Bernardo Barranco V.
Con la salud muy frágil, Joseph Ratziner, Papa emérito acaba de cumplir 93 años. La prescripción médica de resguardo absoluto es extremo frente a la amenaza del Covid-19. El anciano Benedicto XVI regresó a la palestra pública con un libro, se trata de una biografía autorizada. El título: Benedikt XVI: Ein Leben (Benedicto XVI: una vida) que se vende por Internet en Alemania. Escrito con su amigo periodista e historiador Peter Seewald. Una vez más, el Papa en retiro reaparece por la puerta de la querella. La entrevista se inicia con un reproche inquietante: Buscan callarme. Su nombre volvió a ocupar el centro de la agenda pública en Alemania con fuerte eco en Roma. Eso siempre sucede cuando Ratzinger escribe o dice algo, los medios atentos buscan lecturas políticas que expliquen la guerra sorda en la curia vaticana o al menos marcar posturas divergentes de cara a su sucesor, el papa Francisco.
Benedicto XVI se mantiene lúcido, pero sus fuerzas cada día se debilitan. Cada vez oye menos, su visión disminuye; tiene un marcapasos cuya pila debe ser cambiada periódicamente. Así lo relatan quienes lo ven habitualmente, apenas alcanza a dar unos pasos acompañado de un andador. Cuando su pulso está firme se sienta al piano para tocar algunas piezas. Lee habitualmente los periódicos alemanes e italianos. Por las noches ve el telediario y es atento a la síntesis informativa que le proporciona la sala de prensa del Vaticano.
Ratzinger se queja de que no ha sido apreciado que desde que renunció al trono pontificio, en todo momento ha sido respetuoso, dice, con el nuevo pontífice. Es cierto que a veces puede expresar cierta disidencia, pero siempre considera su alto cargo. Reconoce que existen algunas diferencias con Francisco, con quien guarda una amistad entrañable. En cambio, se dio cuenta de que él era el objeto y víctima de una campaña mundial de calumnias, de una propaganda sicológica: Quieren silenciarme, revela. Es cierto que expresa algunas diferencias con el papa Bergoglio, pero los roles son claros. No hay dos papas, sólo hay uno, el otro se limita a ser un obispo en retiro.
Al renunciar, Ratzinger argumentó que ya no tenía la fuerza en el cuerpo ni en la mente para seguir adelante como conductor de la Iglesia católica. El pontificado de Benedicto XVI llegó a su fin formalmente el 28 de febrero de 2013. Anunció un retiro y prometió que no intervendría en el cónclave que elegiría a su sucesor. Lombardi, su vocero, explicó entonces que los objetos estrictamente vinculados con el ministerio papal serán destruidos. Entre ellos está el anillo del Papa, que utiliza como sello para documentos y debe ser prensado tras la muerte de todo pontífice.
De hecho, Ratzinger inaugura una figura en la jerarquía de la Iglesia: el Papa en retiro. Declaró que vivirá en oración y no intervendrá en los asuntos de la Iglesia y menos aún en las decisiones de su sucesor. Sin embargo, la derecha católica e importantes núcleos de la curia romana que combaten a Francisco suplicaban intervenciones y posicionamientos del Papa emérito para ganar repercusión y contar con un poderoso contrapeso. Hasta 2018 Benedicto XVI rompió su autoexilio con un artículo, publicado en Alemania, sobre los judíos. El texto recibió severas críticas, especialmente de la nueva generación de teólogos alemanes. Sobre este episodio, en el libro Benedicto XVI reprocha: El espectáculo de las reacciones de la teología alemana es tan tonto y tan malo que es mejor no hablar de ello. Las verdaderas razones por las que quieren silenciar mi voz no quiero analizarlas. Al finalizar la cumbre sobre la pederastia convocada por Francisco en febrero 2019, Ratzinger reaparece; hace público su posicionamiento. Afirma que el colapso moral de la Iglesia comenzó por contaminación de 1968, por la revolución sexual, todo se convirtió en libertad sin norma. Afirmación dudosa, ya que muchas denuncias, acalladas, datan de los años 50 por lo que la tesis del Papa emérito fue ampliamente cuestionada. A inicios de 2020, Ratzinger vuelve a conmocionar la agenda eclesiástica, con la publicación de un libro, junto al cardenal Robert Sarah, ultraconservador enfrentado abiertamente a Francisco, donde defiende radicalmente el celibato y se opone a la ordenación sacerdotal de hombres casados. El libro se titula Des profondeurs de nos coeurs (Desde lo profundo de nuestros corazones); anticipa y presiona la petición del Sínodo de la Amazonia. A pesar de incidir en la agenda de la Iglesia, el mismo Papa en retiro se sorprende de las reacciones por estar en el centro de controversias al afirmar en su nuevo libro: La sospecha de que regularmente me involucro en debates públicos es una distorsión maligna de la realidad. Sin embargo, analistas sostienen que el anciano Papa ha sido manipulado por los sectores conservadores para que sus posturas alcancen una resonancia que por sí mismos no obtendrían. En el nuevo libro Ratzinger vuelve contra la dictadura del relativismo. Considera al Anticristo los matrimonios igualitarios y la permisividad a las posturas gays.
