La empresa Amway-Nutrilite –cuyo nombre viene de American Way o modo americano– es una empresa estadunidense de ventas directas de suplementos alimentarios y cosméticos, ocupante de las tierras del ejido San Isidro en Jalisco. Si cualquier lector o lectora consume alguno de sus productos, sobran razones para dejar de hacerlo inmediatamente.
A finales de 2022, a través de Access Business Group (ABG, dueña de Amway), inició una demanda contra México por 3 mil millones de dólares, por supuesta pérdida de ganancias futuras en el país. Aunque la demanda es de un cinismo feroz y no tiene bases reales, lo hacen porque el TLCAN y otros tratados de protección de inversiones firmados por México, le dan marco para ello. Muestra el gravísimo error de firmar acuerdos de protección de inversiones a través de acuerdos de libre comercio u otras vías. Según el reporte Radiografía del Poder Transnacional, del Transnational Institute y el Institute for Policy Studies, México había recibido hasta diciembre 2021, 38 demandas de empresas contra el Estado (la mayoría alegando su derecho a contaminar, explotar recursos mexicanos, etcétera) totalizando miles de millones de dólares. Perdió 11, ganó 11 y otras siguen pendientes. Se suma ahora la demanda de ABG-Amway-Nutrilite.
Por si fuera poco, las tierras que ocupa y quiere seguir abusando Amway-Nutrilite son las del ejido San Isidro, en Jalisco, que ha llevado una lucha agraria histórica y de muchas formas ejemplar.
Son tierras que fueron otorgadas al ejido por decreto de Lázaro Cárdenas en 1939. Del total otorgado, 280 hectáreas no fueron entregadas desde entonces y fueron ocupadas fraudulentamente por una serie de maniobras de funcionarios y terratenientes. Amway-Nutrilite las compró en 1994, coronando esta larga cadena de abusos y a sabiendas de las irregularidades que pesaban sobre ésta, lo cual consta incluso en el contrato de compraventa (https://tinyurl.com/4yrbkb7k).
El ejido San Isidro nunca se rindió. Después de una lucha sostenida por 83 años y cuatro generaciones sufriendo y superando todo tipo de dificultades, el ejido logró en 2022 recuperar la posesión legal de toda su tierra (https://tinyurl.com/ycy35jhd).
En julio 2022, la trasnacional Amway-Nutrilite tuvo que entregar 120 hectáreas del total de 280 hectáreas que ocupaba. Retuvo 160 hectáreas con la maniobra de sembrarlas tres días antes de la fecha acordada para la ejecución de la sentencia a favor de San Isidro, para demorar la entrega aludiendo a que las leyes agrarias permiten un plazo para levantar las cosechas. Esas 160 hectáreas debían ser entregadas seis meses después, el 14 de enero de 2023. La empresa no lo cumplió, obtuvo un amparo provisional, que es legalmente insostenible, y además inició a través de su figura legal en Estados Unidos Access Business Group, una demanda contra el Estado mexicano por 3 mil millones de dólares por supuestas afectaciones.
Las autoridades agrarias que debían haber verificado la entrega de las 160 hectáreas el 14 de enero de 2023 no se presentaron pese a que el amparo que obtuvo la empresa no debía proceder, porque la ejecución de la sentencia ya se había realizado en julio de 2022, ahora era solamente un acto de seguimiento para completar la ejecución. Ramón Vera Herrera explica con claridad los vericuetos de estas maniobras y cómo interactúan con las de la trasnacional y funcionarios. Expone además que algunos funcionarios sugirieron al ejido que debían proceder por sí mismos para desocupar a la trasnacional, que como ya todo está ejecutado, vayan a las puertas de Amway con un notario y constaten si se salen de las tierras o se niegan, para que así el ejido les levante un juicio penal por invasión y despojo (RVH, Desinformémonos, https://tinyurl.com/4yrbkb7k).
Más de 50 organizaciones nacionales e internacionales, así como cientos de activistas, intelectuales, académicos, marcaron su solidaridad con el ejido San Isidro y seguiremos apoyándoles en su justa y emblemática lucha (Red en Defensa del Maíz, https://tinyurl.com/ycy35jhd).
Pese a las contrariedades, para el ejido fue una victoria obtener la carpeta básica de concreción de la ejecución como hecho consumado, con actas de deslinde y posesión, así como el plano definitivo de colindancias, lo cual afirmó su certeza jurídica. Ésta ya está inscrita ante el Registro Agrario Nacional. La empresa debe entregar la tierra de las y los campesinos, que además de ser legalmente suya, la necesitan para subsistir y desarrollarse como ejido agroecológico.
En la defensa contra la absurda demanda de ABG (Amway-Nutrilite), el gobierno debe tomar en cuenta la gran cantidad de datos y argumentos legales en manos del ejido y sus asesores legales, que han acumulado por muchos años y muestran que la demanda no procede. Comenzando, como señala Ramón Vera Herrera que desde la firma del contrato de compraventa, Amway-Nutrilite ya sabía que el terreno podría tener gravámenes y afectaciones agrarias.
Frente al tamaño e historial de abusos de Amway-Nutrilite, es completamente desproporcionado que se pretenda que sea el ejido el que enfrente a la trasnacional. Son las autoridades agrarias las que deben asegurar que se termine ya la entrega de tierras.
A todas y todos compete seguir apoyando la lucha del ejido San Isidro.
