Iván Restrepo
Cuando los delegados de los 200 países que suelen asistir a las cumbres sobre el clima designaron a la ciudad de Katowice, en Polonia, para la reunión de este año (la COP24), seguramente sabían que era el sitio ideal para mostrar cómo no se cumplen los compromisos internacionales para disminuir la generación de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global. Destacadamente el Protocolo de Kyoto (1997) y el Acuerdo de París, firmado hace tres años. Y es que dicha ciudad y toda Polonia brillan entre los 27 países que forman la Unión Europea (UE) por su negligencia en hacer realidad lo acordado en las cumbres climáticas.
Es el caso del uso del carbón como energético. Polonia es el más dependiente y no cuenta con un programa para dejar de serlo pues no sabe en qué ocupar a los miles de trabajadores que laboran en dicho sector. Tampoco Alemania, el segundo consumidor de carbón de la UE. Los países vecinos se quejan de la contaminación atmosférica que les causa, en especial en las áreas boscosas. Otros países, como Rusia, Arabia Saudita, Kuwait y Estados Unidos, insisten en seguir dependientes del petróleo, el gas y el carbón porque mueven su economía. En el caso de los tres primeros, el petróleo y el gas son fuente importante de divisas e influencia geopolítica. Los cuatro países mencionados cuestionaron en Katowice, el Informe Científico de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) elaborado por los especialistas más calificados en la materia, en el que afirman que el planeta se está calentando más rápidamente que nunca y los países no están haciendo todo lo necesario para cumplir las metas propuestas para evitarlo.
El sábado concluyó la COP24 en Polonia, la más importante desde la de París en 2015, pues sirvió para hacer operativo a partir de 2020 el acuerdo firmado en la capital francesa, en el que la comunidad internacional se comprometió a frenar el aumento de las temperaturas por debajo de dos grados. Lo destacado de la COP24 es que se pudieron sellar las reglas que permitirán aplicar el acuerdo parisino. Y hacer efectiva, pero muy flexible, la transparencia al informar cada país de los logros en la materia. Sin embargo, no se tomó como primordial el informe del IPCC donde se recalca la necesidad de tomar medidas más radicales y urgentes pues la temperatura del planeta aumenta más de lo previsto. De no hacerlo, para 2100 será mayor a dos grados, límite máximo acordado en París.
En la Cumbre de Polonia, además, se hizo evidente que los grandes productores de petróleo, gas y carbón carecen de un plan alternativo para ocupar a la masa trabajadora que quedaría sin empleo si cumplen con los acuerdos climáticos. El colmo es la declaración del presidente Trump contra la General Motors por sus planes para tener a la venta el próximo quinquenio 20 modelos de coches eléctricos y de esa manera garantizar cero emisiones de contaminantes. Trump dice que han cambiado todo el modelo de General Motors. Han ido a todo eléctrico, y todo eléctrico no va a funcionar... al entrar en este modelo que se está tomando, creo que es un error. El anuncio de la trasnacional lo acompañó de su decisión de cerrar cuatro plantas en suelo estadunidense. Pero reubicará a los 15 mil trabajadores de esas plantas en otros complejos.
La nueva ruta de la General Motors es acertada y no descarto que la poderosa trasnacional tomara como ejemplo a China, la principal emisora de gases de efecto invernadero, fruto de su acelerado crecimiento industrial. La dirigencia china aprobó hace dos lustros cambiar radicalmente la tecnología tradicional de sus plantas automotrices ante la imposibilidad de competir con el resto del mundo y, de paso, para frenar la contaminación. Apostó entonces por los coches eléctricos. Este año, producirá más de 1.5 millones de unidades, más que el resto del mundo.
¿Y en México? Malas señales, con políticas en pro de mayor uso del carbón, el petróleo y el gas. Con el incremento del transporte contaminante en las ciudades y las carreteras. Y 48 por ciento menos presupuesto en 2019 para el medio ambiente.
