lunes, 21 de abril de 2025

Navegando la incertidumbre.

David Penchyna Grub
El panorama económico y político internacional se encuentra inmerso en una profunda transformación, marcada por una confrontación comercial que, aunque carece de la violencia física de una guerra tradicional, no es menos disruptiva en sus consecuencias. La imposición de aranceles, la activación y desactivación de barreras comerciales, se han convertido en las nuevas armas de una contienda que redefine las dinámicas del comercio global y obliga a repensar estrategias empresariales y políticas económicas.
La administración del presidente Trump se erige como un actor central en esta reconfiguración. Es, nos guste o no, el factor más relevante de nuestro tiempo en términos de influencia política y económica. Algunos analistas han intentado enmarcar su política arancelaria como una estrategia fiscal audaz, un mecanismo para generar ingresos que permitan financiar ambiciosas reformas sin impactar directamente a su base electoral o a los intereses de las grandes corporaciones estadunidenses. Esta interpretación es correcta, sin embargo, vale la pena apuntar elementos de una realidad más compleja, con efectos colaterales en la economía global.
China, en este escenario, es el protagonista, antagonista o coprotagonista perfecto. Su posición como el principal tenedor de deuda estadunidense le otorga una influencia considerable. La capacidad de Pekín para inundar los mercados globales con productos competitivos, respaldada por una posible devaluación controlada del yuan, representa una herramienta poderosa en esta guerra comercial. A esto se suma su creciente sofisticación industrial y una mano de obra cada vez más especializada, lo que le permite mantener una ventaja competitiva en sectores claves.
La reacción de los mercados ante la estrategia de Trump ha sido un ejercicio constante de adaptación a la volatilidad. La activación y desactivación selectiva de aranceles ha sembrado el caos, dificultando la planificación a largo plazo. No obstante, también ha generado la percepción de que las reglas del juego son fluidas y que todo está sujeto a negociación. Esta dinámica ha favorecido a economías estrechamente ligadas a Estados Unidos, como México, cuya resiliencia ante las turbulencias comerciales se reflejó en la ratificación de su calificación crediticia por parte de Fitch Ratings.
Sin embargo, esta adaptabilidad no mitiga el impacto paralizante de la incertidumbre en la inversión productiva. La falta de claridad sobre las futuras políticas comerciales y arancelarias impide a las empresas tomar decisiones estratégicas sobre la ubicación de sus inversiones. La disyuntiva entre invertir en Estados Unidos, expuesto a la volatilidad de las decisiones políticas coyunturales, o en mercados como México, susceptible a la imposición de aranceles repentinos, genera una parálisis en la planificación a mediano y largo plazo.
La figura de Trump como un disruptor político, un empresario ajeno al establishment que transformó el Partido Republicano a su imagen y semejanza, se traslada también al ámbito económico. Su particular estilo de negociación, su Art of the deal, marca una ruptura con el consenso globalizador de las últimas décadas. La globalización, tal como la conocíamos, llegó a su fin, dando paso a un nuevo paradigma de relaciones económicas internacionales más fragmentado y proteccionista.
Ante este panorama incierto, las empresas se debaten entre la espera y la adaptación. ¿Optarán por postergar decisiones de inversión significativas hasta que la presidencia de Trump llegue a su fin, asumiendo el riesgo de una posible extensión de su mandato? ¿O se inclinarán por la adaptación, asumiendo mayores costos de producción y márgenes de rentabilidad reducidos, subsidiando de facto la agenda de Make America Great Again?
Hasta el momento hemos hecho pronósticos y análisis sobre las consecuencias de lo que vemos todos los días en las noticias. Sin embargo, las repercusiones inmediatas de esta confrontación comercial empezarán a notarse en el día a día de millones de personas: los consumidores finales sufrirán el aumento de precios, las cadenas de suministro globales empiezan a fragmentarse, se genera escasez de productos en economías altamente interconectadas, se pierden empleos en economías emergentes y la presión inflacionaria se intensifica. Ese es el efecto pernicioso de la incertidumbre: un hecho negativo no necesita consumarse para generar un efecto en la realidad. Basta el miedo, basta la falta de certidumbre.
La gran interrogante de nuestro tiempo radica en la naturaleza de esta nueva realidad. ¿Estamos transitando un periodo de ajuste doloroso pero con un horizonte final definido, o debemos prepararnos para una era de incertidumbre y caos constantes, impuestos por un estilo de liderazgo que parece prosperar en la ambigüedad? La respuesta a esta cuestión definirá el futuro de la economía global y la capacidad de las naciones y las empresas para prosperar en un entorno cada vez más impredecible.

