La caída de los imperios dio a luz el imperialismo. Durante el siglo XX y lo que va del XXI su estructura se ha modificado. Pero su definición sigue vigente. Si nos atenemos a la primera caracterización, Gran Bretaña se estrenaba como faro de la revolución industrial. John Hobson, un liberal educado en Oxford, profesor de secundaria, especialista en literatura clásica, escritor de artículos periodísticos, utilizó por primera vez el concepto en su ensayo Estudio del Imperialismo. Publicado en 1902, tuvo nueva versión en 1905 y la última en vida del autor, en 1938. Bajo su influencia, Lenin, en 1916, redactaría su folleto El imperialismo, fase superior del capitalismo. Le cita profusamente. Pero Hobson sería olvidado o leído dentro de la teoría marxista del imperialismo. El británico había identificado factores que Lenin consideró el armazón del imperialismo. 1) Concentración de la producción y del capital que da origen a los monopolios; 2) fusión entre el capital bancario e industrial, base del capital financiero, y una élite especulativa; 3) aumento cualitativo en la exportación de capitales frente a la exportación de mercancías; 4) formación de los monopolios y capital multinacional, y 5) luchas entre imperialismos por repartirse y controlar el mundo.
Hoy nos enfrentamos a una situación inédita. El capitalismo ha demostrado vitalidad, ser capaz de recrearse. El poder, en manos de los magnates del big data y sus trasnacionales de la inteligencia artificial, abre un proceso cuya fuerza radica en neutralizar y anular la conciencia crítica, haciéndonos creyentes de un relato incuestionable. Creemos en el libre mercado, la democracia liberal, las leyes de la oferta y demanda, la pax americana, la malignidad del socialismo, el sí se puede, el empoderamiento, el egoísmo y la competitividad. El imperialismo se refunda bajo sus premisas iniciales.
Las declaraciones de Mao Tse-Tung concedidas a la periodista Anna Louise Strong, propias de la cultura china, en 1956, adjetivando al imperialismo estadunidense como una nación en apariencia poderosa, pero incapaz de soportar el viento y la lluvia, que vista de frente era un tigre de papel, alejada de su pueblo, se extendió entre la izquierda política y social. Esta visión ideológica sirvió para dar ánimos, pero no para entender sus dinámicas. En medio de los procesos descolonizadores en África, el apartheid, la guerra de Vietnam y los movimientos de liberación nacional en América Latina, el imperialismo parecía tener sus días contados. Pero la realidad es tozuda. No era un tigre de papel, es más una hidra de mil cabezas, como lo adjetiva el EZLN.
Pero volvamos a Hobson. Su reflexión parece no envejecer. Así se despachaba: Aunque el nuevo imperialismo ha sido un mal negocio para la nación británica, ha resultado rentable para ciertas clases sociales y para grupos industriales y financieros del país. Los enormes gastos de armamentos, las costosas guerras, los graves riesgos y las situaciones embarazosas de la política exterior, los impedimentos y los frenos a las reformas sociales y políticas dentro de Gran Bretaña, aunque hayan sido tan dañosos para la nación, han resultado muy provechosos para los intereses económicos de ciertos grupos industriales y profesionales. Perderemos el tiempo si nos ponemos a hablar de política sin ver con claridad este hecho fundamental y sin percatarnos de que estos intereses privados son enemigos de la seguridad y del bienestar nacional. Su preocupación se centraba en las futuras guerras imperialistas. Definió a las empresas armamentísticas como parásitos económicos y el pilar sobre el cual se asienta el imperialismo: “no cabe duda de que siempre que estalla una guerra […] podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que no se tiene memoria de ninguna guerra que, por evidentemente agresiva que pudiera parecer al historiador desapasionado, no se presentara ante las gentes que eran convocadas a la lucha como una política defensiva necesaria, en la que estaba en juego el honor y hasta la misma existencia del Estado”. Guerra, no paz, es la propuesta.
Estudiar el imperialismo, sus tecnologías de la muerte, armas y argumentos, es urgente. Para ello, es necesario recurrir a nuestros clásicos. Sólo así tendremos opciones para enfrentar la lucha política y construir una alternativa. Acá algunas recomendaciones. Samir Amin, Imperialismo y desarrollo desigual , Libros de confrontación, Barcelona; Theotonio Dos Santos Imperialismo y dependencia , editorial Era; Octavio Ianni, Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina , Siglo XXI Editores; Pablo González Casanova, Imperialismo y liberación , Siglo XXI Editores; Anouar Abdel-Malek, Sociología del imperialismo , Ediciones UNAM; Arghiri Enmanuel y otros: I mperialismo y comercio internacional; el intercambio desigual, y dos textos colectivos de Ediciones Periferia: Economía política del imperialismo y Corporaciones multinacionales en América Latina . Todos escritos en el último cuarto del siglo XX.
