Los señores del dinero, dueños de las empresas poderosas y ricas que aun quedan en manos de mexicanos, están indignados contra los maestros paristas que luchan por defender en primer lugar la educación pública, gratuita y universal y en segundo, pero no menos importante que el primero, sus carreras magisteriales, empleos, salarios, su antigüedad como docentes; todo, amenazado por la llamada reforma educativa.
Ellos, los del dinero, tienen poder económico. Se agrupan en la Coparmex, en la Concanaco, en la Concamin; forman parte del Consejo Coordinador Empresarial y se aglutinan alrededor de un membrete-lema-consigna que denominan Mexicanos Primero, el cual es un eufemismo para decir nosotros primero, nosotros, mexicanos de primera, somos privilegiados de muchas maneras; tenemos fortunas, concesiones, contratos con el gobierno; nos exentan de impuestos, pero nos molesta que los profesores de la CNTE y la gente que los apoya cierren carreteras, se planten en los caminos, pongan campamentos en las plazas de las ciudades para hacer sus protestas, y con ello retrasen el tránsito, molesten los negocios y generen pérdidas económicas millonarias.
Los señores se enorgullecen de dar primacía a los mexicanos, pero venden sus negocios a los extranjeros y se congratulan con las inversiones de fuera que nos convierten en braceros o inmigrantes en nuestra propia tierra; están acostumbrados a mandar, a ser obedecidos; no les gusta escuchar y ven la vida del resto de los mexicanos, de la mayoría de mexicanos que son pobres, como algo lejano, y sólo les interesa cuando son sus empleados o cuando estorban sus negocios; se impacientan ante lo que califican de desorden, violación a la ley, anarquía. Su impaciencia se acrecienta cuando la autoridad, contra lo que ellos esperan; no envía policías, soldados, bombardeos aéreos contra los desesperados que molestan y provocan su enojo.
Se impacientan y les truenan los dedos a quienes consideran empleados a su servicio, a los poderes formales que no atinan ante la crisis política por la que pasamos. Reclaman a los legisladores que su partidos asuman el costo político de desalojar a los maestros y padres de familia; piden poner fin, de una vez por todas por la fuerza, a los campamentos, plantones y marchas de los insurrectos. En el fondo quisieran poder desaparecerlos.
Mexicanos de primera se sienten; se escudan en el membrete creado por algún genio de la publicidad. Mexicanos Primero les truenan los dedos a los jueces para que les concedan amparos en contra de lo que califican de tolerancia excesiva, lenidad, inactividad del gobierno; les indigna el diálogo entre los representantes del gobierno y los dirigentes magisteriales. Dirán para sus adentros: mexicanos nosotros; los demás, maestras, maestros, líderes quién sabe que sean, pero que regresen a sus desmanteladas escuelas, a sus pueblos rabones y dejen de importunar.
Ni siquiera se preguntan qué es lo que quieren los paristas; no entienden de lo que se trata, les molestan y ya. Algunas señoras encopetadas dirán que oyeron a un taxista o a su cocinera que pasó por ahí que los campamentos huelen mal, que dan mal aspecto; otros sólo que estorban el paso e impiden la vista agradable. No les interesa escuchar por qué esos maestros se sacrifican pasándola mal, con carencias, con lluvia o con sol y yendo de un lado a otro, a Gobernación, a la SEP, a Los Pinos llevando a todas partes sus consignas y sus carteles.
Se niegan también a escuchar siquiera a los expertos en pedagogía o ciencias de la educación, de la UNAM, de El Colegio de México, de la UAM, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y de otros ámbitos académicos que han señalado una y otra vez que la reforma no es educativa, daña la estructura actual de los sistemas escolares y compromete el futuro; no quieren atender argumentos, quieren sólo ser obedecidos.
Habrá que preguntarles si han visitado un campamento de maestros, si conocen una escuela rural o al menos la cercana a su barrio o si han hablado con una profesora o con un inspector escolar. Tendríamos que explicarles que hay escuelas con pisos de tierra, con paredes de cartón piedra y que las menos abandonadas apenas si cuentan con agua y servicios sanitarios; que los padres de familia tienen que pagar útiles escolares, material didáctico y mantenimiento de los edificios. Exigen educación de calidad y escuelas certificadas, maestros evaluados y lenguas extranjeras en los programas de estudio, como si supieran de qué se trata, como si entendieran cuál es el problema.
Esos mexicanos primero se duelen de las pérdidas económicas que la crisis en la educación y la tozudez de la SEP están provocando y de que les merman minucias a sus ganancias como quitar un pelo a un gato; no valoran lo que los maestros ponen en juego: su tranquilidad, su comodidad modesta, a veces su salud, su libertad y en casos extremos su misma vida.
Su actitud se parece a la del fariseo que escoge en su bolsa la moneda más pequeña para dar el óbolo al templo y mira de reojo a la pobre viuda que da también una pequeña moneda, pero que es la única que tiene. En el fondo dicen, mexicanos nosotros, los demás no importan.
jusbb3609@hotmail.com
Subir al inicio del text