Después de dos años de tanteos y rounds de sombra, la oposición al gobierno consolida su doble ruta. Tienen, por ahí en su trastienda, otros caminos que pueden ensayar al mismo tiempo. Pero la doble vía es la preferida. La primera se fincó en la difusión con ataques continuos y finiseculares. La otra se leva a cabo con el uso y desuso del aparato de justicia.
Ambas han llegado a su madurez por estos días de intenso desgaste electoral. Bien puede argumentarse que esta cerrada lucha de poder ensombrece el actual ambiente general de la República.
Tanto el oficialismo respondón y activo como los aguerridos opositores se han acuerpado en sus respectivas trincheras. Y, desde ese fondo, no cejan en sus intentos: uno por proseguir su tarea transformadora y los otros oteando más cercana la concreción de su deseado bloqueo.
El continuo y masivo uso de buena parte del aparato de comunicación nacional ha dado, al parecer, el fruto buscado. Han penetrado en el imaginario de una sólida base de sus protegidos. No son, ni con mucho, la mayoría de los soportes que ambicionan. Pero sí agrupan a una porción que tiene condiciones deseables para la reproducción de una oposición vigorosa.
En concreto, han logrado uniformar una corriente de hombres y mujeres bien situados en las escalas económicas y sociales del país. Son ellos y ellas quienes dan el apoyo requerido para perseverar en su cometido.
Lo endeble de esta plataforma humana es que son reactivos y responden a lo que ven y oyen de sus adalides, siempre fincados en fieros senderos negativos. Este auditorio ya cautivo repercute, tal como sus guías lo desarrollan día con día.
Han adoptado ideas, posturas y señales, como vehementes opositores a todas las propuestas oficiales. Se empecinan, como lo ven predicar a sus sacerdotes desde agrandados púlpitos, en negar cualquier avance, logro o iniciativa gubernamental. Nada pueden aceptar y vagan de puerta en puerta familiar, mezclando los temas, obras y asuntos del día sin orden ni concierto. Esperan las noticias que se originan en la mañanera, las giras o de los comunicados de Palacio Nacional para, de inmediato, constatarlos con las venturas y dictados de la opinocracia.
Ahí, con ellos y entre ellos, se regocijan con las cantatas y vientos de tormentas predichos. Así engendran ardores y furias para seguir adelante, armados con su arsenal cotidiano. Argumentos y ánimos que les sirven la conocida cátedra informada. Es la mera sustancia opositora, las voces y alarmas de la agresiva polarización que tanto temen y que propalan ajuntando el deseo de mitigarla.
El esfuerzo comunicativo del oráculo opositor se ha concretado. Ahora tratan de hacer suyo, como adalid reflejante, al presidente Joe Biden. La imagen, propuestas y la retórica del demócrata los ha centrado en lo que desean. Es ahí donde han hallado el modelo a seguir.
Desechan, para robustecer tal paternalismo, la esencia de liberalismo imperial. Se apegan a la envoltura modernizadora que por ahora propaga.
Revisar la ilusionada mirada de Mayer Sierra ( Reforma, 2 de mayo) elogiando a su idealizado personaje, da una idea precisa de lo que habría, según él, que imitar. Biden, al adoptar buena parte de la agenda de la izquierda de su partido (Sanders), lo lleva a coincidir con parte sustantiva de la de AMLO. Aunque esa identidad, por molesta para la crítica, la soslayan u oponen. La diferencia, por ahora, en estas dos narrativas oficiales, estriba en el financiamiento. Casi sin costo alguno para los estadunidenses. Y para el mexicano fincado en el ahorro, correcciones al dispendio y uso estricto de la ley. Biden acude a enorme deuda y una fiscalidad distributiva.
La segunda vía, quizá la más efectiva hasta ahora, es la judicial. Han cuestionado y combatido toda legislación recientemente sometida al Congreso. Varias leyes han quedado, por el momento, varadas en los tribunales tras sendos amparos.
Las reformas constitucionales han sido, de inmediato, reclamadas. Se ilusionan con que la Suprema Corte fallará a favor de sus varias controversias. Y se ha llegado, por el número y las impugnaciones sometidas al Judicial, a detener la veloz marcha emprendida por el gobierno en sus desplantes transformadores. De aquí nace la tajante postura presidencial para empujar el finiquito de la Reforma Judicial.
Estas seguridades pasan, sin duda, por la continuidad de la pericia, empeño y voluntad del actual ministro presidente. Y, por imperiosa terquedad, la oposición se empeña en estigmatizar el supuesto talante autoritario del Presidente o tachar de servil la colaboración del ministro Zaldívar. Lo llegan a postular como traidor a su misión.
