Carlos Ímaz Gispert
Enunciar y plantear, como hizo en días pasados el presidente Enrique Peña Nieto, que el modelo educativo está por armarse y que para ello se ha presentado un trabajo preliminar para ser discutido, tienen significaciones muy delicadas y poco saludables, pues su convocatoria, que en principio sería laudable, desgraciadamente anuncia una farsa que complicará aún más el escenario político. Si bien es cierto que la iniciativa ya había sido anunciada por el secretario de Educación Pública, quien, en medio de besos, abrazos, melosas alabanzas y aplausos otorgados por la presidenta del INEE y el presidente del SNTE, la hizo pública al presentar un documento oficial titulado El modelo educativo 2016, que el Presidente de la República la haga suya, agrava la situación. Veamos.
Si asumimos lo ofrecido como genuino, querría decir ni más ni menos que el gobierno reconoce públicamente que la reforma educativa aprobada en 2013 no contaba con un modelo educativo. En justicia y a declaración de parte, lo menos que podría decirse es que pusieron la carreta delante de los bueyes, pues resulta obvio que primero se debió debatir y consensar el qué, el por qué, el para qué y el cómo (modelo educativo), para entonces, en su caso, definir las modificaciones legales pertinentes, no al revés. En consecuencia, deberían disculparse, abrogar las reformas legales y empezar de nuevo.
Ahora bien, aun cuando la consecuencia sea la misma, si asumimos que la apertura ofrecida no es franca, además querría decir que pretenden vernos la cara de tontos y seguir imponiendo con torpe autoritarismo. La evidencia del engaño está en las propias palabras del Presidente, quien en su declaración agrega que la reforma educativa es noble y generosa con sus maestros. Es decir, más allá de los calificativos edulcorantes, nos dice que ya es un hecho y no que está por armarse.
Es importante identificar que con esos calificativos el Presidente está haciendo referencia a lo que ha sido promovido como el eje central de la llamada reforma educativa: la evaluación docente, la cual, han reiterado hasta el cansancio, es ley y no se negocia. La maniobra es tan rupestre que insulta la inteligencia. Para simular que aceptan la demanda magisterial y social de dialogar, debatir y consensar un proyecto educativo y con la obvia pretensión de pasar por debajo de la mesa lo que ya han aprobado, presentan un sinsentido: que la reforma educativa (ya aprobada) y el modelo educativo (en construcción) son cosas diferentes y desarticuladas. ¿Se dieron cuenta que con ello estarían diciendo que aprobaron la reforma sin contar con un proyecto educativo (modelo educativo) y que la maniobra los colocaría en una situación aún más desairada, pues, para acreditar que su invitación a armar el modelo educativo es genuina, ahora tienen además que convencernos de un absurdo? ¿En verdad pretende que los maestros mexicanos y los padres de familia se traguen el cuento de que la evaluación del trabajo docente no es parte y producto del modelo educativo y que no tiene consecuencias directas en los proceso de aprendizaje, más aún, cuando el frívolo mensaje propagandístico para legitimar su reforma legal ha sido que la evaluación de los profesores producirá una mejor educación? ¿Esperan poder contradecir impunemente el principio básico de la planeación educativa, que indica que los contenidos y formas de evaluación se diseñan en función de lo que se va a hacer y que resulta un sinsentido elaborarlas sin saber qué, por qué y para qué se va a evaluar? ¿Esperan que sea tomada en serio una convocatoria a construir de un modelo educativo que no sólo no podrá definir sus formas y contenidos de evaluación, sino que pretende ser definido por mecanismos de evaluación decididos de antemano? Es imposible, pero hace evidente que su convocatoria al debate resulta, en el mejor de los casos, una desordenada esquizofrenia que evidencia su intención fraudulenta.
Baste referir que en el propio documento El modelo educativo 2016 se hace explícito que los mecanismos de evaluación (ya aprobados) responden a un sistema basado en el mérito (pág. 56). Dicho aunque sea de paso, este modelo corresponde a una pretensión empresarial fracasada, que, importada a las escuelas estadunidenses en los años 80, pretendió estimular el mérito individual (ingreso del maestro) en función de los resultados (calificaciones de sus alumnos), pero que fue desechado incluso en las empresas de donde fue copiada la idea porque inhibía la cooperación y degradaba el compromiso grupal, resultando contraproducentes en todos los casos en que hubiera algún tipo de colaboración entre los trabajadores (vgr. la colegialidad de los docentes).
Así las cosas, la maniobra de simular un proceso de debate sobre el moodelo educativo sólo complicará más el escenario al gobierno, pues ahora no solo tiene que enfrentar la confesión de que hicieron una reforma educativa sin tener modelo educativo, sino que, a contrapelo de ello y para que su convocatoria a construir el modelo educativo no sea reconocida como una farsa, tiene que convencernos del absurdo de que la evaluación educativa no es parte y resultado del modelo educativo. Es un problema serio que se ponga la carreta delante los bueyes, pero se complica cuando los bueyes son los que se colocan detrás de la carreta.