Imaginemos que un peso pesado derriba a un peso pluma que aceptó subir al ring para, simplemente, conseguir algo de comida para su familia. Imaginemos que tras el nocaut, el pluma se recupera y en un abrir y cerrar de ojos hiere al pesado con un cuchillito que llevaba cosido en su pantaleta.
Sorprendido por el desenlace, algún comentarista imparcial dirá que el pluma sabía a lo que se exponía. Pero algún otro irá más allá del hecho en sí, y se quedará pensando en lo que dicen que gritaba el pluma cuando la policía lo llevó detenido: lo que no me mata me fortalece.
La imagen pretende, en sentido figurado, dar cuenta del martirio en curso de los pueblos de Colombia y Palestina, que, lejos de originarse en hechos puntuales (la reforma tributaria del presidente Iván Duque, el anhelo del primer ministro Benjamin Netanyahu para mejorar su imagen), confirman que el conocimiento de la historia es acumulativo.
Al periodismo corresponde, en principio, registrar el hecho en sí sin establecer el nexo interno entre el suceso y otros similares. Pero la simple descripción de un hecho no contiene su explicación. Y es que, frente a ciertos fenómenos, historia y periodismo van juntos, o nada se entiende. Pues la mera constatación de los hechos (esto fue así y así) tiende a subestimar su esencia, sin preguntar acerca de los porqués y los cómo, junto con el contexto.
En el conocimiento de cualquier historia o suceso, la analogía juega un papel esencial. No obstante, explicar un hecho parcial aplicándolo a otro, también conlleva el riesgo de incurrir en irregularidades desde el punto de vista lógico.
V. gr.: en agosto de 2009, el presidente de Venezuela Hugo Chávez advirtió: Colombia es una base de operaciones estadunidense y punta de lanza del nuevo coloniaje que representa un peligro real y concreto contra la soberanía y la estabilidad de la región sudamericana (agencias, 3/8/09).
Sin embargo, un historiador mexicano que nadie ha conseguido explicar cómo llegó a integrar el honorable Colegio Nacional, publicó 15 días después que sólo Uribe podía poner límites al proyecto de expansión bolivariano (Paralelos colombianos, Reforma, 23/8/09).
Chávez se apoyaba en documentación existente. En cambio, el audaz historiador proyectaba una imagen idílica del presidente Álvaro Uribe, a quien desde 1991 Estados Unidos venía observando su amistad personal con el supernarco Pablo Escobar Gaviria, jefe del cártel de Medellín abatido por la policía en 1993 ( Newsweek, agosto, 2004).
Lo cierto es que ya entonces, Colombia era el tercer receptor de la ayuda militar estadunidense, después del enclave militar que Tel Aviv administra en Palestina, y de Egipto. Ayuda que en algunas especialidades se transfiere a Bogotá, habiendo merecido por ello el agradecimiento del viceministro de Defensa de Uribe, Sergio Jaramillo, al decir que los mercenarios israelíes eran “…como sicoanalistas para nosotros: nos plantean temas en los cuales no habíamos pensado, nos ayudan a percibir los problemas que no habíamos percibido hasta ahora” ( Ynet News, 10/8/07).
Algo similar acontece en cada ocasión que Tel Aviv distrae la atención pública de sus problemas, desencadenando masacres y bombardeos sobre los palestinos. Ocasiones en que nuestro ecuánime historiador suele explicar con el acartonado lenguaje de la CIA para dar cuenta de tan desigual combate: terrorismo, guerra, conflicto, Hamas, túneles, Irán, cohetes… O bien, expresiones hipócritas como el derecho a existir o a defenderse.
Cuando hay fenómenos semejantes, la analogía con otros del mismo tipo no necesariamente será arbitraria, pues cuenta con la fuerza explicativa de la inferencia histórica. Y en este sentido, los pueblos de Colombia y Palestina, sometidos al martirio causado por gobiernos subrogantes de Washington, guardan muchas analogías.
El padecimiento de los colombianos se remonta a 1830, cuando los ideales de independencia quedaron a merced de las oligarquías antibolivarianas. Y el de los palestinos arranca en 1948, cuando para lavar su complejo de culpa y complicidad con el exterminio de los nazis, la comunidad internacional exportó a Medio Oriente la mal llamada cuestión judía.
Cerremos con algo de optimismo. ¿Quién está destinado a ganar en la lucha del débil contra el fuerte? En días pasados, un par de altos ex oficiales israelíes admitieron en entrevista con Hebrew Channel 13 que la ocupación había fracasado en el enfrentamiento actual con la resistencia palestina.
Kobi Maron, ex comandante del sector oriental en el sur del Líbano, afirmó: El Ejército no tiene capacidad de derrotar a Hamas, y no puede hacerlo desde el aire. Y Gonen Ben Yitzak, ex oficial del Shin Bet (servicio de seguridad interior), manifestó con amargura: Nuevamente hemos destruido Gaza y masacrado a su gente, pero no la hemos derrotado. Hagamos lo que hagamos, esta vez no habrá victoria. Hemos sido derrotados.
