En el marco de la pandemia de Covid-19 millones de seres humanos asisten de manera pasiva a la instauración de un totalitarismo tecno-sanitario-plutocrático integral de tal magnitud, que hace que las distopías de ciencia ficción de George Orwell ( 1984) y Aldous Huxley ( Un mundo feliz) se queden cortas, y que los totalitarismos clásicos parezcan apenas ejercicios de aprendices primitivos.
Según Naomi Wolf ( Ten Steps to Fascism: Authoritarianism in a Pandemic), Estados Unidos transita ya el décimo de los 10 pasos hacia el fascismo: el Estado ha fusionado al gobierno con las megacorporaciones financieras, tecnológicas y farmacéuticas de una manera similar a la del fascismo italiano, utilizando la crisis sanitaria como vehículo para justificar la supresión/abolición de los derechos humanos inalienables y civiles; pero no es sólo una guerra contra la libertad sino contra los seres humanos.
Antes Soshana Zuboff había acuñado la noción capitalismo de vigilancia y Cédric Durand, con su libro Tecno-feudalismo, colocó la economía política de la dominación digital en el contexto de la evolución histórica del capitalismo, demostrando cómo el Consenso de Washington terminó haciendo metástasis con la ideología californiana de los pioneros del Silicon Valley; una ideología parecida a la revolución schumpeteriana de destrucción creativa, pero con esteroides.
Según Durand, las plataformas del big tech se han convertido en feudos que se benefician de un vasto territorio digital poblado de datos con servicios que hoy se consideran indispensables; con una lógica extractivista aplicada al desarrollo del big data, los señores feudales que controlan Google, Amazon, Apple, Facebook, Microsoft, Uber han construido de facto un imperio online. Dominan sus haciendas y también al Estado y, a decir de Durand, el futuro caníbal del liberalismo parece estar dominado por la era de los algoritmos.
En el capitalismo de vigilancia, los datos, convertidos por algoritmos en inteligencia artificial (IA), constituyen el factor ordenador de la economía y la principal fuente de poder y riqueza. Lo que en la época feudal representaba la tierra, y posteriormente el capital industrial y la propiedad intelectual, hoy son los datos de la vida personal (emociones, hábitos, gustos, movimientos corporales, pensamientos íntimos), que, recopilados y transformados por la IA en productos de predicción, se venden en mercados de futuro del comportamiento.
Volviendo a los 10 pasos que según Naomi Wolf conducen al fascismo (entre ellos, la invocación de una amenaza externa o interna, el desarrollo de una fuerza paramilitar, las restricciones a la prensa, la subversión del Estado de derecho), desde marzo del año pasado, montado y usando como pretexto una crisis sanitaria, Estados Unidos ha llegado a ese estadio.
Autora de best-sellers, entre ellos El fin de América: carta de advertencia a un joven patriota e Indignación: sexo, censura y criminalización del amor, Wolf ha mostrado cómo las epidemias de enfermedades infecciosas (cólera, tifus) fueron explotadas en el siglo XIX por el imperio británico para aplastar libertades e invadir la intimidad de las personas, como ocurre ahora con las medidas de excepción de los regímenes corona, basadas en el abuso de la prueba PCR y el viciado protocolo Drosten (ver cormandrostenreview.com y https://cutt.ly/MbxbjYQ).
Al respecto, Wolf ha criticado las medidas y leyes de emergencia en muchas entidades estadunidenses, que con el sello de un estado policial suspendieron el debido proceso legal; cerraron empresas, escuelas, parques y playas ; impusieron multas a quien no llevara mascarillas al aire libre y restricciones al derecho de reunión; proyectan pasaportes de vacunas que se saltan la Cuarta Enmienda de la Constitución, permitiendo al gobierno y a las corporaciones tecnológicas ( big tech) inmiscuirse en la privacidad médica y crear un estado de vigilancia digital integral.
Ha cuestionado también la supresión de la libertad de expresión, la censura, las amenazas, la marginación y el ataque a la reputación de médicos y científicos que disienten con los experimentos masivos en seres humanos con vacunas basadas en genes sin un consentimiento informado (Código de Nuremberg), por las grandes corporaciones tecnológicas y el magnate Bill Gates, así como el secuestro de la ciencia en aras del biofascismo y para beneficio de grandes intereses farmacéuticos.
