Pedro Salmerón Sanginés
Acabo de visitar Tetela de Ocampo, Puebla, invitado por sus autoridades y por organizaciones de la sociedad civil que derrotaron a la poderosa compañía que pretendía abrir una mina a cielo abierto, en la cañada que junta el agua que beben en esa heroica ciudad y que riega sus campos de maíz, durazno y café, así como sus invernaderos de jitomate. Esas organizaciones también rescatan y posicionan la historia de sus antepasados: los milicianos del sexto Batallón de la Guardia Nacional de Puebla.
Descubrí también (pues no había puesto atención) que el logotipo del nuevo gobierno de Puebla lo constituye la silueta de los tres Juanes de la Sierra: Juan Nepomuceno Méndez y Juan Crisóstomo Bonilla, nacidos en Tetela, y Juan Francisco Lucas, dirigente nahua nacido en Comaltepec, distrito de Zacapoaxtla.
Dirigentes regionales, los tres Juanes aparecen en la historia nacional el 5 de mayo de 1862, cuando el sexto batallón, a su mando, formó la legendaria línea defensiva entre los fuertes de Loreto y Guadalupe, que fue clave para quebrar los tres ataques franceses. Cuatro de las seis compañías del batallón las integraban voluntarios de Tetela, y las otras dos, de Xochiapulco y otros pueblos del distrito de Zacapoaxtla. La mayoría de los voluntarios del batallón eran indígenas de habla náhuatl.
El 5 de mayo produjo dos percepciones erróneas que han persistido hasta la fecha: una frase del general Miguel Negrete redujo a los indígenas de Tetela, Xochiapulco, Zacapoaxtla, Cuetzalan y numerosas comunidades nahuas de la sierra, a indios zacapoaxtlas; y una frase del general Ignacio Zaragoza dejó la impresión de que la gran mayoría de los habitantes de la capital poblana eran partidarios de la intervención. Documentos del propio Zaragoza lo desmienten, como una carta del 2 de mayo en que afirma que los habitantes de Puebla han colaborado en todo a la defensa: El que suscribe ha encontrado gran cooperación en aquella población para un fin noble y filantrópico. José María Iglesias, en las Revistas… que publicaba al calor de los hechos, también ofrece datos sobre el patriotismo que, en medio de terribles penurias, galvanizó a los habitantes de la ciudad y el valle de Puebla antes del 5 de mayo, y sobre todo, en la preparación de la posterior defensa.
En la heroica defensa de Puebla (16 de abril al 17 de mayo d 1863) no sólo vuelve a destacar el sexto batallón, sino otros contingentes poblanos, que formaron en la división a las órdenes del general Miguel Negrete. También destacaron otros generales poblanos como Joaquín Colombres, jefe de ingenieros; Ignacio Comonfort, jefe del Ejército del Centro, y José María González de Mendoza ( El Loco Mendoza), quien luego sería el jefe de los oficiales mexicanos desterrados a Francia porque, capturados por el invasor, se negaron a jurar que no tomarían las armas contra el extranjero si se les liberaba.
Aquella heroica defensa de 62 días no se puede entender sin el apoyo generalizado de la mayoría de la población a los 22 mil soldados reunidos bajo el mando del general Jesús González Ortega. La fortificación y atrincheramiento de la ciudad y la larga resistencia armada fueron posibles gracias al apoyo de la mayoría de la población, aunque parte de las élites locales fueran abiertamente partidarias de la intervención.
Caída Puebla, vencida la primera línea de defensa de la patria, e iniciada la resistencia nacional encabezada por Benito Juárez, el general Negrete se instaló como gobernador de Puebla en Huauchinango, y la sierra de Puebla, a pesar de que había algunos núcleos imperialistas en ciudades como Zacapoaxtla, se convirtió en bastión de guerrilleros y recursos para la resistencia nacional. Por ello, en agosto y septiembre de 1863, fuerzas francesas penetraron en la sierra desde Tulancingo (por el poniente) y San Juan de los Llanos (desde el sur). Y como en muchas otras regiones, 1864 y 1865 fueron años de combates guerrilleros sin tregua. En ese último año se encomendó al Cuerpo Imperial de Voluntarios Austriacos la pacificación de la Sierra, lo que incluyó los incendios de Tetela y Xochiapulco.
La nunca sojuzgada Sierra de Puebla se incendió con nueva fuerza en el verano de 1866 y golpe a golpe fueron echados los austriacos y los imperiales. Los serranos, junto con numerosos mixtecos del sur del estado, confluyeron con el resto de las fuerzas de Porfirio Díaz, jefe del Ejército de Oriente, en el penúltimo episodio militar de la Intervención Francesa. La toma de Puebla, el 2 de abril de 1867, y el subsiguiente sitio de la capital.
Hay ahí una historia que merece contarse para entender cómo los pueblos de Tetela lograron vincularla con la exitosa defensa de sus recursos y de su tierra. Para eso sirve la historia.
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