miércoles, 19 de diciembre de 2018

PEF 2019: entre continuidad y transformación.

Alejandro Nadal
Hace tres décadas la economía mexicana inició su recorrido por la senda del neoliberalismo. Todos conocemos la premisa central: la trayectoria económica debía estar trazada por las fuerzas del mercado. El resultado ha sido un país marcado por los desequilibrios, la pobreza, una terrible fractura social y un saldo nefasto en materia de destrucción ambiental. Este es el país al que se enfrenta Andrés Manuel López Obrador.
En su primer proyecto de presupuesto (PEF), el nuevo gobierno comienza a enfrentar los retos que significan enderezar el rumbo económico. Se entiende que se busque tranquilizar los mercados, para lo cual el presupuesto esté diseñado para generar un superávit primario equivalente a uno por ciento del producto interno bruto (PIB) –el superávit primario se destina a cubrir cargas financieras. A pesar de un modesto aumento en el gasto programable, el presupuesto permite generar ese superávit primario porque la coyuntura así lo permite: mientras el precio de las gasolinas importadas ha disminuido, el margen del impuesto aumentó y eso permite acomodar el incremento en el gasto. Aunque el trámite por la Cámara de Diputados puede cambiar algunas cifras, en lo esencial es de esperar que se mantenga esta estructura.
Nadie tiene dudas sobre los dispendios y rubros ligados a la corrupción en los presupuestos de los años anteriores. Por lo mismo, es lógico que se puedan generar recursos eliminando desperdicio y cerrando las válvulas de la corrupción. Pero el presidente López Obrador se equivoca al pensar que hacer más eficiente el ejercicio del gasto equivale a establecer las bases de una transformación nacional. Aumentando la eficiencia, pero manteniendo la misma estrategia, no corregirá el rumbo equivocado. La posibilidad de escapar de la trayectoria neoliberal requiere mucho más que hacer más eficiente el manejo del gasto.
La economía mexicana se encuentra encasillada en un modelo excluyente del que no se podrá salir sin una estrategia bien diseñada. El nuevo presupuesto es una muestra de lo que hay que esperar en el sexenio. Desde luego, incrementar el gasto social es un acierto porque la exclusión y marginación ya son insoportables para la población. En los Criterios Generales de Política Económica del PEF se señala que el nuevo uso de los recursos públicos tiene como finalidad reducir las brechas y desigualdades económicas en nuestro país. Pero el gobierno no debe engañarse. El gasto social por sí solo no puede cambiar el actual estado de cosas en donde el índice de desigualdad es uno de los mayores del mundo y donde, según datos del Inegi, 57 por ciento de las personas que trabajan no les queda más remedio que hacerlo desde la informalidad.
El lanzamiento de programas de obra pública también es importante porque hay rezagos que revertir. Sin embargo, quedan muchas dudas sobre el tipo de obra pública que el nuevo gobierno quiere iniciar. Por ejemplo, el Tren Maya y todo lo que le acompaña es cuestionable y parece un resabio de aquella supuesta modernización sinónimo de abrir nuevas fronteras para la rentabilidad capitalista. Cuidado, el desarrollo social y económico del sureste no sólo no se garantiza con ese tipo de obras de infraestructura. Esos proyectos típicamente han estado plagados de todo tipo de problemas. Algo similar podemos afirmar del corredor en el Istmo de Tehuantepec. Los proyectos en los que grandes empresas serán los principales beneficiarios en el corto y largo plazos no son la respuesta a los retos económicos, sociales y ambientales en la región.
El presupuesto contiene un enorme desacierto en el renglón sobre ciencia y tecnología. Mientras en su campaña López Obrador prometió incrementar el gasto en investigación hasta alcanzar el nivel de uno por ciento del PIB, en el PEF se mantiene el nivel deprimido en ese rubro, mismo que no va a rebasar la cota de 0.5 por ciento del PIB. Lo peor es que la reducción en el presupuesto de ciencia y tecnología es el anuncio de que la política industrial no va a cambiar de rumbo. Por cierto, otra muy mala señal es que entre los 18 proyectos prioritarios del sector central no se cuenta con uno relacionado con la transición energética: es una de las más graves omisiones.
Particularmente negativo es el mensaje del recorte en el presupuesto de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Esta institución es el corazón de la investigación científica en México y a pesar de haber sido castigada por los regímenes neoliberales ha mantenido un desempeño ejemplar en términos de formación de recursos humanos y de investigación científica. Reducir su presupuesto denota un descuido mayúsculo del nuevo Presidente y de su equipo. La UNAM es casi la única institución que el neoliberalismo no ha podido desfigurar o destruir. El nuevo gobierno debiera considerarla una pieza clave para la transformación que quiere poner en marcha.
En síntesis, el nuevo gobierno ha desaprovechado una oportunidad clave. Buscando conciliar la continuidad y el cambio, el presupuesto federal de egresos no transmite el mensaje de transformación nacional que se necesita.
Twitter: @anadaloficial

