miércoles, 11 de diciembre de 2019

La recesión que cambió al mundo.

Alejandro Nadal
El 6 de agosto de 1979, Paul Volcker tomó posesión como nuevo presidente de la Reserva Federal (Fed). En la década que estaba concluyendo, la economía estadunidense había estado afectada por un proceso de estancamiento con fuerte inflación.
La coexistencia de estancamiento con inflación ya estaba dejando una profunda huella en los debates de teoría económica. Pero las medidas que tomaría el nuevo responsable de la Fed habrían de dejar una espectacular cicatriz en la arquitectura de la economía mundial. Hoy, que acaba de fallecer Paul Volcker, es importante recordar el impacto que tuvo su política monetaria en la economía global.
La inflación en Estados Unidos había alcanzado 6 por ciento en 1970. En 1974 llegó a 12 y para 1980 se situaba en 15. Además de esta mala señal, la década había estado afectada por recesiones (1970 y 1974). Cuando el entonces presidente Jimmy Carter designó a Volcker presidente de la Fed, el mandato era claro: detener el proceso inflacionario.
Para someter la inflación, Volcker contaba con una herramienta clave: la tasa de interés. Y decidió utilizarla en un tratamiento de choque. En 1972 la tasa líder de la Reserva Federal era de 3.2 por ciento, pero para agosto de 1974 Volcker ya la había incrementado a 12. Y para 1981 alcanzó 19. El tratamiento dio resultado, y para 1983 la inflación en Estados Unidos había descendido a 2.5.
El incremento en la tasa de interés actuó como freno de la actividad económica, lo cual generó muchas críticas para la Reserva Federal. Pero Volcker se mantuvo firme. La inflación fue sometida y el establishment (en especial el capital financiero) celebró el triunfo de su política.
La realidad es que utilizar la tasa de interés para dominar la inflación conlleva un fuerte castigo a la economía. Y, sobre todo, implica cargar el costo del ajuste sobre la población, en general, y la clase trabajadora, en particular. La política de Volcker no fue excepción.
El incremento en la tasa de interés de la Fed provocó dos recesiones. La primera (en 1980) fue corta y costó la relección a Carter. La segunda (1981-82) fue más profunda, dejó una fea cicatriz en la economía estadunidense y sus repercusiones internacionales fueron desastrosas.
La contracción económica generó un aumento espectacular de la tasa de desempleo. En 1983 ese indicador ya se situaba en 11 por ciento. El desempleo entre los más desfavorecidos y minorías llegó a superar 20 por ciento. Las consecuencias sociales y económicas de esos años fueron decisivos. Muchos sindicatos murieron y otros se debilitaron hasta la irrelevancia, con lo cual desapareció el poder de negociación de la clase trabajadora. Por ello, en esos años, se consolidó el estancamiento de los salarios, rasgo negativo que perdura hasta nuestros días.
Esa parálisis en la evolución de los salarios trajo consigo una deficiencia crónica en la demanda agregada que la economía estadunidense ha tratado de subsanar de manera patológica con episodios de inflación en los precios de algunos activos (burbujas especulativas). El último de estos episodios regaló al mundo la crisis de 2008.
El proceso de creciente desigualdad, que hoy es uno de los rasgos más importantes de la sociedad estadunidense, arranca precisamente en esos años. La recesión Volcker coincide exactamente con el periodo en que los estratos de menores ingresos comenzaron a ver su parte del ingreso reducirse cada año.
Pero esos no fueron los únicos efectos de la política monetaria de Volcker. A escala mundial el contagio en todo el abanico de tasas de interés terminó generando una recesión de gigantescas proporciones. La economía mundial se contrajo, provocando el colapso de los precios de materias primas. Todos los países subdesarrollados que dependían de las exportaciones de materias primas para mantener un precario equilibrio en sus cuentas externas se vieron atenazados en una combinación de pesadilla: altas tasas de interés y bajos precios de materias primas.
América Latina también se vio atrapada en este escenario. México fue el primero en declarar una moratoria en agosto de 1982, desatando pánico en los mercados. Argentina, Brasil, Chile, Venezuela y otros le siguieron los pasos de cerca. Todos acabaron pidiendo ayuda al Fondo Monetario Internacional, en un largo calvario que se conoció como la crisis de la deuda en América Latina. La recesión Volcker ocupó un lugar secundario en el diagnóstico de la crisis.
El corolario de ese diagnóstico, a todas luces insuficiente, fue que el modelo latinoamericano de industrialización, por medio de la sustitución de importaciones, había fracasado. El análisis llevó a conclusiones equivocadas y abrió las puertas a un neoliberalismo que llegó a Latinoamérica disfrazado de ayuda financiera, prometiendo equilibrios y crecimiento. Hoy, que observamos los estragos que el neoliberalismo trajo a toda la región, conviene recordar el papel de la recesión Volcker en la crisis de la década de los años 80.
Twitter: @anadaloficial

