lunes, 14 de mayo de 2018

Lejanía de la política.

León Bendesky
Las tentaciones electorales son muy grandes para los candidatos en la contienda y los ciudadanos que deciden con su voto.
En el curso de las campañas, los candidatos están muy expuestos a diario y dicen muchas cosas; demasiadas son por conveniencia, muchas por necesidad, algunas por salir del paso. No son tantas las que emanan de las convicciones.
Estas últimas son, por su propia naturaleza, más difíciles de transmitir de forma eficaz, sobre todo cuando la elección tiene un tono pasional definido por las querencias o los rechazos que provocan los candidatos, en el caso actual, principalmente, Andrés Manuel López Obrador.
El PRI cambió a principios de este mes a su presidente nacional, ya en plena campaña, una decisión política bastante indicativa de cómo van las cosas para ese partido en la pugna electoral.
Aunque parezca sorprendente, el PRI se priízó aún más, algo que ya no parecía posible. Pusieron a la cabeza a un genuino representante de las prácticas partidarias más ortodoxas reconocibles y de inmediato garantizó, esa fue la expresión que utilizó, que el tricolor ganará las elecciones.
No sabemos si esta declaración es un buen deseo, o bien una arenga exigida en el momento de tomar las riendas de la campaña en el partido. Pero también puede ser un aviso o incluso una advertencia. No tiene ninguna ingenuidad.
La incertidumbre de lo que garantizar implica en este momento, surge de la evidencia del curso sobre las campañas y de las tendencias que muestran las encuestas sobre la preferencia del voto entre los electores. Ya veremos, pero el significado que tal garantía evoca no es trivial, sobre todo luego de la elección de gobernador en el estado de México
Meade empezó a mimetizarse de inmediato con el cambio del dirigente nacional del partido al que representa. Con eso admite expresamente que su adoptada pertenencia al PRI no es una cuestión de preferencias o de identificación ideológica; él mismo se encargó, cuando fue designado candidato por el presidente Enrique Peña Nieto de señalar la distancia que tenía con el partido. Lo que dice a gritos ahora su campaña es que no hay de otra y tiene que llevar a lomo la pesada carga que ahora representa como credencial política y nada menos que para la Presidencia.
Así, el que fuera secretario de Hacienda ha propuesto nada menos que dar mil 200 pesos mensuales a las madres jefas de familia. Hecha tal declaración en el Día de las Madres no es lo que se espera de quien fue responsable de las finanzas públicas durante dos sexenios sirviendo a distintos partidos, y también de la Secretaría de Desarrollo. Esa no es una medida económica razonable en materia del bienestar de los hogares, no lo es en términos de una política social con un mínimo de coherencia y tampoco como medida financiera. Y eso Meade lo sabe bien.
La tentación electoral se ve igualmente, por ejemplo, en cuanto al precio de la gasolina. Ricardo Anaya habla de bajarlo, AMLO de que no suba mas allá de la inflación. Lo segundo es en principio más razonable aunque complicado. En ambos casos se enfrenta una cuestión fiscal en cuanto a los ingresos y gastos del sector público.
Intervenir en los precios tiene que ver con la manera en que la reforma fiscal definió el mecanismo con el que se determinan hasta llegar a nivel de calle, en las gasolinerías, además tiene que ver con el modo de absorber las fluctuaciones del precio del petróleo. Se trata, finalmente, otra vez, de la aplicación de subsidios en un mercado tan relevante como es el del conjunto de los energéticos. No debe olvidarse que el precio de estos productos afecta de modo significativo el índice inflacionario.
Prometer no empobrece, me enseñaron desde chico. Y, sabemos que empobrece menos cuando se hace desde el gobierno o aun más antes de gobernar. Es sin duda más barato hacerlo en plena campaña electoral. Luego habrá otros paganos, o sea, siempre los ciudadanos. Y, entonces, ¿quién rendirá cuentas de las promesas hechas o de las repercusiones adversas de las políticas públicas?
López Obrador platea una visión más completa de lo que habría de ser un gobierno encabezado por él. Es un político con mucho recorrido y no sólo en un sentido metafórico, sino literal. Paradójicamente, eso alienta a sus seguidores y también a sus detractores. Su imagen pública está claramente polarizada.
El voto puede ser por convencimiento y no es igual que el que se emite por miedo o, aun más, por hartazgo. Esto es un rasgo triple que sobrevuela al proceso electoral que está ya prácticamente en su etapa final. No se puede ir a las urnas esperando que la mano invisible guíe al marcador en la boleta.
Las campañas tienden a esconder las posiciones de muchos otros ciudadanos y, también, otros trabajos políticos que existen en un país grande y diverso como éste. Los espacios se cierran, las oportunidades se monopolizan.
Mientras la sociedad se transforma de muchas maneras: por la demografía, el acceso a la información y la formación de las opiniones. Tal vez los políticos tradicionales ni se imaginan lo que esto significa y lo que hoy ya puede representar.
Lo que seguramente no cabe relegar, nadie puede hacerlo, es el hecho contundente de que estamos en una situación de emergencia. Es difícil calcular la brecha, que puede ser enorme, entre lo que escuchamos en las campañas, cuyo contenido ni entusiasma ni alegra a nadie, y lo que ahora quiere esta sociedad.