Los afanes expansivos del conglomerado industrial, tecnológico, financiero y militar de Estados Unidos y sus aliados, aunque Europa Occidental se sienta ninguneada, nos llevan a la guerra. Trump no es un loco, no actúa solo. Representa a los sectores más agresivos del imperialismo del siglo XXI, cuyo objetivo es controlar el mundo. Para esta labor, no dudarán en llevarse por delante todo lo que no les es rentable, democracia incluida.
La economía imaginaria
Ilán Semo /I
A principios de 1971, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, John Connally Jr –antiguo gobernador de Texas, quien recibió un balazo cuando acompañaba a John F. Kennedy en su última y fatal gira– sugirió a Richard Nixon una medida rotunda para hacer frente a las compras masivas de oro por la banca internacional: desvincular el valor del dólar de su equivalente en oro. Su argumento fue elemental: Los extranjeros nos quieren joder; nuestro trabajo consiste en joderlos primero. Ecos de esa misma acometividad resuenan hoy (en calidad de ensañamiento) en la auténtica masacre arancelaria diseñada por Peter Navarro y Howard Lutnick. El shock provocado por Nixon en 1971 permitió a Washington inducir la crisis petrolera de 1973-1977 –que estuvo a punto de derribar a la economía mundial–, establecer el dólar como moneda franca del mercado global y dar comienzo a la era neoliberal. Por cierto, fue Henry Kissinger quien disipó todas las dudas al respecto. Lo aclara en su autobiografía, en el capítulo que lleva por título la pregunta: ¿Quién provocó la crisis petrolera? Él mismo responde en la primera frase: Fuimos nosotros.
Neil Ferguson, el historiador británico, puso de relieve recientemente otro aspecto del exotismo de la singularidad estadunidense. Ningún imperio en la historia, ni Roma ni Estambul, ni España u Holanda, tampoco Inglaterra, logró preservar su hegemonía después de perder el control de su déficit fiscal y adentrarse en la ruta de los saldos rojos de su balanza comercial. La primera cifra delata el dominio creciente de una élite rentista; la segunda, un desplome general de la productividad y un abuso de la fuerza y de las armas. Estados Unidos es el único caso que refuta este axioma. Durante 54 años, desde 1971, su economía creció como ninguna otra bajo un déficit fiscal ascendente (hoy estrafalario) y una balanza comercial endémicamente deficitaria. A cambio, gracias a su asombroso sistema financiero, contó con un privilegio indiscutible: los recursos provenientes de todo el mundo –depositados religiosamente en Wall Street– para propiciar y monopolizar una de las mayores revoluciones tecnológicas de la historia: la digitalización del mundo (y todas las partes que lo definen: la producción, la guerra, la comunicación, la educación y hasta la vida emocional. En ese mismo medio siglo provocó –y padeció– cuatro crisis mayores y de dimensión global –la crisis petrolera, el desplome de los valores dot.com, la de las hipotecas en 2008 y la de la pandemia). Quien diga que se trata de un sistema estable está hablando de una economía imaginaria. El misterio es cómo logró mantener la confianza de los inversionistas durante todos esos trances.
En el fondo de la actual disputa por los aranceles se encuentra algo de lo que pocos hablan: los profundos cambios que han transformado el mundo de la producción y el trabajo. La automatización cibernética tiene uno de sus antecedentes remotos en el fordismo de los años 20. Conjugada con la actual estrategia neoliberal, ha provocado una transferencia de la riqueza del trabajo al capital como nunca. El dilema de Washington no es un déficit en la manufactura –como pregona su retórica oficial–, sino los síntomas crecientes de una peligrosa crisis de sobreacumulación. Por un lado, un nivel de productividad y tecnologización que evade cualquier límite; por el otro, un estancamiento relativo de los asalariados, a los que escapa la posibilidad de consumir lo producido. Se olvida siempre que en el capitalismo son las contradicciones de la abundancia (y no de la escasez) lo que causa los peores desastres. El fordismo –y los roaring twenties– fueron el preámbulo de la depresión de 1929; ojalá y el automatismo digital –y la furia productivista de China– no desemboquen en una catástrofe semejante.
Para sortear el atolladero, Estados Unidos necesitaba un Roosevelt, no un mobster, como Trump. Es decir, reducir la jornada de trabajo de 40 a 35 horas, una reforma fiscal que grave ganancias, cobertura de salud universal y educación universitaria gratuita.
Pero la historia no admite agendas prestablecidas. ¿Acaso es el neofascismo la etapa superior del neoliberalismo? Lo cierto es que la política de aranceles es un impuesto que castiga principalmente a quien vive de su salario. También los recortes anunciados del personal gubernamental. Si Wall Street muestra hoy una tendencia hacia la recesión, falta el tercer capítulo de este trance. Una vez que Peter Navarro anuncie próximamente la reducción de impuestos a las corporaciones, y Trump se divierta recibiendo a las delegaciones de más de 50 países para renegociar aranceles pertinentes, la Bolsa de Nueva York volverá a sonreír.