* Investigadora del Grupo ETC
Nuestra ansiedad climática
Fabrizio Mejía Madrid
El ambientalismo ha sido absorbido por el sistema neoliberal como pocos en la historia de la resistencia crítica. En tan sólo medio siglo, pasaron del cuidado de la vida en el planeta a convertirse en cabilderos de la industria limpia y en consumidores que compran sus propias buenas conciencias. Se ha operado un encantamiento con productos como los paneles solares, los rotores de viento y los automóviles eléctricos que parecen fabricados de la nada. Los cabilderos de la industria limpia no hablan de cómo, para elaborarlos, se necesita quemar carbón en las industrias de acero, de lo que están hechos los paneles, los coches y las aspas; excavar minas para encontrar el silicio monocristalino del que están hechas las mamparas fotovoltaicas; el litio y el grafito para las baterías que se tiene que extraer para los autos; mucho menos el diésel para transportarlos, las grúas para montarlos y un gran etcétera. Los vendedores de automóviles eléctricos jamás informan de cuánto carbono genera al ambiente la manufactura de sus mercancías tan brillantes y silenciosas. Pero tampoco de algo crucial: las energías limpias del sol y el viento no sustituyen a las que usan fósiles, sino que simplemente se agregan. La limpia está montada en la fósil. Así, parece que la solución no es tan mágica. La idea del nuevo ambientalismo es que una nueva industria solucionará lo que la vieja industria ocasionó y que, por lo tanto, no hay más posición política que exigir subsidios a la limpia para que exista el futuro. Esto, por supuesto, no es así. El viejo ambientalismo demandaba un cambio en la forma de relacionarnos con el planeta, no con la industria. Estudios como el de Shannon Elizabeth Bell y Richard York (2019) sostienen que, no obstante el rápido crecimiento de las energías limpias, éstas no remplazan a las fósiles, de la misma manera en que el petróleo no terminó con el uso del carbón o como llamarle ahora biomasa a talar árboles para quemarlos no tiene nada que ver con cuidar al planeta y sus vidas. No existe, argumenta su estudio, una transición energética, sino una acumulación porque no hemos cambiado el mismo modelo de alto consumo de energía en el mundo industrial.
Pero quizás lo más angustiante es que se nos responsabilice del cambio climático a todos, por igual, cuando sabemos, por el informe de Oxfam de 2015, que el 10 por ciento más rico del planeta añade la mitad del carbono en la atmósfera y que la mitad más pobre sólo aporta 10 por ciento de la contaminación. Así que lo adecuado debería ser exigir a los supermillonarios que bajen 90 por ciento de las emisiones que generan con sus yates, aviones privados, motos, automóviles y aun sus naves espaciales. Es el gasto irracional de energía lo que debería ser un blanco de los ambientalistas y no, como ahora, el paso a los coches de Elon Musk.
La transformación de los activistas en consumidores ha sido acaso el más grande logro del neoliberalismo. Ahí tienes a todas esas personas, de clase media alta, educados, informados, que creen que están colaborando a salvar el planeta al comprar mercancías supuestamente reciclables, orgánicas, de libre pastoreo, cuando el tema es político, no individual y, desde luego, no es consumir otras cosas, sino cambiar la magnitud del desecho. Como ya lo advertía la novela Submundo de Don DeLillo (1997), nos hemos convertido en sociedades, ya no de consumo, sino de desecho: se nos obliga, por la obsolescencia programada, a cambiar de aparatos o de ropa cada que pasa un año. Y, al mismo tiempo, se genera en las clases medias una suerte de tranquilidad espiritual al consumir creyendo que, a estas alturas, son compatibles el capitalismo industrial y la vida en el planeta. El consumo ecológico es quizás el más grande engaño para una clase pudiente que cree que el asunto se resuelve con una opción entre comprar o no comprar.
El futuro que nos espera implica otra vuelta del neocolonialismo, como desde hace medio milenio: la combustión de carbón se traslada a los países más pobres, cuando no los basureros electrónicos, plásticos y de ropa; y comienza ya una disputa global por apropiarse de los metales que harán posible las baterías de los coches y los celulares, del litio y el grafito. Así lo dijo la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, en un evento del Atlantic Council, el pasado 24 de enero: “Esta región (América Latina) es tan rica en recursos minerales, de tierras raras, de litio –el Triángulo del Litio (Bolivia, Argentina y Chile) está en esta región–; hay muchas cosas que esta región tiene que ofrecer. Estoy viendo lo que hacen nuestros competidores. Y veo en ello una amenaza a la democracia y que están jugando al ajedrez. Rusia está presente en la región y están jugando damas chinas. Creo que están ahí para socavar a Estados Unidos. Para socavar a las democracias. Necesitamos una estrategia. No podemos estar por aquí y por allá, porque tenemos una serie de elecciones importantes, que vienen o acaban de realizarse, y tenemos que seguir pendientes de esta región”.
La ansiedad climática está en muchos de nosotros a quienes se les dice que deben hacer algo para salvar al planeta. Las soluciones de fondo –una tregua de años en la pesca a gran escala, en la tala de bosques para fabricar biomasa o, incluso, en el sacrosanto consumo de carne– no están en las manos de los individuos. Son políticas, porque el problema reside en la élite. Dependemos, para salvar al planeta, de que los millonarios dejen de contaminar, de que las corporaciones dejen de obligarnos a desechar, de una autoridad planetaria que pudiera decretar una tregua del capitalismo industrial en su guerra contra el planeta. Pero, por el momento, no hay árbol al que arrimarse.