El Vaticano intenta rectificar
En una misiva enviada a las conferencias episcopales del mundo, cuatro jerarcas eclesiásticos advirtieron que la credibilidad del catolicismo está en peligro por los reiterados abusos sexuales cometidos por curas, pidieron una respuesta exhaustiva y comunitaria por parte de la Iglesia y que ésta reconozca la verdad de lo sucedido.
Los firmantes, cardenales de Chicago, Blase Cupich, y el de Mumbai, Oswald Gracias, así como dos expertos del Vaticano en el tema de abusos; el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, y el reverendo Hans Zollner, son integrantes del comité preparatorio de una reunión que fue convocada por el papa Francisco para finales de febrero de 2019, a fin de hacer frente a los recientes escándalos que rodean a varios prelados de Estados Unidos y de Chile, y se suman a miles de casos de agresiones sexuales perpetradas por curas de todos los niveles en diversos países.
En la carta, los organizadores se refirieron a la necesidad de reparar los daños causados, compartir un compromiso conjunto con la transparencia y obligar a todos en la Iglesia a rendir cuentas. Pidieron a los presidentes de las conferencias episcopales reunirse con las víctimas de los abusos denunciados para que conozcan de primera mano los sufrimientos que han padecido. La convocatoria al encuentro es el intento más reciente del Papa para controlar los gravísimos daños que, en efecto, han causado al Vaticano los delitos sexuales de muchos curas y jerarcas católicos. El propio pontífice argentino ha visto severamente erosionada su credibilidad personal después de que defendió irreflexivamente a una red de curas chilenos pederastas cuya principal figura, el sacerdote, Fernando Karadima, ha sido descrito como un depredador que abusó de decenas o centenares de menores.
Aunque posteriormente Francisco rectificó y expulsó a Karadima del sacerdocio, el descrédito ya era irremediable. Despúes se reveló que Francisco rehabilitó a un cardenal estadunidense retirado y caído en desgracia por acusaciones de abusar de seminaristas adultos. No parece fácil, a estas alturas, que Jorge Mario Bergoglio logre recuperar el ímpetu con el que inauguró su pontificado, en marzo de 2013, y mucho menos que consiga reanimar las expectativas que suscitó como el reformador radical que la Iglesia necesita.
Para ello, la próxima reunión tendría que constituirse en un verdadero revulsivo en el que se exhibiera sin miramientos ni atenuantes al grueso de los sacerdotes pederastas, que el Vaticano los entregara a la justicia secular y se deslindara de ellos en forma tajante; que procediera a la reparación del daño para un número incierto de víctimas –seguramente, decenas de miles– ,y entonara un mea culpa planetario.
Lo anterior parece poco probable debido a muchas razones: por los enormes recursos económicos que habría que destinar al pago de tratamientos e indemnizaciones, por el enorme hueco que una expulsión generalizada de agresores sexuales dejaría en las filas del clero católico –de por sí mermado por la competencia de otras religiones y la escasez de aspirantes a tomar los hábitos–, por las vastas resistencias que semejantes medidas generarían en grandes sectores de las estructuras eclesiásticas y, último, pero no menos importante, porque el combate de raíz a los depredadores sexuales en las filas de la Iglesia católica tendría que pasar por la erradicación de las concepciones retrógradas, misóginas, homófobas y anticientíficas que se encuentran profundamente arraigadas en la visión católica del mundo, de la sociedad, del poder y de la sexualidad.
Por todas estas razones es inevitable el pesimismo ante el encuentro vaticano de febrero próximo, aunque sería deseable, desde luego, que esa reunión diera una gran sorpresa positiva al mundo.