la cima al uno por ciento que tiene en sus manos las riendas de todo, y frente al cual todos los poderes formales inclinan la cerviz. Si las sociedades del mundo no se sacuden ese poder aparentemente inexpugnable, seguirán navegando en la exigüidad y el sufrimiento dantesco.
La forma en que pueden las sociedades del mundo quitarse de encima al uno por ciento y sus ejércitos de lacayos es un rompecabezas endiablado. Pero crecientemente es claro que su objetivo inmediato se halla en su propio estado nacional.
La versión fundamentalista de la globalización que no cesa como pensamiento dominante (los gobiernos del mundo de derecha o de izquierda son neoliberales, con matices insignificantes) sostiene que la mayor parte de las transacciones sucede actualmente en el mercado mundial, no en los nacionales, y que las principales decisiones de inversión, cambio tecnológico y asignación de recursos son tomadas hoy por agentes que operan a escala global, es decir, los mercados financieros y las empresas trasnacionales. Según esta versión fundamentalista de la globalización, dice Aldo Ferrer desde hace varios lustros, resultaría que en la actualidad habría desaparecido el dilema del desarrollo en el mundo global porque, en la práctica, los países carecerían de posibilidad alguna de desarrollar estrategias viables que contradigan las expectativas de los operadores globales. De este modo, la única alternativa sería aplicar políticas amistosas para los mercados. Esta es exactamente la filosofía del gobierno mexicano: no hay de otra. El mundo no puede soportar durante mucho más tiempo ese infierno.
“En realidad –dice Ferrer– la globalización es selectiva y la selección se refleja en los marcos regulatorios del orden mundial establecidos por la influencia decisiva de los países centrales. De este modo, se promueven reglas generales en las áreas que benefician a los países avanzados, como en el caso de la propiedad intelectual, el tratamiento a las inversiones privadas directas y la desregulación de los mercados financieros. En cambio, se limita la globalización mediante, por ejemplo, restricciones a las migraciones de personas o al comercio de bienes de especial interés para los países en desarrollo”. La globalización selectiva es el nuevo nombre del nacionalismo de los países dominantes.
Un nuevo curso de desarrollo es indispensable hoy, porque la política económica de las derechas no se diferencia de las izquierdas ni de las de los gobiernos socialdemócratas.
Friedrich August von Hayek, padre de los neoliberales que existen en el mundo, dijo a un periodista chileno: Un dictador puede gobernar de manera liberal, así como es posible que una democracia gobierne sin el menor liberalismo. Mi preferencia personal es una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo está ausente.
Ese par de frases encierran un mundo de mentiras y confusión. Preciso es desmenuzarlo y que a todos llegue la claridad. Sin ello seguiremos gobernados por una mentira repugnante. Intentaremos hacer nuestro aporte en entregas futuras.
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