Con un abrazo para Carlos Payán
American curios
Angelitos
David Brooks
▲ Claudia Maquín, madre de Jakelin, la niña guatemalteca de siete años que murió estando bajo custodia del gobierno estadunidense.Foto Ap
“Ya se murió el angelito/ Y no quisiera llorar…”
Jakelin tenía siete años cuando murió, mientras ella, su padre y decenas de otros migrantes estaban bajo la custodia de las autoridades de protección fronteriza. Nos enteramos hasta el pasado jueves –porque unos periodistas del Washington Post preguntaron– aunque murió casi una semana antes y nadie dijo nada. Aún no se saben exactamente las causas; el informe preliminar era que se deshidrató y no había comido en días, algo que ahora disputa su familia. Pero el hecho es que murió en manos del régimen de Trump.
Las autoridades se lavaron las manos y le echaron la culpa a su familia y a todos los migrantes. La secretaria de Seguridad Interna, Kirstjen Nielsen, declaró: este es sólo un ejemplo muy triste de los peligros de este viaje. La familia optó por ingresar ilegalmente.
Mientras tanto, aproximadamente 14 mil 700 menores de edad que migraron no acompañados a este país siguen detenidos en la red de más de 100 albergues administrados por el gobierno estadunidense. Entre ellos, permanecen por lo menos 100 (y tal vez el doble) de los miles que fueron separados de su padres y enjaulados a lo largo de más de un año por órdenes de Trump. Es un campo de niños prisioneros, denunció el senador Jeff Merkley este fin de semana al intentar visitar un centro de detención provisional en Tornillo, Texas.
A finales de noviembre, cerca de Tijuana, niños –algunos en pañales– se estaban asfixiando con el gas lacrimógeno que lanzaron agentes fronterizos estadunidenses al lado mexicano.
Al otro lado del mundo, en Yemen, se estima que han muerto de hambre más de 85 mil niños menores de cinco años de edad en el peor desastre humanitario en el mundo hoy día; eso, sin contar a los más de mil 200 de niños que han muerto por bombas Made in USA y balas de una guerra encabezada por Arabia Saudita con el apoyo de Washington.
A la vez, al otro lado del Atlántico, otra menor de edad, la sueca Greta Thunberg, de 15 años, tomó el micrófono ante los representantes de casi 200 países en la conferencia mundial sobre cambio climático en Polonia –incluyendo los de Estados Unidos que oficialmente ha rechazado el consenso científico sobre el cambio climático y promueve mayor producción de hidrocarburos– y declaró: ustedes dicen que aman a sus hijos más que todo, y aun así les están robando su futuro ante sus propios ojos por no hacer lo necesario para frenar el cambio climático. Nos han ignorado en el pasado, nos ignorarán otra vez, pronosticó. Y concluyó que los representantes del mundo reunidos ahí sólo repiten las mismas ideas malas que nos llevaron a este desastre, y los acusó: ustedes no son suficientemente maduros como para decir las cosas tal como son.
¿Quién tiene la culpa, quiénes son los responsables por Jakelin, por tolerar ver a niños en jaulas, por los niños sin nombre de Yemen, por los niños que todos los días reciben noticias de que tal vez se aproxima el fin del mundo por la falta de respuesta de los adultos a la crisis ecológica tan documentada?
Un gran músico sirio, el clarinetista Kinan Azmeh, quien trabaja con Yo Yo Ma en su proyecto de la Ruta de la Seda, comentó en el bellísimo documental Música para extranjeros que por momentos le parece absurdo hacer música, ya que eso no puede frenar las balas y las bombas que han destruido a su país, ni resuelve el problema de los refugiados. Igual, algunos periodistas a quienes nos toca reportar sobre todo esto, o escribir una columna como ésta, nos preguntamos lo mismo, ¿para qué?, ya que las palabras, las fotos y los análisis no logran salvar a una niña guatemalteca, a sus compañeros en jaulas en lugar de aulas, a los que soñaban ser doctores o poetas muertos por una bomba en Yemen, o casi todos los niños a quienes les hemos anunciado que tal vez serán los testigos del fin del mundo.
Pero tampoco es opción el silencio.
“Ya se nos fue este angelito/ ¿Quizá cuántos más se irán?… Ya se murió el angelito/ Y no quisiera llorar…” (El angelito, versión de Óscar Chávez).