John M. Ackerman
Hoy, los principales obstáculos al cambio social en México son el desánimo y la desesperanza de la población, la sensación de que independientemente de lo que hagamos las cosas seguirán igual. Después de dos años de protestas constantes todavía no conocemos el paradero de los 43 estudiantes desaparecidos de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa. Después de cuatro años de movilizaciones contra la corrupción y el cinismo de Enrique Peña Nieto, el príncipe de Atlacomulco sigue despachando en Los Pinos. Después de una década de marchas en contra de la privatización petrolera, las empresas privadas y trasnacionales cada día saquean más el oro negro. Y después de 30 años de lucha por la democracia, se siguen comprando y robando elecciones, aun con mayor descaro que nunca.
Sin embargo, a pesar de la aparente estabilidad del régimen autoritario, acontecimientos recientes indican que México hoy se encontraría inmerso en un proceso de profunda transformación política equivalente a lo que ocurrió durante la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Quizá nunca antes en la historia ha sido tan repudiado y vilipendiado un presidente mexicano como lo es hoy Peña Nieto. Las posibilidades de una relección del PRI en 2018 cada día se ven más distantes. Y los desesperados esfuerzos por inflar a una figura tan desprestigiada como Margarita Zavala como candidata de la continuidad evidencian el claro agotamiento del régimen.
El éxito del movimiento magisterial para frenar la contrarreforma educativa de Aurelio Nuño tiene pocos antecedentes en la historia. Los maestros no exigen nada para ellos, sino que demandan la derogación de una política pública que lastima profundamente la formación de las nuevas generaciones. El movimiento ya no es solamente gremial, sino que se ha convertido en una verdadera fuerza política con enorme respaldo social y popular.
La reciente liberación, bajo caución, de los líderes presos políticos de la sección 22 de la CNTE de Oaxaca, Rubén Nuñez, Francisco Villalobos, Aciel Sibaja y Heriberto Magariño, entre otros, es una clara indicación de la debilidad del gobierno. A pesar de los esfuerzos de Miguel Ángel Osorio y Arely Gómez por fabricar delitos contra los líderes, con el fin de mantenerlos tras las rejas durante las negociaciones en la Secretaría de Gobernación, los jueces no pudieron resistir tanto frente a la movilización en las calles como a la fuerza de los argumentos jurídicos esgrimidos por los abogados defensores. Esta contundente derrota para el gobierno demuestra que cuando logramos superar sectarismos y oportunismos estériles, la unión popular es mucho más poderosa que la mafia en el poder.
El extenso discurso de López Obrador en Acapulco, el pasado jueves, también alimenta la esperanza. En su disertación, el presidente del partido Morena delineó con claridad su visión del cambio y porvenir de México hacia 2018. Todo mexicano debería revisar con cuidado su intervención (disponible aquí: http://ow.ly/afM6303dFXp ) antes de juzgar desde la ignorancia.
Hoy existe una república simulada, no un gobierno del pueblo y para el pueblo. En los hechos, un pequeño grupo ha confiscado todos los poderes y mantiene secuestradas las instituciones públicas para su exclusivo beneficio. El Estado ha sido convertido en un mero comité al servicio de una minoría rapaz, y, como decía Tolstoi, un Estado que no procura la justicia no es más que una banda de malhechores.
Así inició López Obrador su discurso. ¿Alguien en su sano juicio y que conozca el funcionamiento de la política nacional podría discrepar de este contundente diagnóstico del estado actual de las cosas? ¿Alguno de los integrantes del gobierno de Peña Nieto habrá leído alguna vez una sola obra de León Tolstoi?
En vez de la agenda neoliberal o neoporfirista, que sólo consiste en que unos cuantos se apropien de bienes de la colectividad, debemos pensar en construir un acuerdo para elevar la honestidad a rango supremo y convertirla en forma de vida y de gobierno porque esa es la gran riqueza de México, continuó López Obrador en su mejor estilo maderista.
En su cobertura del discurso de Acapulco, los medios se enfocaron casi exclusivamente en el ofrecimiento de perdonar a quienes hayan traicionado a la República durante las últimas décadas. La mayoría de los periodistas dejaron fuera la parte medular del discurso de López Obrador sobre el tema de la impunidad:
En forma categórica expreso que cuando triunfe nuestro movimiento no habrá impunidad. Al asumirse el mando del Poder Ejecutivo se presentará una iniciativa para llevar a cabo una reforma a la Constitución y eliminar los fueros de los altos funcionarios públicos. Entre otras medidas, se va a suprimir la disposición de que el presidente de la República no puede ser sujeto a ninguna pena por el delito de corrupción.
Los procesos revolucionarios siempre son largos y llenos de contradicciones. Pocas veces proceden de manera lineal, sino que avanzan cíclicamente por medio de una serie de pasos diferenciados que suelen confundir y rebasar a los mismos protagonistas políticos. Las victorias más gloriosas rápidamente se convierten en derrotas y de las cenizas de la derrota más estrepitosas puede surgir sorpresivamente el ave fénix de la victoria.
Así fue durante la Independencia, la Reforma y la Revolución. Así es y será durante el actual proceso de construcción de la Cuarta República.
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