viernes, 20 de diciembre de 2019

La crisis climática y los movimientos antisistémicos.

Raúl Zibechi
Fracaso es el vocablo más utilizado a la hora de evaluar la 25 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-25), realizada del 2 al 13 de diciembre en Madrid. Luego de un cuarto de siglo y de otras tantas conferencias, el cambio climático sigue avanzando y se transforma en caos climático para los sectores populares del Sur global, los más afectados por catástrofes evitables.
En esta conferencia, los países emergentes como China, India y Brasil se mostraron contrarios a elevar las restricciones necesarias para revertir daños. Estados Unidos y Australia también jugaron un papel en el fracaso de la conferencia. En todo caso, las presiones de las multinacionales petroleras y de la geoingeniería, aliadas con los gobiernos, tienen motivos de sobra para evitar cualquier acción contundente.
En todo este proceso y durante la conferencia en Madrid, se han multiplicado las manifestaciones populares con el objetivo de presionar a las autoridades para que se involucren seriamente en el asunto.
Creo que tanto las personas activas vinculadas a ONG como las militantes ambientalistas, se equivocan tanto en sus prioridades como en los métodos de acción que están empleando. Intentaré explicarlo.
En primer lugar, difundir la idea de que los gobiernos pueden hacer algo respecto al cambio climático y que las Naciones Unidas son un ámbito para vehiculizar políticas positivas, me parece erróneo porque propagamos la confusión sobre las supuestas bondades del sistema. Todo el entramado de convenios como el Protocolo de Kioto y los Acuerdos de París, no han conseguido nada.
Que a estas alturas tengamos confianza en las Naciones Unidas, es tanto como creer en los Estados para la solución de nuestros problemas. Entiendo que las ONG acudan a cada convocatoria, porque tienen intereses comunes con el sistema internacional e interestatal. Pero me parece desacertado que las y los militantes de abajo lo hagan, porque induce a confusión y desvía la atención sobre los problemas centrales, que no son otros que el capitalismo.
La clave del cambio climático hay que buscarla en la brutal concentración de poder en el uno por ciento más rico. Hasta que no sean desplazados o derrotados, no habrá la menor chance de cambiar nada en este mundo, en particular para los sectores populares. Prueba de ello es que luego de 25 conferencias, con gastos gigantescos en traslados, hoteles e infraestructura, el poder del uno por ciento se ha incrementado y el cambio climático sigue su camino depredador.
En segundo lugar, las manifestaciones no tienen mucha utilidad. Tal vez sirven para calmar la ansiedad y el sentimiento de culpa de las clases medias globales. Llevamos casi dos siglos haciendo manifestaciones, algunas gigantescas, con millones en las calles. Los resultados son siempre los mismos: luego de la euforia, la gente vuelve a su rutina y nada cambia.
Lo que nos hace falta, es organizarnos en cada territorio, en cada barrio y en cada colonia, para autogobernarnos y no depender de los gobiernos sino de las decisiones de nuestras comunidades. Cuanto más organizado está un pueblo, menos manifestaciones realiza. Así nos enseñan los mapuche, los mayas y tantos otros pueblos que construyen sus autogobiernos.
La manifestaciones están siendo performances mediáticas de individualidades urbanas que no encuentran (no encontramos) otros modos. No condeno las manifestaciones, en las que participo a falta de algo mejor. Pero debemos aceptar que son útiles cuando desembocan en alzamientos como los que suceden estos meses.
La tercera cuestión, tal vez la más importante, es que sólo vemos una parte de la responsabilidad del cambio climático. En efecto, las multinacionales y sus gobiernos son grandes responsables, tanto las de los países del Norte como las de los países emergentes. Pero no queremos ver que la cultura consumista que practicamos es una de las grandes responsables del caos climático y del colapso al que nos dirigimos.
Si no transformamos la cultura hegemónica, no sólo la de las clases dominantes sino también la de los sectores populares, no avanzaremos un solo paso en el combate al caos climático. Esa cultura gira en torno al consumismo. ¿Quién les dice a los hindúes, por ejemplo, que no compren más coches, cuando poseen cuarenta veces menos vehículos por habitante que los estadunidenses? Para reducir el consumo, sería necesaria una dictadura feroz.
En vez de acudir como manso relleno a esas conferencias, creo que debemos dedicar nuestros esfuerzos a la construcción de arcas comunitarias para afrontar la tormenta que ya se cierne sobre nuestros pueblos. Días atrás compartí un encuentro con la universidad trashumante en Córdoba, Argentina. Todas las familias de los barrios populares sufrieron asesinatos o violaciones. La tormenta sistémica ya está entre nosotros, pero no afecta a las clases medias (por ahora) sino a los pueblos originarios, negros y pobres.
¿Seguiremos haciendo foco en encuentros por arriba?