Todo esta andanada se oculta con ropajes de salvadores de la democracia, las instituciones, la misma República y su futuro. Todo lo cual, supuestamente, en inminente riesgo.
Frankenstein revisitado
José Steinsleger
Con angustia, el paciente expresa: Busco a la mujer ideal. Acuciosa, la terapeuta inquiere: ¿La real le da miedo?
Ahora bien. ¿Cambiaría la pregunta si el paciente angustiado dijera que anda buscando la sociedad ideal? De mi lado, creo que si el paciente fuese mujer, ambas inquietudes hubieran tenido otra formulación. Porque de lo que llevo aprendido, los devaneos masculinos raramente han sido de su interés. Moraleja (tentativa): la mujer, el hombre y la sociedad ideales, nunca existieron.
Obviamente, sería pueril concluir que luchar por ideales es un error. A no ser, claro, que los anhelos de cambiar la realidad naufraguen en meras declaraciones ideológicas.
La noción moderna de ideología empezó a tomar forma durante la Gran Revolución (1789-99). Desde entonces, con disímiles connotaciones, gravita en la política, la economía, la sociedad y la cultura, usándose para señalar emociones, conciencia, intereses, proyectos, ilusiones, programas políticos… siga usted.
Implícita y sugestivamente, el vocablo ideología aparece con los primeros indicios de una sicología social: “Todo lo síquico tiene su origen en la sensio (sensibilidad, percepción)”, apunta el filósofo inglés Thomas Hobbes en Sobre el hombre (1658). Una sicología social que los protagonistas de la Gran Revolución encendieron al rojo vivo.
Con ligereza binaria, se ha dicho que los términos izquierda y derecha provienen de la ubicación de los asambleístas franceses con respecto al centro del presídium. A la izquierda, los de abajo (jacobinos); a la derecha, los de arriba (girondinos).
No obstante, en su biografía Fouché, el genio tenebroso (1929), Stefan Zweig señala que en las bancas de arriba estaban los de abajo (o jacobinos: Danton, Marat, Robespierre), y en las de abajo los de arriba (o girondinos: Brissot, Condorcet, Roland).
Mientras que afuera, faltaba más, estaban los sans coulottes (sin calzones). Es decir, la plebe que tomó La Bastilla y derrocó a la monarquía, para luego ser tropa en los ejércitos de la revolución y, con Napoleón, eficaces verdugos de los pueblos de Europa.
La Gran Revolución quedó consagrada en los magníficos óleos ideales de David. Y en los reales de Goya, o en la novela Los dioses tienen sed (Anatole France, 1912), devorando a sus hijos. O hijas. Entre ellas, Olympia de Gougés (1748-93), autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), quien para escándalo de los de abajo y de arriba decía que el matrimonio era la tumba de la confianza y el amor.
Vertientes ideológicas de la cultura y la filosofía política occidental, que con Lord Byron y el Che alcanzaron cotas máximas de expresión. El poeta tenía una goleta llamada Bolívar, admiraba al general José Antonio Páez (1790-1873) y estuvo a punto de enrolarse en la guerra de independencia de Venezuela. Bueno, murió en la de Grecia, aunque de sepsis (1824). Y en México, el Che se incorporó a la lucha victoriosa de Cuba, peleó sin suerte en el Congo colonial y murió asesinado por la CIA, tras ser abandonado por los comunistas bolivianos (1967).
¿A partir de cuándo buena parte de los pensadores y luchadores sociales de América Latina le dieron las espaldas a nuestra historia, y emulando liberales y conservadores empezaron a razonar con matrices ideológicas eurocéntricas que se pretenden universales?
Pero ahí siguen y ahí están: pendientes del pensador de moda europeo, y remachando sus ideas bajo las formas del colonialismo ideológico y la dependencia intelectual.
Junto con Manuela Sáenz y Eva Perón (a las que ya dediqué breves ensayos), siempre regreso con Mary Shelley. Una mujer que recurrió a la imaginación, para dar cuenta de la realidad. ¿Acaso Frankenstein (1818) no es una metáfora del delirio masculino cuando se olvida que ciencia sin conciencia es ruina del alma?
La Gran Revolución abrió de par en par las puertas del romanticismo y el idealismo modernos. Y con Frankenstein, Mary Shelley dio cuenta de los errores y horrores de las ideologías que subestiman (o de plano pierden) la brújula política.
El invaluable legado de la Gran Revolución, mujeres como Olympia de Gougés y personajes como el poeta Lord Byron y el Che, muestran con claridad que ideología y política son dedo y uña, o están predestinadas a naufragar cuando se aventuran en el mar de los sargazos.