jueves, 14 de mayo de 2020

Tiempos para recordar y no olvidar.

Marcos Roitman Rosenmann
En esta pandemia hay responsables, deben señalarse y no olvidarlos. No es posible hacer borrón y cuenta nueva. Hay quienes han sacado tajada valiéndose del miedo, el hambre y la muerte. Entidades financieras, empresas trasnacionales, jefes de Estado, partidos y un sinnúmero de personajes han aprovechado el momento para enriquecerse y obtener ventaja política. Electrolux–refrigeradores no ha sido la única. En muchos países, los empresarios, han primado el beneficio económico sobre la vida de las personas. Han sido irresponsables, causado dolor, muerte y expandido la pandemia. No se trata de errores, son decisiones temerarias a contracorriente de los informes de epidemiólogos y personal sanitario. No es posible soslayarlo. El dueño de Amazon, Jeff Bezos, ha incrementado su fortuna en 10 mil millones de dólares durante el confinamiento. Ha sido denunciado por sindicatos y trabajadores que se han sentido desprotegidos. Sus almacenes dan positivo en Covid-19.
La responsabilidad política, sea en situación de guerra o pandemia, debe juzgarse. Baste un ejemplo histórico. Se cumplen 75 años del final de la Segunda Guerra Mundial y éste permanece vivo en la memoria colectiva. Es obligado recordar la entrega de millones de personas que combatieron contra el nazismo y el fascismo. La dignidad de quienes no se dejaron avasallar, ni rindieron. Hombres y mujeres, miembros de la resistencia civil, sin su entrega el triunfo frente al nazi-fascismo se hubiese retrasado años. Les rendimos homenaje y dentro de 100 años seguirá teniendo sentido recordarlos. Pero conviene visualizar la contraparte. Los millones de muertos, los campos de concentración y los hornos crematorios. El tribunal de Núremberg juzgó a unos pocos. Algunos fueron condenados a la horca, a prisión o absueltos. El juicio redimió a las víctimas. Pero en los estertores, Hiroshima y Nagasaki. Tampoco podemos olvidar a sus responsables.
La memoria puede jugar malas pasadas, extraviarse, ser manipulada, destruirse. El olvido deliberado adormece la conciencia. ¿Acaso los preminentes hombres de ciencia alemanes, nazis confesos, algunos SS, no fueron cooptados por los servicios de inteligencia estadunidense? Se les dio otra vida, trabajaron en sus proyectos científicos y contraespionaje. Wernher von Braun, el ingeniero de bomba V-1 y V-2 que destruyó Londres, fue jefe de la NASA en el proyecto Apolo. Se le concedió la nacionalidad estadunidense y condecoró. Su pasado no existió. Benno Müller-Hill lo detalla con rigor en uno de los pocos textos que lo analiza: La ciencia del exterminio. Siquiatría y antropología nazis (1933-1945) ¿Y la Iglesia católica? Desde Roma, muchos prelados dieron cobertura a criminales nazis, proporcionándoles una nueva identidad. La empresa IBM fue contratada por el Tercer Reich para informatizar los campos de concentración. Mientras, Hugo Boss surtió a las tropas alemanas de uniformes utilizando mano de obra de prisioneros. La lista es interminable. Es la historia del olvido. Los casos abundan. Brasil, Uruguay, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Chile o Perú. En España, uno de sus máximos torturadores, el policía Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, murió de coronavirus hace unos días. Mantuvo sus condecoraciones, y cobro sobresueldos hasta la tumba. Sus compañeros lo reivindican. Su pasado fue obviado y se jubiló con honores. Apellidos de tercera o cuarta generación encubren a familias franquistas. Ahí están, en las listas electorales reivindicando el olvido como opción política. En Chile, su presidente, Sebastián Piñera, nombra ministra de Mujer y Equidad de Género a Macarena Santelices. Un apellido sin pedigrí. Pero su tercero resulta familiar: Pinochet. Es sobrina-nieta del tirano. Apoyó la dictadura, justificó los asesinatos, no condenó las violaciones de los derechos humanos, incluyendo la violencia política-sexual. En entrevista declaró: “No podemos desconocer lo bueno del régimen militar (…) activó la economía”. Su nombramiento es una afrenta a las mujeres, señalaron las organizaciones feministas chilenas.
