domingo, 16 de diciembre de 2018

Bajo La Lupa.

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Chalecos amarillos: convergen izquierda, derecha, generales y rurales
Alfredo Jalife-Rahme
▲ Chalecos amarillos se manifestaron en los Campos Elíseos, en París.Foto Afp
Estalló en Francia la nueva revolución de los chalecos amarillos: 50 años después del movimiento de 1968.
Thierry Meyssan, de Réseau Voltaire, juzga que el Rothschild boy Macron le debe su campaña a Henry Kravis, jefe de uno de los mayores emporios financieros de la globalización, la KKR y a la OTAN (https://bit.ly/2EndWzY ): esa onerosa deuda hace hoy aún más difícil la solución de la crisis de los chalecos amarillos.
KKR es uno de los principales fondos de inversiones donde opera el ex director de la CIA, general David H. Petraeus: uno de los principales proveedores de armas de los yihadistas.
Para Thierry Meyssan, el problema de los chalecos amarillos es profundo y no podrá resolverse sin cuestionar la globalización financiera, cosa que Macron no puede hacer.
Según Meyssan, Occidente devora a sus hijos, al atravesar una crisis existencial y de oposición a la globalización financiera (https://bit.ly/2QDixEw ).
Macron ha tenido la gracia de catalizar en su contra a la extrema izquierda de Jean-LucMélenchon y a la extrema derecha de Marine Le Pen, sumados de generales y de las clases rurales y medias suburbanas que han detonado el movimiento acéfalo de los chalecos amarillos que llegó a su quinta semana de insurrección.
Preocupa la confrontación de Macron con los generales cuando al inicio de su mandato hace 19 meses despidió al jefe de Estado Mayor, Philippe DeVilliers (https://lemde.fr/2PFxK3w ), quien se opuso a sus medidas neoliberales que favorecen a la parasitaria banca globalista y desmantelan al ejército nuclear francés.
Ahora un grupo de generales franceses redactaron una carta abierta a Macron a quien acusan de cometer traición (sic) por firmar el Pacto de Migración de la ONU (https://bit.ly/2CgTXS3 ) contra la soberanía de Francia. La carta fue redactada por el general Antonie Martinez, firmada por otros 10 generales, un almirante y un coronel, así como el ex ministro de Defensa, Charles Millon.
Puede uno estar en favor o en contra de las tesis de Alexander Dugin –ideólogo del zar Vlady Putin con su libro seminal La cuarta teoría política (https://amzn.to/2EkGrym )–, pero no se puede soslayar que Rusia ha sido acusada en forma antihigiénica por el gobierno de Macron de incitar a la revuelta de los chalecos amarillos mediante las redes sociales –como si estas fueran manipulación exclusiva de Moscú.
Una cosa es que el gobierno francés tenga razón de exhortar a Trump (que alienta a los chalecos amarillos) de no inmiscuirse en sus asuntos internos y otra cosa es golpear con palos de ciego a los dos máximos dirigentes nucleares del planeta (Trump y Putin), lo cual expone la búsqueda de un chivo expiatorio externo para ocultar las medidas antipopulares domésticas del atribulado Macrón.
A mi juicio, si Macron busca confrontarse a Trump y a Putin simultáneamente, más vale que empiece a contar sus días en su poder horadado.
Dugin interpreta la insurrección en Francia por los chalecos amarillos y la anatomía del populismo y el desafío lanzado a las élites globales (https://bit.ly/2UNguNF ).
El término populismo en Rusia no tiene la misma acepción peyorativa que en México (deformado por los medievales itamitas/neoliberales derrotados). Al contrario, en Rusia goza de prestigio por ser un movimiento que emana del pueblo.
A juicio de Alexander Dugin, la marca principal del populismo europeo moderno es que modifica radicalmente el antagonismo entre izquierda y derecha surgido de la gran revolución francesa cuando “rechaza el esquema clásico de izquierda/derecha y no sigue ninguna actitud ideológica estricta”. Esa es precisamente su fuerza y éxito al no jugar según las reglas prestablecidas.
Considera que es asombroso que tales movimientos populistas sean dirigidos contra el conjunto de la élite política, sin distinción, sean de derecha o de izquierda cuando la periferia de la sociedad se rebela contra su centro.
Concluye que hoy no hay más derecha ni izquierda: sólo el pueblo contra la élite. Sólo globalistas en decadencia contra nacionalistas en ascenso.
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