Resulta paradójico que Joseph Ratzinger, siendo prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, fue un feroz e implacable censor y ahora reclama que le cuestionen sus planteamientos. Recordemos que fue inclemente, en los años 80, contra la teología de la liberación, contra aquellos teólogos que exploraban nuevos temas de moral contemporánea y sexualidad; fue rígido contra la teología feminista. No cabe duda que el Señor no siempre enmienda los caminos torcidos.
Querido mundo confinado: ¿y Palestina?
José Steinsleger
Batú Kan, nieto de Gengis Kan y jefe de la Horda de Oro, fue el primer jefe militar en usar armas biológicas. Obviamente, el tártaro carecía de científicos y laboratorios. Ni tampoco sabía del método usado por el cartaginés Aníbal, quien arrojaba ánforas llenas de víboras venenosas contra los barcos enemigos (184 aC).
Batú Kan fue más ingenioso. En 1346, ordenó lanzar a sus propios soldados muertos por la peste, por encima de las murallas de Caffa. Táctica que causó un brote fatal en la antigua ciudad griega, y entonces colonia de la Serenísima República de Génova. Desde allí, se esparció la gran peste bubónica que diezmó a la población de Europa (1347-53).
Importante centro comercial de esclavos y estratégico puerto de Crimea en el mar Negro, Caffa cambió de nombre en 1802, recuperando el original: Teodosia o Feodosia (en ruso). Teodosia quiere decir dada por Dios.
Así empezó la guerra biológica moderna. Pero 677 años después, la táctica militar referida se actualizó en los territorios ocupados de Palestina, ya que para la potencia militar y neocolonial llamada Israel desde 1948 también habrían sido dados por Dios.
Eso es, para no ir lejos, lo que pudimos volver a convalidar tras la anexión de los altos del Golán (Palestina) por el régimen de Benjamin Netanyahu, en marzo de 2019. Anexión que el devoto cristiano renacido y secretario de Estado Mike Pompeo justificó, diciendo que Trump pudo haber sido enviado por Dios para salvar al pueblo judío.
Pero hoy, la pandemia global del Covid-19 nos obliga a echar una mirada (una miradita siquiera), a las tácticas que los soldados de Netanyahu emplean contra los palestinos contagiados por el virus.
Maren Mantovani, coordinadora de relaciones internacionales de la campaña Stop the Wall (Paren el muro), registró un meme con letras blancas sobre fondo negro que circula por las redes sociales: Querido mundo: ¿Qué tal el confinamiento? Gaza.
En un especioso artículo titulado Tres lecciones desde Palestina para vencer la pandemia, Maren señala que “la experiencia por la que están pasando la mayoría de las personas del Norte Global confinadas en sus casas, tiene poco en común con los 13 años de inhumano asedio militar impuesto por Israel a la ocupada franja de Gaza, y tampoco con la población palestina encerrada en guetos bajo el constante ataque del apartheid israelí”.
Destaca, asimismo, la táctica del régimen terrorista, cuando pide a la mayoría de las y los trabajadores israelíes que se queden en casa, mientras se pide a las y los trabajadores palestinos que permanezcan fuera de sus casas durante semanas, viviendo en condiciones inhumanas y sin equipos de protección para mantener a flote la economía de Israel.
Volvamos con el héroe de la sitiada ciudad de Caffa. ¿Qué hacen las autoridades de Tel Aviv cuando enferman los trabajadores palestinos? Bueno… así como los tártaros de mi general Batú Kan, los arrojan al otro lado del muro que asfixia a Cisjordania. Aunque no en lanzaderas, qué horror. Simplemente, que vuelvan a sus precarias aldeas y, de paso, contribuyan a su propia limpieza étnica, diseminando el coronavirus por doquier.
De los habitantes de Gaza (el campo de concentración a cielo abierto más grande del mundo), ni hablar. En el portal Al-Monitor, el periodista palestino Ahmad Abu Amer se pregunta si la gravísima situación obligará a Tel Aviv a levantar su bloqueo, luego de que Naciones Unidas afirmó en julio de 2017: Gaza no es un lugar donde se pueda vivir ya.
Con optimismo, Ahmad escribe: Los últimos esfuerzos de los países árabes, la comunidad internacional e Israel (sic), son preludio del final gradual del asedio. No suena mal. Aunque se contradiga con el recorte que el gobierno de Donald Trump aportaba a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, hasta enero de 2018 (50 por ciento sobre 125 millones de dólares).
En febrero, Tel Aviv advirtió que cortará toda relación con la alta comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, tras la publicación de una lista de 112 compañías que hacen negocios en Cisjordania. Netanyahu respondió: Entidad sesgada y sin influencia (sic).
Y a inicios de mayo, la Corte Penal Internacional (CPI) confirmó tener jurisdicción sobre Cisjordania (incluidos Jerusalén Este y Gaza), anunciando una investigación completa sobre crímenes de guerra en los territorios palestinos.
El ministro de Energía Yuval Steinitz calificó a CPI como antisraelí, y acusó a la fiscal de ignorar el derecho internacional y de inventar (sic), un Estado palestino.
Bien. ¡Que viva el 75 aniversario de la victoria sobre el nazifascismo! Cuando nadie era tan estúpido como para preguntar si los nazis debían pertenecer (o no) a un Estado, para ser juzgados.