lunes, 21 de mayo de 2018

Trumpismo mexicano.

John M. Ackerman
Donald Trump encarna la intolerancia, la ignorancia y la mentira. Dice que los mexicanos somos violadores, se burla de los discapacitados y frecuentemente recurre a epítetos racistas y machistas. La semana pasada, Trump se refirió a los migran­tes indocumentados como animales. Hace unos me­ses el presidente estadunidense caracterizó a las naciones expulsoras de migrantes, como México, como hoyos de mierda.
El magnate neoyorquino también desprecia la verdad y la ciencia. Suele descalificar investigaciones realizadas por académicos y periodistas serios, así como lanzar ocurrencias absurdas sin mayor sustento que sus propios prejuicios. Su posicionamiento sobre el cambio climático global es solamente uno de los ejemplos más burdos al respecto.
El ocupante de la Casa Blanca desdeña la institucionalidad democrática y los derechos humanos. Por ejemplo, ha promovido una serie de acciones ejecutivas que afectan gravemente los derechos humanos de los mexicanos residentes en Estados Unidos y también violan flagrantemente el pacto federal.
En México existe una corriente política muy similar al trumpismo estadunidense. Cuando Enrique Ochoa Reza se burla de los prietos, Javier Lozano se lanza en contra de los viejitos y el candidato priísta al Senado Raúl Bolaños llama a sus simpatizantes a romperle la madre a Morena, evidencian que el viejo partido de Estado comparte la misma intolerancia y agresividad autoritaria que Trump. El gobierno de Enrique Peña Nieto también ya aplica las draconianas políticas migratorias estadunidenses dentro del mismo territorio mexicano.
Cuando Ricardo Anaya utiliza cifras falsas y presenta libros inexistentes y Pablo Hiriart inventa enfermedades fantasiosas para atacar a Andrés Manuel López Obrador no hacen otra cosa que copiar los estilos y las prácticas del magnate neoyorquino. Y cuando Jaime Rodríguez Calderón propone cercenarle la mano a los delincuentes canaliza el mismo fundamentalismo religioso y criminal que enarbola el titular del gobierno estadunidense.
Afortunadamente, la cultura política mexicana es mucho más sofisticada y humanista que la que predomina al norte del río Bravo. Las bravuconadas y las intolerancias de Trump le ayudaron a conquistar más de 60 millones de votos en las más recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos, en noviembre de 2016. Este resultado evidenció la profunda ignorancia política que predomina entre vastos sectores de la población estadunidense.
En México, sin embargo, las propuestas y las actitudes trumpistas no han logrado el mismo nivel de aceptación. Los mexicanos sabemos reconocer un mentiroso cuando lo vemos y no nos dejamos engañar tan fácilmente como los estadunidenses.
Por ejemplo, la campaña de El Bronco, quizás la encarnación más pura del estilo trumpista en la política mexicana, no ha logrado prender mecha. Rodríguez Calderón tuvo que fabricar cientos de miles de apoyos apócrifos y contar con un apoyo especial de parte de los magistrados electorales para ser incluido en la boleta presidencial. Y hoy la campaña del gobernador con licencia de Nuevo León simplemente no se levanta del suelo.
Los discursos de odio, las campañas de miedo y las mentiras descaradas de Meade y Anaya tampoco han surtido efecto. En todas las encuestas, estos dos políticos del sistema siguen estancados entre 15 y 25 por ciento de las preferencias ciudadanas.
Al parecer, décadas de experiencia con políticos corruptos, instituciones parciales y noticias falsas han curado en salud a los mexicanos. Y un siglo de gobiernos autoritarios ha curtido y madurado nuestras percepciones políticas y conciencia crítica.
A diferencia de las bases de apoyo de Trump, lo que moviliza y levanta los ánimos de los mexicanos indignados no son las agresiones y los insultos, sino la humildad y la autenticidad. Mientras en Estados Unidos el pueblo se emociona con la idea de combatir a un fantasioso enemigo externo, los mexicanos nos emocionamos con la posibilidad de acabar con la violencia y la corrupción.
Las ridículas comparaciones entre López Obrador y Trump no tienen entonces pies ni cabeza. Si bien las derrotas de Hillary Clinton, Francois Hollande y José Ricardo Meadaya forman parte de una misma época histórica de crisis mundial de la hipocresía de la supuesta socialdemocracia neoliberal, las dinámicas políticas propias de Estados Unidos, Francia y México han ido generando respuestas sociales y salidas políticas diferentes en cada nación.
Mientras en Washington triunfó el neofascismo con Trump y en París emergió victorioso el neofinancierismo autoritario con Macrón, en Ciudad de México nos encontramos en la víspera de que salga avante una nueva visión de justicia social y democracia constitucional.
Un triunfo para López Obrador el próximo primero de julio, entonces, no sería solamente motivo de celebración para la vasta mayoría el pueblo mexicano, sino que también constituiría un ejemplo y una inspiración para el mundo entero sobre cómo escapar del laberinto de la plutocracia neoliberal sin morir en el intento.
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