domingo, 15 de diciembre de 2019

La España paradójica.

Hibai Arbide Aza*
Las negociaciones para formar gobierno en España están estancadas. Llevamos así tantos meses que hemos perdido la cuenta. El PSOE de Pedro Sánchez –que un día es de izquierda, el siguiente de centro liberal, los días entre semana es nacionalista español y los feriados cree en la plurinacionalidad del Estado– ha alcanzado un acuerdo con Podemos –que es es de izquierda y cree en la plurinacionalidad del Estado, pero no tiene fuerza para ponerse exigente ni en lo uno, ni en lo otro–. Es, probablemente la última oportunidad para sus líderes, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, quienes tras las recientes elecciones se necesitan mutuamente casi tanto como se detestan. Tanto no, pero se necesitan mucho. La última oportunidad de gobernar, porque si se convoca a nuevas elecciones es probable que la coalición de gobierno sea entre la derecha, la derecha extrema y la extrema derecha. El problema –el enigma de la izquierda española– es que no tiene mayoría suficiente para investir a un presidente, por lo que también necesitan a otros partidos con quienes se detestan aún más, si esto cabe.
Es el caso de ERC (Esquerra Republicana de Cataluña), partido independentista catalán que tiene los mejores resultados electorales –tanto en Cataluña como en España– desde hace ocho décadas pero, paradójicamente, está peor que nunca porque cualquier paso que dé ahora será interpretado como una grave traición a los suyos. Como veremos, no es la única paradoja, ni la más grave, de esos dos países paradójicos que son, hoy, España y Cataluña. El líder de ERC, Oriol Junqueras, es un preso político condenado a 12 años de prisión por convocar un referéndum de autodeterminación. Aquí la primera paradoja: aunque la reforma del Código Penal de España despenalizó la convocatoria de referenda, los políticos independentistas catalanes han sido condenados a excesivas penas de prisión por someter a consulta la independencia de Cataluña.
ERC tiene que decidir si se abstiene para facilitar el gobierno PSOE-Podemos o si vota en contra. Ambas opciones son muy peligrosas para sus intereses. Objetivamente, al independentismo catalán le conviene que el próximo gobierno español sea moderado. Ya tiene demasiados líderes en la cárcel o en el exilio. Pero, precisamente porque tiene demasiados jefes en esas condiciones, gran parte del independentismo interpretará como una traición colaborar con la formación del gobierno de España. Eso le puede jugar en contra de cara a las próximas elecciones catalanas, que probablemente se convoquen durante el primer trimestre de 2020. La otra opción que tiene ERC es propiciar nuevos comicios o un pacto diferente. Por ejemplo, la gran coalición PSOE-PP. Un gobierno más explícitamente nacionalista español que la hipotética coalición PSOE-Podemos, en términos prácticos, significaría reducir la autonomía catalana, endurecer la persecución de sus líderes y los movimientos independentistas.
El empuje del nacionalismo español y la extrema derecha hacen improbable que el PSOE ceda lo suficiente para que ERC pueda vender un pacto como una victoria ante los suyos. Más concretamente, el PSOE no va a indultar a los independentistas condenados, no va a convocar un referéndum de autodeterminación legal y no va a garantizar que las leyes del parlamento catalán no sean derribadas una y otra vez por el Tribunal Constitucional. Ni quiere, ni puede.
Esto nos conduce a la explicación de la principal de las paradojas en la relación entre España y Cataluña. Aunque administrativamente Cataluña y España forman parte del mismo Estado, sus vidas políticas se han distanciado tanto que son dos realidades completamente diferentes. El nacionalismo español no tiene capacidad para entender lo que sucede en Catalu-ña. Y lo que es peor, no tiene volun-tad. España y Cataluña piensan diferente respecto a la autodeterminación, la sentencia del procés y las medidas políticas necesarias para solucionar el conflicto.
Las máximas cesiones que el nacionalismo español podría aceptar frente al independentismo catalán no satisfacen ni de lejos los mínimos que éste podría asumir para cejar en su empeño de actuar unilateralmente. Y viceversa, las máximas renuncias del independentismo catalán no se ajustan al mínimo que el nacionalismo español le exige, escudándose en los formalismos legales. Incluso, la mitad no independentista de Cataluña contempla como posibles escenarios de solución que el status quo español ni siquiera se plantea.
Este escenario de bloqueo político-político, explicado así, podría sugerir que nos encontramos ante un empate. Pero nada más lejos de la realidad. Se trata de dos posiciones políticas aparentemente bloqueadas, pero sólo una de ellas tiene fuerza para imponer a la otra su voluntad. El nacionalismo español no necesita ceder en nada porque tiene de su lado al ejército, las policías, los jueces, la Comisión Europea y los mercados. Es así de simple. Porque la política no consiste en quién tiene razón, sino quién tiene más fuerza.
*Abogado y periodista. Muzungu Producciones