Elena Poniatowska
Existen gobiernos que impiden el progreso de todo un pueblo; les conviene fomentar la ignorancia y la vulnerabilidad de quienes ignoran sus derechos, dice la joven oaxaqueña Estela García Ramírez. “Así ocurrió en la década de 1990, en la sierra norte de Oaxaca. El gobierno de Diódoro Carrasco Altamirano, al frente del estado de Oaxaca, acusó a cientos de indígenas de pertenecer al EPR (Ejército Popular Revolucionario), los detuvo, los desapareció o los ejecutó, como sucedió en 1997, con mi esposo, el campesino Celerino Jiménez Almaraz”.
Estela García Ramírez sonríe fácilmente, siempre está dispuesta a participar; si es necesario, se pone a guisar; si hay que ir a abrir la puerta, corre al primer timbrazo; si hay que poner buena cara al mal tiempo, es la primera en ofrecerse. Llegó a mi casa el lunes 14 de octubre de 2019 con su pila de tlayudas y el libro de su vida en la mano, La Luna ilumina la choza rota: una historia de dignidad en busca de justicia.
Así de largo es el título porque así de interminable ha sido el sufrimiento de los familiares de los detenidos.
A Estela, sus circunstancias la convirtieron en heroína, luchadora social y defensora de derechos humanos a raíz del 24 de abril de 1997. Policías municipales entraron a la casa paterna y atacaron a su familia que dormía. Los municipales golpearon a Celerino, le dispararon en una pierna para llevárselo arrastrándolo por la sierra. Estela, sin pensarlo dos veces, los siguió. Gracias a la luz de la Luna (porque era noche de Luna llena) los rastros de sangre, cabellos y vómito le señalaron el camino. Va sangrando de todo su cuerpo y cabeza; va desnudo y descalzo, informó Estela a sus padres y a los padres de Celerino.
A pesar de que su madre y otros primos temerosos y hasta sus propios suegros insistían en que no protestara porque ella misma corría peligro inminente, Estela siguió adelante. ¡Ya para qué, déjalo, ya murió, te van a matar a ti también!, insistía su familia. Es mi marido, lo amo.
Como ella dice, la desobediencia la hizo valiente y llegó sola a la ciudad de Oaxaca, en la que jamás había estado. ¡Qué grande! La joven Estela, que mide un metro y medio, no sabía cruzar la calle, jamás había descolgado un teléfono, pero su tenacidad (desconocida hasta para ella) la llevó a encontrar el cuerpo de Celerino a los cuatro días de su muerte.
Regresé a casa a avisarles a mis padres, a mis suegros y a todos los familiares en Loxicha.
Estela es hermana de Martina, quien me ayuda en la casa. Las dos tienen manos verdes; han llenado de flores el jardín. También han hecho que las flores crezcan en mi cabeza. Nacidas en la sierra sur de Oaxaca, su madre, Severa, les enseñó a hacer tortillas, a bordar, a cocinar con una sazón maravillosa y, sobre todo, a no dejarse. Martina vino a la ciudad de México para buscar trabajo y ayudar a su familia que tenía apenas lo necesario para vivir al día. Tiene un hijo único, Omar, a quien le dio escuela y convirtió en un gran trabajador. Estela, más joven que Martina, permaneció en Los Limares, con sus padres, hasta que se casó, el 24 de diciembre de 1994, con Celerino Jiménez Almaraz, joven zapoteco dedicado no sólo al campo sino a ayudar a su comunidad.
Celerino, líder natural, fue “elegido en asamblea comunitaria como presidente del Consejo Municipal en Loxicha. Al gobierno le pidió escuelas, un hospital y luz eléctrica para su comunidad. Estela recuerda que al frente del Consejo Municipal resolvió problemas uno a uno además de participar en el tequio para la siembra y cosecha en las tierras de Loxicha.
“¿Por qué lo mataron? Él no hizo nada. (…) ¿Por qué mienten ustedes? ¿Por qué matan a gente que no les hace daño alguno? ¿Por qué?”, pregunta Estela a la policía municipal a la que llama los municipales. A su padre, ciego, lo golpearon; a su hermana, embarazada y a punto de dar a luz, también. Nadie en casa de los García Ramírez salió ileso la noche en que los municipales vinieron por Celerino para matarlo.
Lo encontré deshecho, con huellas de tortura, sus pies, sus manos, su cara quemada por la pólvora. Un balazo bajo la axila, atravesándolo.
Por más roto su corazón, Estela, nueva Rosario Ibarra de Piedra, pero de origen campesino y sin un sólo recurso, jamás dio paso atrás ante el Ministerio Público, cuyos empleados se burlaban de sus reclamos y pretendían acallar su llanto: No vengo por un muerto. ¡Lo quiero vivo! Lo quiero como estaba antes de que lo asesinaran.
En México, denunciar injusticias es exponerse al oprobio y poner en riesgo la propia vida. Así le sucedió a Estela; también su familia sufrió el escarnio en su ranchería Los Limares.
Estela encontró apoyo en cientos de mujeres que, siguiendo su ejemplo, hicieron un plantón en la capital de Oaxaca y juntas exigieron justicia y convirtieron a Estela en su portavoz: “Tú puedes, tú tienes la fuerza, tú habla por mí y por mis hijos. Ayúdame, mi marido lleva tres meses ausente, no vayas a abandonarme, también yo tengo a mi hermano desaparecido.
