Gustavo Esteva
Las luchas convencionales se han vuelto obsoletas. Pero no hemos podido precisar suficientemente lo que necesitamos dejar atrás para crear opciones apropiadas.
Hace tiempo se usa la palabra cleptocracia. Atribuye a quienes gobiernan la propensión morbosa a robar que tienen los cleptómanos. Se ha usado para denunciar y exhibir la deshonestidad de un grupo gobernante más dedicado a robar que a gobernar. Es útil ahora explorar una hipótesis doble: que esa condición se ha hecho global y que tiene inclinación fascista, que los gobiernos actuales del mundo entero tienen una doble propensión, al hurto y al fascismo. A la corrupción que ha invadido paso a paso todas las estructuras de la sociedad y el gobierno, se agrega ahora la peligrosa inclinación a asociar las reivindicaciones sociales con las nacionales dentro de un encuadramiento unitario basado en la emoción patriótica, exacerbada por amenazas supuestas o reales de un enemigo que está dentro y fuera del territorio nacional y exige un ejercicio autoritario excluyente.
En su momento se dio gran visibilidad a la forma en que los bienes públicos de lo que fue la Unión Soviética fueron a parar a manos de un pequeño grupo de oligarcas, un tipo de transición que los mexicanos conocemos bien desde tiempos de Salinas. Ha tenido menos difusión la forma en que esa manera de privatizar se convirtió en un dispositivo permanente para el saqueo.
Es útil apelar a Foucault al usar el término dispositivo. Con esa palabra se refería a un conjunto heterogéneo que compone los discursos, las instituciones, las habilitaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias, las leyes, las medidas administrativas, los enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En fin, entre lo dicho y lo no dicho, he aquí los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que tendemos entre estos elementos (Foucault, Dits et écrits, vol. III, pp. 229 y ss).
El saqueo de Rusia en estos años no ha tenido tanta visibilidad como la privatización, pero es conocido. Lo es mucho menos la inclinación fascista en ese dispositivo cleptocrático. Una forma de mostrarla es aludir a la forma en que las ideas de Iván Ilyin moldearon las prácticas de Putin, guiaron su carrera y actualmente caracterizan la orientación del gobierno. Desde 2005 Putin empezó a rehabilitarlo en Rusia como filósofo de la corte, lo cita a menudo y en su régimen se divulgan ampliamente sus libros y sus ideas. Ilyin fue un extravagante filósofo que se hizo admirador de Mussolini al ser expulsado en 1922 por el gobierno soviético. Consideraba que la democracia, el marxismo y el socialismo eran un solo continuum de corrupción. Abogaba por la contrarrevolución violenta y la supresión del estado de derecho, para que un ejercicio dictatorial aglutinara a las masas en torno a la unidad sagrada de Rusia. (Un artículo reciente de Timothy Snyder describe bien esta presencia de Ilyin en el régimen de Putin... y lo asocia con la situación actual en Estados Unidos.)
Las fuentes intelectuales de la forma Trump del Partido Republicano son muy distintas. Ayn Rand, por ejemplo, no es Ilyin, aunque pertenezcan a la misma estirpe ideológica. Igualmente, hay diferencias significativas en la manera de organizar el saqueo, la composición de la cleptocracia o las expresiones de la inclinación fascista, que en ambos países se encubre bajo la pretensión de que prevalece aún el estado de derecho y la forma democrática de gobierno y se presenta como expresión del carácter excepcional del país y de la necesidad de enfrentar acechanzas externas e internas.
Hay países en que el carácter cleptocrático del gobierno es aparatosamente evidente, como en Brasil o México, otros en que sólo recientemente se reconoce, como en Nicaragua, y otros en que es muy difícil apreciarlo, como en Suecia o Canadá. La noción de dispositivo y un análisis cuidadoso permite mostrar que se trata de un fenómeno muy general. Regímenes fiscales como el de Trump, que no parecen expresión de corrupción, cumplen la misma función social que las tropelías de Odebrecht; son formas de despojo del conjunto para beneficio de unos cuantos. Las apariencias de decencia y honradez de muchas sociedades y gobiernos no resisten un análisis cuidadoso; son claramente engañosas.
Esta situación no es un accidente. No se trata de que un pequeño grupo de bandidos fascistoides haya logrado control de las estructuras de gobierno, por lo que bastaría deshacerse de ellos para curar al régimen de su propensión al hurto y al fascismo. Encarcelar a presidentes y altos funcionarios cleptomaniacos es saludable y genera una sensación de alivio y justicia ante la corrupción rampante, pero nada resuelve; el dispositivo permanece. No basta sustituir a algunos de sus operadores; es necesario desmantelarlo, porque la corrupción y la inclinación fascista están estructuralmente incorporadas en él.
Lo que ahora ocurre no es mero populismo o autoritarismo, ni un simple sesgo ideológico de algunos gobernantes. Es un mecanismo que compromete a capas y sectores de la sociedad que a veces son muy amplios. El dispositivo que hoy padecemos en el mundo entero hace cómplices a ciertos sectores de la población de la exclusión de otros, para desechar a los desechables y discriminar brutalmente a capas muy amplias, en nombre de intereses nacionales emocionalmente definidos. Sólo podemos desmantelar el dispositivo si nos atrevemos a verlo.
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