Leopoldo Santos Ramírez
El éxodo en forma de caravanas masivas que hemos atestiguado desde octubre pasado viene a ser una nueva estrategia en la manera de transmigrar de los pueblos centroamericanos. Su sola conformación en Honduras constituyó un reto masivo para el Estado y la sociedad hondureñas; después, en la medida de su avance, el desafío fue extendiéndose a toda Centroamérica, pasó a México y llegó a Estados Unidos (EU). Ninguno de los países involucrados lo asumió en su dimensión masiva. Pero el inicio de las caravanas está expresando grietas profundas del sistema de desarrollo latinoamericano y anunciarían la inminencia de una crisis más profunda que la actual.
Por eso es importante detenerse en algunos entretelones que las caravanas están mostrando. Una cuestión inmediata es la inoperancia del sistema migratorio entre Centroamérica en su conjunto de repúblicas istmeñas y México y EU. Este sistema migratorio comenzó hace unos 128 años con la primera oleada de mexicanos hacia EU que abarcó desde finales de la década de 1890 y terminó en 1930.
Los centroamericanos no se incorporaron a la corriente migratoria sino hasta la segunda mitad de los años 80 del siglo pasado, así que pueden considerarse una migración joven. Igual que México, por un tiempo los centroamericanos participaron de la migración circular en la cual contingentes de trabajadores podían acceder a fuentes de trabajo temporalmente y regresar a laborar a sus lugares de origen, y prepararse para nuevas incursiones. La imagen podría parecer fácil, pero quienes no hubieran firmado contrato eran perseguidos por las autoridades de Estados Unidos. A pesar de esto, el sistema funcionaba y la economía estadunidense recibía una buena cantidad de trabajadores contratados conforme a la ley, y otro tanto por fuera de ella, igual como hoy sigue aconteciendo en menor escala.
Es cierto que el sistema de migración entre Estados Unidos, México y Centroamérica hoy está agotado, pero este agotamiento tiene una referencia más profunda en la disfuncionalidad de la globalización capitalista con todo y los regímenes del neoliberalismo, paradigmáticamente EU. Como puede verse, las caravanas están desbordando las zonas de contención, sólo que las masas latinoamericanas merodean la frontera tratando de incursionar para obtener un empleo y un lugar que no los hostilice como el crimen organizado y las pandillas en sus países de origen, pero sobre todo porque cruzar les permite apoyarse en las redes latinas que la inmigración ha creado.
Las caravanas de octubre y noviembre revelaron además el obsoleto régimen de regulación jurídica de las aduanas aún protegidas con vallas humanas de ejércitos y policías paramilitares. Derribaron la contención de Honduras, El Salvador, Guatemala y México. La característica esencial de las caravanas es su conformación de clase trabajadora según lo reveló un resumen de la encuesta aplicada por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Guadalajara, publicado por Jorge Durand, la juventud de sus integrantes y la presencia de familias completas entre otras características.
Por su parte, el Colef de Tijuana publicó una nueva encuesta que ofrece un excelente cuadro estadístico sobre actividades laborales de los migrantes antes de salir de Centroamérica. Sus oficios iban desde puestos de funcionarios, directores, jefes; actividades agrícolas, ganaderas, profesionistas y técnicos, trabajadores artesanales. Una cuestión relevante y preocupante consiste en no considerarnos como una primera opción de residencia, por nuestros bajos salarios y porque perciben a México como un país altamente inseguro.
Como lo ha señalado el diagnóstico del Colef y lo puede comprobar en cualquier punto de la República quien platique con ellos, en su gran mayoría se trata de personas no violentas, huyendo de la violencia en sus países. Por eso resulta preocupante la actitud del gobierno estatal bajacaliforniano y el presidente municipal de Tijuana de hostigarlos con la finalidad de agotarlos y hacer que se marchen.
Con la política del nuevo gobierno federal es de esperarse que a Tijuana y a todas las ciudades fronterizas lleguen agentes de migración conscientes de la no criminalización de la migración. Operadores de este tipo son necesarios junto a medidas de resguardo, de diálogo y orientación para con tolerancia y no ultimatos ayuden a organizar medidas que palien las condiciones de desventaja de los centroamericanos. Si se dejan las soluciones exclusivamente en manos de las administraciones panistas se corre el riesgo de hacer prevalecer la solución policiaca y exacerbar discursos de odio, racistas y antimigrantes que no necesitamos en México.