No podemos olvidar. Es necesario mantener vivos los recuerdos. Hay que estar alerta. La memoria juega un papel fundamental en este campo de batalla. Así como otras especies, los seres humanos compartimos una memoria simple de sensibilización. Pero somos capaces de forjar relaciones más allá de una interacción química. Lo denominamos estado de conciencia. La memoria es la base para lograrlo. Los neurobiólogos la dividen en episódica, categorial y procedimental. Sin memoria la vida humana sería inviable. Se pierde la autonomía, el tiempo desaparece, el conocimiento se desvanece. Así, la memoria episódica facilita recordar sucesos vividos y relacionarlos. ¿Dónde estábamos cuando se produjo un golpe de Estado? La memoria categorial abre al significado de las palabras: perro, guerra, coronavirus y por el último, la procedimental facilita el aprendizaje de una técnica de pesca, el uso de un arma o la conducción de coche. Su desarrollo integral nos hace humanos. No es posible tener una vida digna sin pasado, sin recuerdos, olvidando y evadiendo nuestras responsabilidades ciudadanas. Jorge Luis Borges, en 1934, escribió Historia universal de la infamia. Tras la pandemia, debemos poner sobre la mesa los nombres de personas, empresas trasnacionales y bancos, cuyas decisiones constituyen la historia de una nueva infamia, que ha puesto en riesgo la vida de millones de seres humanos para salvar el capitalismo y sus fortunas. Ni olvido ni perdón. Memoria para recordar y no olvidar. ¿Será posible?

Asalto a la embajada
Rosa Miriam Elizalde
Pocas horas antes del ataque contra la embajada de Cuba en Washington, una mujer con impermeable rojo, lentes oscuros, tapabocas y capucha, fotografiaba la fachada de la casona de la Calle 16 en el barrio Adams-Morgan. Las cámaras de seguridad la grabaron a plena luz del día y, a pesar del disfraz, los funcionarios de la sede diplomática la reconocieron perfectamente. Es la esposa de un militante de la causa anticastrista, Mario Félix Lleonart Barroso, que, curiosamente, resulta ser común denominador de personajes e instituciones relacionados con esta trama.
Lleonart Barroso, pastor bautista nacido en Cuba y vecino de Washington DC, hace alardes en redes sociales de su estrecha relación con la Doral Jesus Worship Center –una iglesia ubicada en el epicentro de la contrarrevolución venezolana y cubana de Miami– y con sus amigos del Departamento de Estado, cuya página en Twitter lo publicitan en una entrevista como perseguido por su fe en Cuba, donde soportó años de amenazas y detenciones (tuit del 16 de enero de 2020).
El nombre de este individuo, un asiduo participante en actos de hostigamiento contra los cubanos en Washing-ton, es sólo una pista en el arsenal de pruebas que ofreció este martes el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla. El ministro llamó ataque terrorista al tiroteo contra la sede diplomática el pasado 30 de abril, cuyo protagonista es otro pastor nacido en Cuba, vinculado también a la iglesia de Doral y a individuos muy activos en esa congregación que, no muy cristianamente, han solicitado matar con drones a Raúl Castro y al presidente Miguel Díaz-Canel.