Según Wolf, para servir a los intereses de ese biofascismo –representado por la nueva normalidad del Foro Económico Mundial de Davos, el paso 10 médico-fascista−, las plataformas del Proyecto de Seguimiento Covid y la Universidad Johns Hopkins, patrocinadas por Michael Bloomberg y Bill Gates con respaldo de la Organización Mundial de la Salud, han manipulado la verdad y proporcionado datos no verificados que afectan directamente a los mercados de valores. Y lo más grave, el nuevo biofascismo es una guerra contra los seres humanos y las cualidades que nos hacen humanos; las mascarillas –que pueden producir severos daños físicos, síquicos y sociales, ver doi.org/10.3390/ijerph18084344−, rompen la capacidad de relacionarnos cara a cara y disfrutar del contacto humano, e implementar la escuela vía plataformas de aprendizaje a distancia de big tech, viola los derechos de los niños y garantiza que no sepan cómo comportarse en el espacio humano, un espacio no mediado o vigilado por la tecnología.
Hoy, las amenazas a la libertad, que en 2001 se justificaban con el terrorismo y antes con el comunismo, tiene un nuevo vestido: la pandemia sanitaria con mutaciones estacionales ad eternum… De allí que, a juicio de Wolf, recuperar el espacio y la cultura analógicos −el contacto humano− sea hoy la gran fuerza revolucionaria de resistencia a esa forma de biofascismo integral y para recuperar la libertad humana.
Colombia: Duque recula
El presidente colombiano, Iván Duque, oficializó ayer su solicitud al Legislativo de que se retire el impugnado proyecto de reforma tributaria elaborado por el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, que pretendía transferir a las clases medias y medias bajas el costo de los programas sociales y de las medidas de mitigación de la pandemia de Covid-19, pero dejaba intocado el injusto sistema hacendario que prácticamente exonera de obligaciones impositivas a los oligopolios, como los que controlan las actividades extractivas y las exportaciones de azúcar y plátano.
La iniciativa recrudeció las protestas callejeras que tienen lugar en Colombia desde el año pasado, y para echar más leña al fuego, los excesos represivos dejaron saldo de 13 muertos en cuatro días de manifestaciones.
Aunque es evidente que la decisión presidencial es resultado de la presión popular, el mandatario adujo que retiraba la reforma a fin de evitar incertidumbre financiera y pidió al Congreso que elabore una nueva iniciativa por consenso, lo que obliga a preguntarse por qué su gobierno no buscó el acuerdo nacional antes de presentar una serie de medidas fiscales que generaron una ola de repudio y abusos policiales que costaron vidas y que colocaron a su presidencia en una nueva cota de impopularidad.
En tales circunstancias, lo declarado ayer por Duque resulta demasiado poco y demasiado tarde para recomponer las cosas. En lo inmediato, la exigencia social se ha redirigido a la renuncia de Carrasquilla, un neoliberal puro y duro formado en Chicago que ya había encabezado el Ministerio de Hacienda en los periodos presidenciales de Álvaro Uribe y que si bien ha estabilizado las finanzas, lo ha hecho a costa de colocar a su país como el segundo más desigual en América Latina y de elevar la deuda pública y el déficit fiscal.
Más allá de la situación de Carrasquilla, principal garante y operador de los intereses oligárquicos y corporativos, es claro que el gobierno colombiano debe comprometerse en el abandono del modelo neoliberal, el cual no sólo ha agravado la inequidad y los contrastes sociales sino que ha ido acompañado de una grave corrupción y de un dispendio injustificable en las altas esferas del poder público.
En el caso colombiano queda claro que ninguna reforma hacendaria puede resolver la crisis política si no se adopta, además, un programa creíble de austeridad gubernamental y de lucha contra la corrupción.
Más aún, el Ejecutivo debe reactivar el plan de paz firmado en la administración anterior por el ex presidente Juan Manuel Santos y los dirigentes de las disueltas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), cuya congelación por el actual gobierno ha dado lugar a nuevas masacres, asesinatos selectivos y, en general, a una reactivación de la violencia en la nación sudamericana.
En suma, si Duque quiere dejar atrás el descontento social que recorre Colombia y recuperar algo de la credibilidad que ha perdido en dos años y medio de ejercicio presidencial, debe emprender una reorientación general de los objetivos y lineamientos de gobierno.