martes, 18 de mayo de 2021

El elevado costo del "brinco" migratorio a EU

Emir Olivares Alonso
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foto/AFP
En el auricular alguien empeña su palabra: “¡Te cruzo porque te cruzo!”. Es su oferta para cerrar un negocio donde la desesperación y el anhelo de su interlocutor, juega a su favor. Sus servicios son vitales.
Consciente de ese poder, el coyote presenta las opciones: siete mil, diez mil, 15 mil, 18 mil dólares por asegurar el “brinco”. Esas cifras alcanzan al año, de acuerdo con cálculos conservadores de diversas fuentes, una ganancia de casi 7 mil millones de dólares para los traficantes de personas en el mundo.
El pago incluye una suerte de seguro entre la incertidumbre en el trato. Los polleros le llaman “clave” y es una cuota que cubre –aseguran— las extorsiones para autoridades de los países de origen, tránsito y destino, y la “protección” para no ser víctimas del crimen organizado. Costearla puede ser la diferencia para llegar vivo a Estados Unidos.
Los coyotes o polleros reciben desde hace mucho estos motes. Son quienes pasan de un lado de la frontera al otro a miles de migrantes sin documentos.
Con el correr de los años han dejado de ser meros facilitadores que se apostaban en ciertos puntos fronterizos para cruzar a los migrantes, y ahora integran complejas redes de tráfico de personas que operan en México, Estados Unidos, Centro y Sudamérica, con ganancias cuantiosas. Fuentes oficiales confirman que son aliados o empleados de bandas del crimen organizado.
Para este negocio nacionalidad es destino. Entre más distante de Estados Unidos se haya nacido, llegar a esa tierra implica mayor costo, riesgo y sacrificio.
Los importes se establecen también a partir del destino final que busquen los migrantes y del nivel de “seguridad” que estén dispuestos a contratar, revelan algunos coyotes que aceptaron hablar con este diario bajo condición de anonimato.
“Son variables (los precios). Depende dónde esté y hasta dónde hay que llevarlo. Si vas, por ejemplo, a Los Ángeles son 7 mil 500 dólares para un mexicano; 8 mil al de Guatemala; a los de Nicaragua, 13 mil; y a los de Honduras, 12 mil. Con los salvadoreños depende hasta dónde hay que subirlo; si sólo quiere el brinco, son 13 mil. A alguien de (República) Dominicana, 16 mil”, explica uno.
Uno más certifica: “Debo garantizar el brinco. No puedo aventar a la gente y decirle: ‘vete a tu suerte y si no lo logras no es mi problema’. Tengo que asegurar que crucen y lleguen, para eso es la ‘clave’, y si no lo logran debo pagar por nuevas ‘claves’ y eso no es redituable. Mi interés es que peguen a la primera. Se les cobra una parte al hacer el trato, entre 500 y mil dólares; y deben liquidar al llegar a su destino”.
En contraparte a las cifras de polleros, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito señala que los migrantes pagan entre 2 mil y 10 mil dólares, según su lugar de origen, aunque otras estimaciones apuntan que las cifras pueden alcanzan los 18 mil dólares.
En las dos principales rutas de migración irregular del mundo: de África oriental, septentrional y occidental hacia Europa, y de América del Sur, Central y el sur de México hacia Norteamérica, esta actividad, señala esa Oficina, genera anualmente al menos 6 mil 750 millones de dólares.
Los polleros aprovechan la urgencia de miles de migrantes quienes sólo tienen una opción para cumplir el sueño americano. Para ellos es un deber llegar. Lo necesitan para ganar los dólares que les permitan no sólo para enviar remesas a sus familias, sino liquidar el adeudo que adquieren para emprender la travesía. Hipotecan o empeñan lo poco que tienen, se endeudan por años –con el banco o las pandillas—, hacen promesas y hasta arriesgan la integridad de su familia para conseguirlo.
El migrante arriesga siempre porque ignora lo que le deparará el largo camino, si con quien está empeñando su futuro lo ayuda o lo engaña, hay tantas historias. El convenio se basa en una promesa: el “brinco”, pero al final puede no cumplirse esa garantía.
En una investigación de 2020, la Secretaría de Gobernación establece: “Las redes de tráfico se han modernizado y sofisticado, se ha dado un mayor traslape con los grupos de narcotráfico y de trata de personas. Esto ha llevado a la desaparición del ‘coyote amigo’, que ahora es más bien percibido como una figura riesgosa, potencialmente violenta y que expone a los migrantes a otros delitos. Sin embargo, el contexto actual hace de estas redes de tráfico un mal necesario para muchas personas que buscan cruzar de manera irregular la frontera hacia Estados Unidos”.
Estas redes no están dispuestas a perder el negocio. Empeñan importantes sumas mensuales de hasta 30 mil dólares “para altos mandos” de dependencias de seguridad y migración de los países en los que se extiende el fenómeno, incluidas estadunidenses. La cifra disminuye conforme lo hace la cadena de mando. Para empleados que realizan trabajo en campo “la cuota para que se hagan de la vista gorda” es de mil 500 dólares, asegura otro de los traficantes de personas.
A los polleros no es fácil encontrarlos, aunque las comunidades de migrantes en Centroamérica lo facilitan. Personas que los han contratado confirman que sus números telefónicos o algún otro tipo de contacto (como redes sociales) son parte de la nomenclatura de los pueblos de origen migratorio. Sus datos pasan de mano en mano.
Ya en conversaciones telefónicas, los coyotes insisten en asegurar su negocio, pero no revelan rutas ni lugares de entrada a Estados Unidos. Sólo puntos de encuentro, generalmente públicos como estaciones de autobuses, parques o estacionamientos de tiendas de autoservicio. Es ahí donde se hace la transacción.
“Podemos ir por ellos hasta su país, verlos a medio camino o en la frontera. El pago incluye transporte y tres oportunidades para brincar. Si la migra los regresa una tercera ocasión, se les cobra mil dólares extra por cada nuevo intento”. Son las reglas, explica uno de ellos.
Para el migrante el miedo es permanente a lo largo del viaje. No hay certeza ni del transporte: se usan autobuses, camiones de carga, autos tipo Urvan para los traslados. Será un trayecto en condiciones de hacinamiento: regularmente van apretujados y hasta parados en largos trayectos carreteros de 12 o 15 horas. El oxígeno falta y en no pocas ocasiones ese hacinamiento ha provocado tragedias. Trailers llenos con migrantes ahogados o accidentes de autos sobrecargados son habituales noticias regionales.
En ocasiones, la clandestinidad del viaje no les permiten bajar ni a orinar. Quien no resiste, tiene que hacerlo en algún rincón del vehículo. Un olor fétido penetra por la nariz durante horas y se impregna hasta en la piel, recuerda Enrique, un centroamericano que logró llegar al norte hace unos meses.
“No puedes estar tranquilo. En México hay severos peligros y la ‘clave’ es sólo una apuesta. Un compañero la pagó y de todos modos lo secuestraron, hasta que la familia pagó rescate. Ni cuando pasas a Estados Unidos te relajas. Acá también hay peligros: te traen en carros con exceso de gente a alta velocidad; a otros los mandan en tren, montados por horas en compartimentos inferiores, con el riesgo de caer alas vías; unos más en lanchas sobrecargadas”.
Tras varios meses en Estados Unidos, este centroamericano detectó a lo que define como una trampa más de los traficantes de personas por el nivel de peligro que podría suscitar para los migrantes y sus familias.
“Se quedan con la dirección (a la que se llega en territorio estadunidense). Les pagas hasta el final. Al hacer el trato pensé que era una especie de garantía, no pagar todo hasta que no llegara, ahora que lo pienso, es un riesgo”. Por esto, prefiere ser llamado Enrique y no revelar su identidad ni el condado donde vive.
La cantidad de cruces al día es variable. Uno de los coyotes alardea de su habilidad en la trata de personas: 10 migrantes en unas horas. Hace cuentas rápidas, la ganancia será sustanciosa. La casa no puede perder.