Confianza
Luis Linares Zapata
El hallazgo, bien publicitado, de un superpozo de petróleo y gas, de concretar las suposiciones adelantadas, dará un severo golpe a la desconfianza de opositores y rumorólogos al programa de inversiones en Pemex. Las famosas y multicitadas calificadoras tendrán que dar marcha atrás a sus filtraciones y dichos preventivos de riesgo. Alentadas, dichas agencias, por la constante crítica, estaban a punto de cumplimentar sus amenazas de catástrofe. La baja en la capacidad de la petrolera mexicana para honorar su deuda –filtraban con frecuencia– era inminente. Y con ello se ponía, aseguraban, en riesgo todo el crédito del gobierno y el de las demás instituciones privadas. Una cuasi hecatombe financiera en ciernes. Pues ahora tendrán que echar las campanas en reversa. La aportación que ese solo nuevo yacimiento hará, en el muy próximo futuro, tanto para cimentar nuevas inversiones en la petrolera como en la hacienda pública, es más que considerable.
La gran cátedra de opinócratas fue y tal vez continuará siendo, implacable: echarle dinero bueno a Pemex es un absurdo, decían con profunda y hasta reconocida capacidad predictiva. Esta vez, como en otras tantas maledicencias dedicadas a escudriñar con saña los trabajos que lleva a cabo el gobierno, harán que, al menos, los haga dudar de sus tajantes aseveraciones. El rendimiento que han dado las en verdad difíciles inversiones en Pemex, con ese solo yacimiento descubierto, bastan para justificar las que vendrán. La experiencia, capacidad y entusiasmo de los trabajadores de Pemex debe, ahora se exige, ser reconocida. Como también se lo debe hacer para con la administración que se ha hecho cargo de poner, a la decaída y vilipendiada empresa, de pie y con renovado orgullo.
La confianza que el Presidente, desde un inicio e invariablemente, tiene en el proyecto energético, diseñado con base en la capacidad generadora de Pemex y la CFE, dará el soporte necesario para el buscado desarrollo. La aportación de la iniciativa de los particulares, de acuerdo con las leyes y normas en la materia, también cumplirá un importante papel. El mercado eléctrico, ya en funcionamiento, les reconoce un lugar de privilegio y así seguirá en su marcha y crecimiento. Se pide que el balance actual en petrolíferos y electricidad, en cuanto a lo público y privado, se mantenga hasta el final del sexenio. La muy publicitada reforma energética del pasado sexenio, que aseguraba inversiones por demás cuantiosas y logros excepcionales, no cumplió su cometido. En verdad puede afirmarse con justeza que fracasó. Se debe ahora, por mandato de la voluntad ciudadana, dar cabida a una visión y proyecto distinto que se ha puesto en funcionamiento. Se ha procedido con sumo cuidado y respeto para no violentar ordenamientos, inversiones e iniciativas de los particulares. Pero el acento, por decisión soberana, está puesto en soltar las amarras que se les habían impuesto a las ahora llamadas empresas productivas del Estado. Se piensa que con este modo de pensar y hacer se cumplirá lo que el ciudadano requiere y espera para mejorar su bienestar y oportunidades de desarrollo.
En la proximidad de este final de año se espera otro reforzamiento a la confianza en mejorar las expectativas económicas. El T-MEC ha librado todos los obstáculos para su aprobación. Este solo hecho inducirá modificaciones tanto en las conductas de los consumidores como, también, en la de los inversionistas. Las empresas ya establecidas, cuya mirada alerta estaba puesta en la continuidad de las relaciones comerciales entre los países del hemisferio norte, entrarán en un periodo de tranquilidad. Con toda seguridad, podrán renovar sus pretensiones, con claridad suficiente, por un mejor y efectivo ambiente para sus negocios. En suma, se termina un año de sobresaltos y cambios que han desmadejado el modelo anterior de acumulación desmedida en la punta de la pirámide a costa del empobrecimiento masivo de la base. El cúmulo de encontronazos con una realidad distinta, que pretende implantar un nuevo régimen recibirá, con lo sucedido en la energía y el tratado acordado, el bálsamo de mitigación y el recambio de fuerzas para empujar el crecimiento de una economía, por ahora estancada.