Estela, tú puedes hablar alto y yo no, aseguraban otras viudas, otras madres, otras hermanas. No me atrevo, tú sí. Su tenacidad la llevó a dar conferencias en Oaxaca y a presentarse en la Ciudad de México, donde impactó su relato. En la capital conmovió a asociaciones de derechos humanos. Estela es capaz de derretir a una piedra con su sola presencia. Del zócalo de Oaxaca (que debería llevar el nombre de Francisco Toledo) voló a la Ciudad de México para embarcarse a Alemania, a Suiza, a Dinamarca y a Was-hington con el apoyo de asociaciones de Derechos Humanos, hasta que 14 años más tarde el gobierno de Oaxaca le ofreció disculpas a ella y a otras viudas enlutadas.
Gracias a organizaciones civiles que hacían colectas para pagar boletos de avión y transportes entre la capital y la ciudad de Oaxaca, Estela consiguió también atravesar el océano Atlántico y llevó su denuncia a países lejanos de montañas nevadas y lagos congelados. Logró por sí sola lo que todos creían imposible: hacer justicia a Celerino.
Este libro de largo título que sale de la pluma de la excelente escritora Oralba Castillo Nájera y de la boca de la propia Estela García Ramírez, La luna ilumina la choza rota: una historia de dignidad en busca de justicia, atesora la lucha de una mujer valiente. No darse por vencida en sus circunstancias es una verdadera proeza. Una foto nos la muestra, pequeña y aniñada en un jardín europeo frente a un amigo alemán, el profesor Harald Ihmig, quien la apoyó gracias también a Ofelia Medina, actriz y luchadora social a quien México le debe un reconocimiento porque se ha ocupado de salvar la vida de niños, mujeres y ancianos chiapanecos y oaxaqueños jugándose su carrera frente a un gobierno persecutorio e intransigente.
Dinámica económica de México: la tercera
José Antonio Rojas Nieto
Una mala noticia económica de nuestros vecinos. Luego de 12 meses de crecimiento anual cada vez menor, en octubre pasado la producción industrial estadunidense registró un decrecimiento. Y es muy probable –al observar la dinámica industrial anterior– que tarde unos 10 a 12 meses en recuperar crecimientos positivos. Siempre, respecto del mismo mes del año anterior. Esto se traduciría en el reinicio –hasta 2021– de un comportamiento virtuoso de la producción industrial estadunidense y –dado nuestro estrechísimo vínculo con el ciclo industrial vecino– en una probable recuperación del crecimiento hasta los primeros trimestres de ese año.
Ahora bien, si centramos nuestra atención en la evolución reciente de la inversión en México, ese reinicio –por lo demás moderado por las limitaciones del ahorro interno– dependerá del fortalecimiento de la inversión. Actualmente, con un componente de 80 por ciento privado y 20 por ciento público. Pero recordemos: desde el tercer trimestre de 2016 –sólo con excepción de los trimestres segundo y tercero de 2018– la formación bruta de capital ha caído. Un crecimiento sostenido del producto interno bruto superior a 2 por ciento exigiría un crecimiento similarmente sostenido –incluso mayor– de la inversión.
A su vez, esto implicaría una recuperación sólida tanto de la inversión pública como de la privada. En los últimos, ambos componentes se han retraído y han mostrado debilidad excesiva y comportamiento errático y volátil. ¿Cuáles son las razones? En la historia del debate económico hay múltiples respuestas, sustentadas en visiones teóricas alternativas. En el terreno del pensamiento económico crítico, la razón fundamental de la retracción es el descenso de la rentabilidad general de la economía. Y ésta, a su vez, se explica en lo fundamental por la sobreacumulación de activos, productivos e improductivos.
El ciclo económico estadunidense es incuestionable muestra de esta tendencia. Actualmente –por ejemplo, a pesar del comportamiento industrial regresivo–, desde agosto de 2010 no deja de crecer la instalación de activos industriales. Incluso, con tasas crecientes en el momento en que la producción industrial ha tendido no sólo a crecer cada vez más lentamente, sino a descender. Se trata de uno de los mayores absurdos económicos actuales y se muestra en una capacidad utilizada cada vez menor. Y, consecuentemente, en una tendencia a la disminución de la rentabilidad general de la economía y en una retracción de la inversión, como se puede mostrar no sólo en Estados Unidos, sino en México mismo.
En una perspectiva crítica, comenta el profesor universitario argentino Rolando Astarita ( Valor, mercado mundial y globalización, de ediciones Cooperativas). El giro de la prosperidad a la depresión está determinado por el estancamiento y descenso de las ganancias y la tasa de ganancia. A ello sigue la caída de la inversión. Y, con ella, de la actividad económica y del empleo.
Bueno, lo cierto es que el volumen global de recursos de inversión que exigiría anualmente en México esa recuperación sostenida de la economía equivale a no menos de 270 mil millones de dólares. Idealmente, 300 mil. Cada año. No menos de 240 mil millones por la inversión privada y también no menos de 60 mil millones de dólares por inversión pública. Y eso, sin duda, tiene sus dificultades. Lo veremos. De veras.
antoniorn@economia.unam.mx