La migración y el diablo
Arturo Balderas Rodríguez
Una vez más, el tema de la migración es motivo de seminarios, editoriales y comentarios en medios de comunicación. La llegada masiva de inmigrantes procedentes de Centroamérica, México y en menor medida de otras naciones es uno de los problemas más acuciantes para la administración del presidente Biden. Las complicaciones son variadas y van desde la forma en que el sistema jurídico de Estados Unidos procesa el creciente número de solicitudes de asilo (a la fecha más de un millón 300 mil), las condiciones de los albergues, el trato que se da a los migrantes y la forma arbitraria en que han separado a los menores de sus padres. A esos problemas se añaden los ocasionados por mal trato y violaciones en su tránsito hacia ese país y una vez que llegan los salarios miserables que les pagan, la negativa a proporcionarles seguridad social y servicios médicos, así como el chantaje del que son objeto por empleadores inescrupulosos. Para colmo, muchos se convierten en vendedores callejeros controlados por mafias que los explotan en un régimen cautivo con ribetes de esclavitud.
Los estudios sobre la migración han sido tema para cientos de especialistas durante años y las propuestas para atenuarlos son variadas, pero a fin de cuentas existe la evidencia de que el origen del problema tiene un común denominador: pobreza y violencia. La experiencia también ha demostrado que la solución no son parches que se revientan por la presión sistemática y creciente de quienes engrosan el ejército de desesperados que buscan asilo en los países más desarrollados. En último término, no debiera ser tan difícil entender que la solución estriba en la necesidad urgente de compartir los frutos del desarrollo, no sólo la explotación de los recursos naturales y humanos de los países expulsores. Ésa es la piedra de toque del problema migratorio. Lo otro, como históricamente se ha probado, son soluciones cortoplacistas que rápidamente se agotan. Es evidente que, de no atacar las condiciones que en último término ocasionan la migración, ni en el mediano y mucho menos el largo plazo existirá la posibilidad de una solución duradera. Así quedó de manifiesto cuando se aprobó la reforma conocida como IRCA, que en 1986 regularizó a millones de indocumentados que vivían en Estados Unidos y, en otro momento, la intención del programa de contratar a trabajadores por temporadas. Por diversas causas, ambos fueron insuficientes para resolver el problema de fondo. La migración continuó en aumento, entre otras causas porque los gobiernos de países expulsores de migrantes dieron rienda suelta a las políticas que beneficiaron a los menos, a las corporaciones extranjeras, a la corrupción, al crimen y a la explotación y depredación sin límites de los recursos naturales. El resultado: las condiciones que originan la migración se multiplicaron.
En esta ocasión, en un intento por atacar de fondo los problemas que la migración ocasiona, el gobierno de Biden ha puesto de relieve la necesidad de ayuda económica a los países expulsores de migrantes, pero también evitar que la ayuda termine en manos de gobiernos corruptos, las corporaciones que alientan esa corrupción y las bandas de delincuentes que se benefician del tráfico de migrantes. Los detalles de la propuesta no están aún claros, pero cabe esperar que en esta ocasión vayan más allá de meros parches. El diablo está en los detalles, más aún cuando está disfrazado de republicano.
Cruel paradoja: Estados Unidos abre los brazos al turismo anti-Covid pero, en su frontera, cientos de desesperados migrantes son rechazados o deportados, clara evidencia de la esquizofrenia que ha caracterizado al sistema migratorio durante años.