Ha transcurrido ya algo más de un año desde que la pandemia ha ocupado el centro de la atención y la preocupación mundiales. Es ya evidente que se ha constituido en el hecho dominante del primer cuarto del siglo y más allá, quizá por varios lustros. Sus secuelas directas e indirectas seguirán dejándose sentir largo tiempo después de que la fase activa de contagios crecientes haya sido superada, merced sobre todo a las vacunas y la eventual invención de medicamentos efectivos, suficientes y asequibles. Resulta también evidente que las secuelas sociales –sobre la igualdad, la pobreza, la educación, entre otros– serán más severas y persistentes que las relativas a la actividad económica, el empleo, la inversión y áreas conexas, como el transporte y el turismo. Una aproximación a estas hipótesis puede desprenderse, con facilidad, del examen de la información cotidiana sobre la pandemia y de su acumulación a lo largo de los días.
Entre los periódicos que habitualmente reviso, me parece que es el Financial Times el que ofrece la información más completa y relevante sobre la pandemia. Como varios otros, cada día publica una sección de notas informativas, complementada con frecuencia con artículos analíticos signados por sus colaboradores regulares y por especialistas de muy diversas disciplinas. Me propongo en esta nota seguir las informaciones de un día –el 29 de marzo– y, a partir de ellas, aludir a las tendencias más amplias en que se inscriben. Como sugiere el título, ver un año a partir de un día.
El 29 de marzo de 2020 el total mundial de casos se situaba en 700 mil y el de defunciones en 30 mil. Un año después los casos sumaron 127.1 millones y los decesos 2.8 millones. Los factores de incremento fueron, respectivamente, 181.6 y 93.3. En el año, la morbilidad se situó en 4.3 por ciento y la mortalidad en 2.2 por ciento (sin incluir el aumento poblacional). Creció el número de países y territorios afectados: de una docena a más de 200. Sin duda, la peor afectación sanitaria global en algo más de un siglo.
Turquía reinstauró diversas medidas de confinamiento y distanciamiento a fines de marzo, para contener la dispersión del virus y evitar un rebrote que amenace el comercio y la principal temporada de turismo. También se produjo una declaración de la directora de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de EU, quien señaló que existe el riesgo de que la trayectoria de los contagios esté tomando, otra vez, un rumbo equivocado, por lo que subrayó la inconveniencia de desmantelar en forma prematura las prácticas de distanciamiento social. El confinamiento y el distanciamiento se adoptaron, con diversos grados de rigor y efectividad, en la mayor parte de los países afectados. Se tornaron cada vez más impopulares, sobre todo tras el inicio de la vacunación, lo que dio lugar a retiros precipitados y prematuros que, en general, tuvieron alto costo.
Nueva York, un estado que había vacunado a 15.2 por ciento de su población hacia el final de marzo, anunció tener capacidad para vacunar a todos los residentes de 30 años y mayores. Por su parte, la Unión Africana contrató con Johnson&Johnson el abasto gradual, a partir del tercer trimestre, de 220 millones de dosis para sus 55 miembros (habitados por mil 200 millones). La extrema inequidad en la distribución de vacunas ha sido, en realidad, escandalosa. Tanto como la negativa a flexibilizar el uso de las patentes que las amparan y tratarlas como bienes públicos de empleo universal. Parece no comprenderse que, como tantas veces se ha dicho, nadie estará a salvo de la pandemia mientras no lo estén todos.
El 29 de marzo, se anunció que “Canadá ha suspendido el uso de la vacuna de Oxford/AstraZeneca para los adultos jóvenes como ‘medida precautoria’ tras de que en Europa se habían manifestado preocupaciones de que podría estar ligada a raros casos de coágulos sanguíneos”. Semanas atrás, otros países habían dejado de usar esa vacuna por considerar que su efectividad en el caso de adultos mayores (de 70) no había sido suficientemente comprobada. En tres meses de disponibilidad amplia de vacunas –en los países avanzados, por supuesto– han menudeado las informaciones, desinformaciones y debates sobre la seguridad y confiabilidad de las vacunas, en paralelo con una confianza generalizada de que permitirán dar vuelta a la página de la pandemia, más pronto que tarde.
La OMS publicó al final de marzo su informe sobre los orígenes de la pandemia. El director general se adelantó a las críticas que sin duda se formularían, señalando que las conclusiones “no eran en modo alguno definitivas… se necesitan datos y estudios adicionales para formular conclusiones mucho más robustas”. Así, a más de un año de distancia, no se ha aclarado suficientemente el origen de la pandemia.
Un día y un año: la pandemia –hecho sin precedente en la memoria viva del mundo– puede verse como una repetición de acontecimientos en ámbitos cada vez más extendidos.
Pablo Mulás del Pozo (1939-2021)
In memoriam
UNAM: el golpeteo antisocial
Alrededor de 20 jóvenes encapuchados salieron ayer desde el Parque Hundido hacia el campus central de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde atacaron el edificio de Rectoría con cohetones y piedras, causaron destrozos en instalaciones y vehículos en varios puntos de las inmediaciones, e iniciaron un incendio en áreas verdes ubicadas dentro de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel. Además, golpearon al reportero gráfico de La Jornada Alfredo Domínguez, y dañaron el equipo de trabajo de este informador y de un colega de La Octava.
Los agresores no expresaron ninguna demanda, ni vinculada con la casa de estudios ni de otra índole. Aunque realizaron pintas con la leyenda UNAM no paga, en alusión a los retrasos y descuentos en los pagos de los salarios de profesores de asignatura y ayudantes, representantes de los docentes se apresuraron a señalar que no convocaron a ninguna movilización y que no tienen vínculos con el grupo que vandalizó Ciudad Universitaria.
En efecto, es del todo inverosímil que los integrantes del cuerpo académico que han sufrido atrasos en la entrega de sus percepciones –los cuales ya fueron subsanados, de acuerdo con las autoridades universitarias– tengan cualquier relación con quienes asaltaron las instalaciones de la UNAM y atacaron a los periodistas que cumplían con su labor de registrar los acontecimientos.
Es claro, en cambio, que estos grupos de choque operan como un mecanismo de desprestigio que desvirtúa causas y movimientos sociales, con un modus operandi elemental consistente en tomar cualquier coyuntura de descontento como pretexto para perpetrar desmanes. Ahí donde hay una causa legítima y justa, estas células aparecen para ampararse en el movimiento como excusa para sus despliegues de violencia, un proceso en el cual no sólo dañan infraestructuras públicas y privadas, sino de manera mucho más grave, afectan al prestigio de la causa en cuyo nombre actúan, causan un quebranto a instituciones claves como la propia UNAM, y ponen en peligro al conjunto de los ciudadanos.
Es ominoso que estos grupos de encapuchados no sólo no busquen la aceptación social como lo hace cualquier colectivo que pretende posicionar reclamos legítimos en la agenda pública, sino que parecen perseguir activamente el rechazo de la población e incluso provocar acciones represivas por parte de las autoridades. Así, el atraso político y la desorientación ideológica los convierten en instrumento de intereses inconfesables cuyo objetivo no parece ser el apoyo a reivindicaciones justas sino, por el contrario, su aniquilamiento ante la opinión pública.