Jorge Durand
La paradoja de siempre. En tiempos de crisis los ricos sacan su dinero del país y los pobres migrantes mandan sus remesas.
Hace unos días fue noticia de primera plana que los envíos de remesas batieron todos los récords. Fueron 4 mil millones de dólares los que se recibieron en el mes de marzo.
El presidente López Obrador les agradeció públicamente.
No era para menos, las fuentes de divisas del país han colapsado con la pandemia y la crisis económica. El petróleo está por los suelos, ya no son petrodólares como en otros tiempos. El turismo y sus negocios aledaños, que dejaban millones de dólares, viven la peor época de la historia; las exportaciones están en niveles mínimos y la inversión extranjera brilla por su ausencia. En resumen, hay un déficit importante en la balanza de pagos.
Diversas razones pueden explicar este incremento inusitado de remesas. En primer lugar, la solidaridad. Muchas familias mexicanas han perdido el empleo o simplemente no pueden trabajar y obtener ingresos. Las remesas cumplen esta función primordial de apoyar a sus familiares con el gasto diario, la manutención, el pago de servicios. En momentos de necesidad, la solidaridad del pueblo migrante mexicano siempre se ha hecho presente.
Pero lo que llama la atención es cómo en un momento de crisis total por la pandemia y el desempleo masivo los migrantes envían dinero a México, cuando ellos también están en una situación de extrema vulnerabilidad.
En ese sentido, además de la pandemia, hay que tomar en cuenta el contexto social y político que se vive en Estados Unidos. La experiencia migrante se ha convertido en una pesadilla con las reiteradas amenazas del susodicho de la Casa Blanca, con el incremento de la xenofobia y el racismo en la base social de los republicanos y con la amenaza permanente de ser deportados.
En segundo término, los migrantes mexicanos están repatriando sus ahorros, muy especialmente los indocumentados, que no tienen acceso a cuentas bancarias dónde guardarlos. Los migrantes avizoran tiempos difíciles: menos horas de trabajo, desempleo, redadas y deportaciones. En la actualidad, el único sector que tiene asegurado el trabajo y cuenta con protección ante la deportación es el agrícola. Todos los demás ya están en la fase más aguda del desempleo.
Repatriar los ahorros es una manera de asegurar condiciones para el retorno y prevenir su posible pérdida. Hay ocasiones en que los migrantes que han sido capturados y van a ser deportados llaman al consulado para que algún funcionario vaya a rescatar, de un escondite, varios miles de dólares que tenían ahorrados.
En los años recientes se percibe un incremento persistente de las remesas, que pasaron de 27 mil millones de dólares en 2016 a 36 mil en 2019. Resulta complicado explicar este incremento, porque de manera paralela, el flujo de migrantes indocumentados se ha reducido de manera persistente desde 2007. Es posible que esta reducción se compense, en parte, con los cerca de 300 mil trabajadores temporales que van cada año a trabajar a Estados Unidos y que son remesado-res netos.
Por otra parte, había un incremento notable de migrantes legales con visa de residentes, 170 mil en los años recientes, en promedio y además se naturalizan 110 mil mexicanos cada año. Los migrantes legales suelen enviar menos remesas que los indocumentados porque su futuro ya está definido en Estados Unidos al tener visas de residente o convertirse en ciudadanos.
Un tercer factor que puede explicar este incremento es la devaluación de 20 por ciento de la moneda mexicana frente al dólar. En estos momentos, las remesas rinden mucho más en el gasto diario, pero también en las inversiones. Hay migrantes que aprovechan esta situación para comprar casas o terrenos que todavía no han subido de precio.
Finalmente, hay que considerar un cambio generacional. Los migrantes que fueron legalizados en 1986, hace 34 años, ya están retirados y muchos planean regresar, unos de manera definitiva y otros por temporadas. La mayoría de estos migrantes tienen pensiones y ahorros que parcialmente se gastan en México.