A Alexander Alazo Baró, el autor del tiroteo, lo han presentado como un enfermo siquiátrico asediado por fantasías persecutorias, mientras el régimen de Trump ha archivado su expediente en medio de un apagón informativo. Lo extraordinario es que, salvo las imágenes tomadas desde la embajada que fueron divulgadas el martes, las escandalosas evidencias han estado al alcance público. Se puede jalar fácilmente de la cuerda de las redes sociales y encontrar los nexos entre estos señores con terroristas de la vieja escuela de las bombas bajo los autos, como Ramón Saúl Sánchez. También, con las voces más violentas de la maquinaria política anticubana y antivenezolana de Miami, y hasta con la Casa Blanca. O con todos a la vez.
El vicepresidente Mike Pence fue el orador principal de una celebración religiosa en el Doral Jesus Worship Center, que contó con la asistencia del gobernador de Florida, Ron DeSantis, los senadores Marco Rubio y Rick Scott, y el representante Mario Díaz-Balart. El encuentro del primero de febrero de 2019 fue particularmente comentado, porque Pence prometió desde el púlpito la cabeza de Nicolás Maduro en cuestión de días o semanas y Díaz-Balart, exaltado, dijo que Cuba y Venezuela padecían el mismo cáncer. También, porque fue considerado como uno de los primeros actos electorales en favor de la relección de Donald Trump. La agencia Ap se hizo eco ese día de las declaraciones de la representante demócrata Debbie Wasserman Schultz, puro sentido común: la política exterior es política interna en el sur de Florida.
Aunque el secretario de Estado, Mike Pompeo, y algunos de sus subordinados –incluidos los de la OEA– hablan un día sí y otro también de Cuba para torpedear la colaboración médica cubana, las autoridades de Estados Unidos han evitado pronunciarse sobre los asuntos medulares de este caso, que hoy jueves tiene una audiencia preliminar en la corte del distrito de Columbia.
Bruno Rodríguez, por ejemplo, hizo preguntas de lógica elemental: ¿qué responsabilidad tiene el Doral Jesus Worship Center? ¿Cómo alguien con trastornos mentales puede tener una licencia para portar armas y viajar miles de kilómetros con un fusil de asalto sin ser detectado? ¿Cuáles son los vínculos del pistolero con la maquinaria anticubana de Florida? ¿Qué peso tiene el discurso de odio en la trama? ¿Qué hacía la esposa de Lleonart, un pastor que hace alarde de sus encuentros con Trump y Pompeo, merodeando disfrazada por la embajada cubana pocas horas antes del atentado?
El canciller cubano emplazó a la Casa Blanca y al Departamento a explicar qué saben sobre los vínculos entre el atacante de la embajada y los que impulsan a la violencia contra la isla. Exigió una respuesta sobre qué los mueve a no denunciar el hecho, aunque adelantó una hipótesis: un gobierno que defiende como legítimo castigar a toda la población de un país, como lo hace el gobierno de EU con el bloqueo económico, es en la práctica un incitador al odio contra Cuba.
En este ataque el único cubano que recibió un balazo fue José Martí, la estatua de metal que domina el pequeño jardín de la embajada. Pero pudo haber ocurrido una masacre esa madrugada del 30 de abril en la casona de la Calle 16 de Adams-Morgan. Diez funcionarios estaban dentro del edificio cuando las balas perforaron la puerta de entrada. Si alguien hubiera muerto, quizás estaríamos en el mismo punto: Washington reacciona a la agresión en su propio patio incluyendo a Cuba en la lista de países que no colaboran con la lucha antiterrorista (sic), como ocurrió ayer. Mientras, la isla continúa exigiendo a la Casa Blanca más coherencia y menos cinismo, porque la impunidad y el crimen van juntos, se generan, se cultivan y alientan, se disimulan, se reproducen, se imitan, se aplauden.
Al analizar la serie de pinturas de Goya titulada Los desastres de la guerra, el hispanista francés Paul Lefort anotó que siempre que hay un salto cualitativo en el uso de la violencia hay alguien dispuesto a superarlo. Si Trump y Pompeo siguen en las mismas, ¿qué vendrá después del asalto a la embajada?