Chile: transformar la convención constituyente en la tumba del neoliberalismo
Marcos Roitman Rosenmann
El futuro no está diseñado. Como sucedió con el triunfo de la Unidad Popular y Salvador Allende, ni los más optimistas pensaban en una derrota tan aplastante de la derecha. El desconcierto en sus filas equivale al sufrido la noche del 4 de septiembre de 1970. Nada que celebrar, miedo y mucho que conspirar. Sus convencionistas no alcanzan el tercio necesario para imponer su ruta. La debacle se proyecta en las elecciones a gobernadores, alcaldes y concejales. Pero hay que estar alertas, la derecha no duerme, ni se desanima, sólo cambia su hoja de ruta. La abstención supera 60 por ciento en todas las elecciones. En ese contexto, la emergencia de pactos espurios, presiones y ruidos de sables pueden convertirse en noticias permanentes, buscando un cortocircuito en los trabajos de la convención.
La derecha se juega mucho y, ya sabemos, cuando pierden elecciones se dan a la tarea de conspirar para recuperar su poder. Sedición golpista y renuncia al discurso democrático. Debemos recordar que la convocatoria a la convención fue arrancada por la fuerza, producto de la rebelión popular que tiene movilizado a Chile desde el 18 de octubre de 2019 y se proyecta hasta nuestros días. Igualmente, es un aviso para los acólitos del proyecto de gobernabilidad neoliberal. Sus defensores no tardaron en reaccionar. El 15 de noviembre de 2019 firmaron el pacto por la paz y una nueva constitución, y en diciembre avalaron una reforma constitucional para garantizar la continuidad del modelo. En este amaño, participaron todos los partidos políticos, salvo el PCCH y el partido Humanista. Por consiguiente, hay que ser prudentes, los mismos que hoy ganan y pueden formar una mayoría de cambio, Apruebo Dignidad, la segunda lista más votada, con 28 constituyentes, tiene en sus filas a nueve representantes de Revolución Democrática y seis de Convergencia social, ambos partidos, junto con Sebastián Piñera, firmaron el pacto de la traición. En esta coalición, el Partido Comunista aporta siete y el resto se distribuye entre independientes, comunes y el frente regionalista verde. Algo similar ocurre con la candidatura de la ex Concertación: Apruebo. De sus 25 representantes, el Partido Demócrata Cristiano es el gran derrotado, sólo obtuvo dos representantes; tampoco salió mejor parado el Partido Por la Democracia, de Ricardo Lagos, que se deberá conformar con tres constituyentes, el Partido Radical obtuvo uno y el gran vencedor de la coalición ha sido el Partido Socialista con 15 asambleístas, tres obtuvo el Partido Liberal y uno fue a parar a los independientes de la candidatura. Todos han sido cómplices y ejecutores de las políticas neoliberales, la militarización del Wallmapu y criminalización del pueblo mapuche. Sus nombres están asociados a las políticas de corrupción, hambre y exclusión social. El resto de constituyentes, 65, hasta completar los 155, si descontamos los 17 que corresponden a los pueblos originarios, se reparten en candidaturas de independientes, ellos son la gran incógnita del proceso.
Todo abierto, más cuando las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina. Han sido convocadas para el 21 de noviembre en primera vuelta. Así, Chile entra en una espiral electoral de las primarias. La guerra entre los presidenciables se ha declarado. El 18 de julio tendremos la respuesta. Sus resultados reordenarán los posibles pactos y las estrategias de medio y largo plazo. Su importancia, si consideramos que los convencionistas estarán en pleno debate y sea quien fuere el ganador en las presidenciales, es relevante. La división de poderes se difumina cuando está en juego el orden neoliberal, pudiéndose crear un bloqueo que paralice la convención.
El nuevo mapa político que se dibuja en Chile puede ser el punto de inflexión que tanto han soñado los herederos del pensamiento político de Allende. Si se juegan bien las cartas, puede conducir a una refundación democrática del Estado. Para que así sea, será necesario ejercer un control sobre los constituyentes, mantener la sociedad movilizada, exigiendo claridad y un debate constante que no hurte al pueblo la participación desde los cabildos, las asambleas populares y los foros constituyentes. Si los partidos con el miedo en el cuerpo se coaligan trasversalmente, pueden optar por hacer fracasar la convención.
Mucho en juego, por un lado, mantener vivo el mito de un Chile exitoso inaugurado bajo la dictadura, que abrió el país a la inversión trasnacional, la economía de mercado y los tratados de libre comercio. La defensa de la revolución neoliberal se antoja sin cuartel. En estas condiciones, la redacción de la nueva Constitución es un campo donde se dirime el futuro y la dignidad del pueblo chileno. Se avecinan tiempos de luchas democráticas sin cuartel. Así concluía el Foro por la Asamblea Constituyente su comunicado, a dos días de las elecciones: “La ambición desmedida y depredadora de los capitalistas nacionales y trasnacionales […] Sólo están dispuestos a ganar, a saquear todo, sin ningún proyecto u horizonte estratégico que no sea el de la ganancia inmediata y abusiva. Están sembrando y sembrando vientos. Cosecharán tempestades”. Es la hora de abrir las alamedas.