Pero no hay que cantar victoria. Durante la crisis de 2008 se dio un descenso notable de las remesas. Se había llegado a un máxi-mo de 26 mil millones de dólares en 2007 y cayó de manera progresiva hasta 21 mil en 2010. Demoró tres años revertir la caída.
Se pronostica un descenso similar de las remesas, de aproximadamente 20 por ciento para los próximos años, que ciertamente serán muy difíciles para la población migrante en Estados Unidos y también para sus familias en México.
Rusia pospone hasta septiembre celebración del Día de la Victoria
Coincidirá con la fecha de la matanza de Beslán
▲ El presidente Vladimir Putin durante la discreta ceremonia del 75 aniversario de la victoria sobre los nazis.Foto Afp
Juan Pablo Duch. Corresponsal
Periódico La Jornada. Domingo 10 de mayo de 2020, p. 20
Moscú. La gran celebración del 75 aniversario de la victoria soviética sobre el nazismo –la fiesta sin duda más memorable en este país– tendrá que posponerse, en el más optimista de los escenarios, hasta el 3 de septiembre, día en que se selló la rendición de Japón y, con ello, formalmente se puso fin a la Segunda Guerra Mundial.
El presidente Vladimir Putin –por primera vez en el mes que lleva confinado por el nuevo coronavirus– salió de su residencia oficial en Novo-Ogariovo, en las afueras de Moscú y, sin público, salvo una unidad de la guardia de honor, depositó una ofrenda floral ante la Tumba del Soldado Desconocido, junto a las murallas del Kremlin.
La breve ceremonia se pudo ver por televisión y continuó con Putin inclinando la cabeza, tras depositar un clavel rojo, ante la placa de cada uno de los monolitos de las ciudades soviéticas que recibieron el título de héroe por sus hazañas durante esa conflagración y culminó con el fugaz sobrevuelo de helicópteros, aviones de combate y bombarderos de las fuerzas aéreas rusas.
El Covid-19 hizo que la conmemoración de este Día de la Victoria resultara inusual: sin las reuniones de toda la familia para homenajear a los antepasados que perdieron la vida en esa contienda, sin los paseos por los parques donde se solían citar los antiguos compañeros de armas (lamentablemente cada vez menos, 75 años después) y la gente acudía para verlos y divertirse con los conciertos y bailes al aire libre, sin la marcha del Regimiento Inmortal (en la cual los rusos, con el Presidente en primera fila, caminan en silencio por las calles con fotografías de sus familiares caídos en la guerra.
Tampoco se llevó a cabo la habitual demostración de poderío bélico en la Plaza Roja durante el también tradicional desfile militar ni llegaron los jefes de Estado extranjeros que el Kremlin esperaba para poder iniciar negociaciones extraoficiales.
Nada de eso hubo este sábado, que se vivió como un día más de confinamiento obligatorio por la pandemia del coronavirus, la cual cada día suma más de 10 mil nuevos contagios en Rusia, la mitad de ellos en Moscú, llegando ya a los 200 mil casos positivos reconocidos de modo oficial.
Eso sí, hacia las 10 de la noche, comenzó una auténtica lluvia de fuegos artificiales, desde 16 sitios diferentes de Moscú, otra vez sin público, para observar desde las ventanas de las casas o, de perdida, por televisión.
Putin se comprometió a que más adelante se va a celebrar como se merece esta fiesta, sin precisar cuándo, aunque la Oficina de la Presidencia propuso hace poco –y la Duma por supuesto ya lo aprobó– que se haga el 3 de septiembre.
Sin embargo, celebrar el Día de la Victoria esa fecha no deja de ser una sugerencia desafortunada por coincidir con la matanza en que acabó la liberación de rehenes de la escuela de Beslán, secuestrada por un comando de separatistas chechenos hace 16 años.
Para las autoridades de la república norcaucásica de Osetia del Norte, donde ocurrió la tragedia, el 3 de septiembre debe ser una jornada de duelo y no de fiesta nacional.