¿Qué puede hacer la sociedad mexicana frente a este giro del orden comercial mundial? Antes que nada, liberarse (o, al menos, cuestionar) los resabios de su propia mentalidad poscolonial.
Bloqueo naval a Cuba
Rosa Miriam Elizalde
Un país africano con costas en el Atlántico oriental decidió donar a Cuba 3 mil toneladas de jurel, el delicioso pescado azul que se mueve en cardumen desde las Islas Canarias y Senegal hasta el golfo de Guinea y Baía dos Tigres, en Angola. Iniciaba 2024 y como la isla no tiene buques mercantes, la nación que hizo el donativo solicitó a una empresa local que se encargara del procesamiento y el traslado de la carga.
Ninguna naviera estuvo dispuesta a hacer el viaje directo hasta el puerto del Mariel, en Cuba, por temor a las sanciones estadunidenses, de acuerdo con un reportaje publicado por el diario Granma que abordó ejemplos concretos del bloqueo de Estados Unidos a la isla (https://acortar.link/4hxPnE). Se envió un contenedor de prueba para evaluar los costos, a través de un itinerario mucho más largo, que incluyó varias paradas en puertos de China. La travesía comenzó el 18 de febrero de 2024 y concluyó el 3 de mayo, 75 días después. De acuerdo con lo estimado, transportar la carga completa costaría por esta ruta 9.7 millones de dólares.
El país africano solidario, que no podía pagar semejante suma, decidió entonces vender las 3 mil toneladas de jurel y, con ese dinero, comprar pescado congelado en un puerto próximo a Cuba. El dinero recaudado sólo alcanzó para comprar 386 toneladas en aguas próximas, afirma Granma.
La sofisticación del bloqueo ha llegado a niveles indescriptibles, con medidas para atemorizar a las navieras y hacer cada vez más difícil la llegada de cargas por vía marítima a Cuba que, isla al fin, no tiene otro modo de comercio regular para los grandes contenedores de alimentos y combustible. Lo que antes se le impedía con barcos de guerra patrullando aguas territoriales, hoy se le imposibilita con sanciones, regulaciones y amenazas legales que convierten cada puerto cubano en una zona de riesgo para cualquier naviera.
En 2024, una enmienda a la Ley de Autorización de Defensa Nacional de EU estableció que cualquier puerto bajo la jurisdicción de un gobierno considerado Estado patrocinador del terrorismo, como es el caso de Cuba según las acusaciones infundadas de Washington, será evaluado como un surgidero con medidas de seguridad insuficientes. Por tanto, se endurecieron los controles aduanales en EU, que ya eran muy severos (cualquier barco que llegara a la isla debía esperar seis meses para viajar a EU). La normativa de 2024 se aplica a todos los buques comerciales que llegan a territorio estadunidense tras haber visitado puertos cubanos, con la excepción de aquellos que hayan atracado en la Base Naval de Guantánamo.
La semana pasada otra bomba pasó por debajo del radar de los medios, práctica habitual de la administración estadunidense, que tiene al mundo virado al revés con la guerra de aranceles, mientras las guerritas del Departamento de Estado se llevan con igual perfidia pero mayor sigilo. Así establecieron condiciones especiales para todos los buques comerciales que hayan visitado puertos cubanos en sus últimas cinco escalas antes de llegar a territorio estadunidense (https://acortar.link/Zxz13p). Aun los que cumplan con esta exigencia serán sometidos a vigilancias especiales, serán custodiados por guardacostas y los guardias deben tener visibilidad total del exterior del buque, tanto en el lado terrestre como el marítimo.
Aparte del nuevo golpe dirigido a navieras que se atrevían a comerciar con la isla y llevar un contenedor de prueba con jurel, la nueva medida corta de raíz el transporte desde EU de alimentos, equipos electrodomésticos y automóviles que fueron permitidos durante la administración Biden, bajo condiciones leoninas y operados por el sector privado en Cuba. Las medidas están orientadas a deteriorar aún más los lazos de cooperación en cuestiones de seguridad y aumentar la extraterritorialidad del bloqueo.
La diferencia entre el bloqueo naval directo y éste es puramente formal: si antes bastaba un buque militar para impedir el comercio, hoy es suficiente con la amenaza inducida a través de un sistema de sanciones que asfixia igual o más, sin necesidad de una sola cañonera.
Esta semana el enviado especial de la Casa Blanca para América Latina, Mauricio Claver-Carone, reconoció en Miami que el gobierno de Trump aplica un enfoque más quirúrgico contra el gobierno de Miguel Díaz-Canel, con el propósito de estrangular la economía cubana. Lo que no dice es que este ensañamiento impacta directamente en la población civil y deja imágenes insoportables ligadas a una vida cotidiana cada vez más precaria en Cuba, donde ni el jurel escapa.