Bernardo Bátiz V.
En tiempos de crisis y de pugna de intereses, cuando está despierta y viva una firme esperanza de cambio, de regeneración de nuestra patria, con posibilidad de recuperar el patrimonio nacional enajenado y la soberanía comprometida, pero también cuando los grupos desplazados por el voto democrático se reagrupan y acumulan dinero e intrigas para minar al gobierno del cambio, de la transformación tan esperada, es cuando más debemos volver los ojos a nuestra reserva moral de antiguas raíces, rescatar valores éticos y políticos y acudir a los ejemplos de la historia, que es maestra de la vida.
Tenemos un ejemplo actual: los veteranos trabajadores de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey recordaron con una carta enviada al Presidente de México, que el 9 de mayo recién pasado, se cumplieron 33 años del cierre definitivo, nunca bien explicado, de la compañía en que laboraron, emblemática de la industria regiomontana, modelo para América Latina y por años próspera y equitativa con sus trabajadores.
Para entonces, 1986, la compañía era ya propiedad del Estado mexicano que un poco antes, en el gobierno de José López Portillo controlaba más de 80 por ciento de la riqueza productiva nacional, porcentaje que se alcanzó por cierto, con la inopinada expropiación de la banca en el último Informe del presidente mencionado.
Cuando la fundidora cerró, la nación perdió una parte importante de su patrimonio y una gran industria estratégica salió del mercado, porque estorbaba al neoliberalismo, que no puede ver una inversión de esas dimensiones en manos del Estado; el cierre fue el inicio del cambio de rumbo, el banderazo de salida del proceso que malbarató nuestro patrimonio, que desmanteló las propiedades del sector público y acabó con las áreas estratégicas que aseguraban nuestra independencia económica.
La producción de acero es palanca invaluable para el desarrollo, Lázaro Cárdenas lo vio muy claro cuando emprendió el gran proyecto de Las Truchas, después Ciudad Lázaro Cárdenas, con un puerto de altura, la siderúrgica, las presas del Infiernillo y la Villita y la planta productora de electricidad.
El neoliberalismo no tolera que bienes de la comunidad administrados por el Estado compitan con el capital privado, por eso paralizaron a la Fundidora de Monterrey y desviaron y privatizaron el gran proyecto de Cárdenas. Lo de las fundidoras fue el primer paso, luego siguieron los bancos, los litorales, los aeropuertos, las carreteras y, al final, las áreas estratégicas, petróleo y energía eléctrica. El plan fue de largo plazo y se aceleró con el Pacto por México, con el cual, por medio de la corrupción, el gobierno peñista embaucó a varios partidos que fueron de oposición.
Ahora, los trabajadores de Fundidora de Monterrey, los supervivientes, sus familiares y amigos, maestros, académicos, artistas, jóvenes estudiantes, recordaron el atropello de hace 33 años, solicitan una reivindicación simbólica de los desplazados de entonces y de sus familias. Y el horno tres, era entonces el orgullo de todos, empresa y trabajadores, el más alto y productivo de la maestranza, siempre encendido, era el corazón de la compañía, fuego líquido, hierro derretido por el máximo de calor, para que al enfriarse, después de manipulado, domesticado, se convirtiera en herramientas del progreso, alambre, rieles, viguetas, varillas.
El corazón de ese corazón eran los trabajadores que lo mantenían vivo, lo hacían productivo y lo querían como parte de ellos mismos. Recuerdan ahora y relatan lo que pasó: sin previo aviso, por sorpresa, al llegar a su trabajo el 9 de mayo, soldados y policías les impidieron el paso; no pudieron ingresar a su centro de labores que sin ellos se extinguiría al apagarse el horno. En su carta, ponen al lado de sus nombres sus cargos, sus puestos y lugares de trabajo: fragua, laboratorio, mayordomo, paliero, horno dos alto, cabo de vía, trazador, locomotoras, paletizadora, aceración y más; fuerza motriz, soldador, albañil y una larga lista de amigos y familiares.
La fundidora hizo historia gracias a la visión de inversionistas y banqueros, pero no hubiera sido nada sin la peligrosa, pesada, sacrificada labor de los trabajadores; sin ellos ni la arqueología industrial en que ahora se convirtió el horno tres, ni la gran empresa de antaño tan regiomontana como el Cerro de la Silla, habrían existido.
Hoy el horno tres es símbolo de un pasado digno de recuerdo y es también un centro de cultura, de reuniones para oír música y poesía, admirar obra gráfica, para lectura en voz alta. Y debe ser algo más, un memorial de los trabajadores que fueron sus creadores, que lo mantuvieron encendido día y noche con su esfuerzo y sacrificios. Para todos un ejemplo de recuperación de valores, de la preeminencia del trabajo sobre el capital, de solidaridad. Su reconocimiento es un acto de justicia y un símbolo de estos tiempos de lucha por rescatar a México en el que los firmantes han participado en primera fila.
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