Pensar desde México o resignarnos a la deriva
José Romero*
Por décadas, México ha aspirado a la independencia económica y la soberanía política. Sin embargo, esa aspiración seguirá siendo inalcanzable mientras pensemos con categorías ajenas. No se puede transformar un país con ideas diseñadas para sostener la hegemonía de otros. Pensar con cabeza propia no es un lujo académico: es una necesidad histórica. Sin pensamiento propio, la Cuarta Transformación (4T) no sólo corre el riesgo de fracasar, sino de dejar al país atrapado en una peligrosa deriva sin rumbo.
Durante demasiado tiempo, nuestra realidad ha sido interpretada a través de teorías nacidas en los países anglosajones, formuladas para justificar el libre comercio, el neoliberalismo y una democracia sin contenido social. Hoy, cuando ese poder geopolítico se debilita, las universidades del norte global insisten en exportar sus viejos paradigmas como si fueran fórmulas universales. Ello no es reciente. Las ciencias sociales mexicanas nacieron bajo tutela. Aunque se enseñan en español y se aplican al contexto nacional, sus fundamentos teóricos, jerarquías institucionales y referentes intelectuales son, en su mayoría, importados. En nombre de la universalidad del conocimiento, nuestras universidades adoptaron sin crítica marcos pensados para otras realidades.
El colonialismo académico impuso una regla tácita: el saber legítimo es aquel que se produce en inglés, se publica en revistas extranjeras y se ajusta a los criterios de Harvard o el MIT. Bajo esta lógica, se forma a los estudiantes para buscar validación externa, se prioriza citar a autores del norte y se relega el pensamiento latinoamericano al margen. Esta dependencia se reproduce muchas veces sin conciencia, pero con efectos profundos.
En muchas facultades es posible graduarse en economía sin haber leído a Furtado, Prebisch o Marini, pero dominando la teoría de juegos o el equilibrio general. Se enseñan políticas públicas diseñadas para países sin pobreza estructural y se imponen modelos de gobernanza que ignoran cómo opera el poder en nuestros contextos. La historia se reduce a cronologías institucionales; la economía, a manuales que suponen un país plenamente industrializado, y la sociología, a modas foráneas que poco explican nuestras desigualdades.
Esta desconexión se refleja en los sistemas de incentivos. El prestigio académico no se construye pensando desde México, sino hablando como Harvard. El Sistema Nacional de Investigadores e Investigadoras (SNII) y los programas de estímulos valoran más un texto técnico en inglés que una propuesta sólida con impacto nacional. Así, la lógica de los indicadores termina desplazando la de la transformación. Se premia publicar más que incidir, repetir más que comprender, citar más que crear.
Mientras, el pensamiento crítico latinoamericano permanece marginado. Incluso la historia económica que se enseña excluye nuestras propias experiencias. Figuras como Víctor Urquidi, David Ibarra, Carlos Tello, Arturo Warman, Bolívar Echeverría y Enrique Dussel, quienes pensaron desde México y América Latina con rigor estructural y mirada crítica, han sido desplazadas del centro académico. Esta exclusión no es técnica: es política. Busca evitar que las ciencias sociales se conviertan en herramientas de emancipación.
Por eso, descolonizar las ciencias sociales no es un gesto simbólico ni una moda ideológica: es una urgencia. Sin soberanía epistemológica, no puede haber soberanía política ni económica. Un país que no se piensa con cabeza propia está condenado a vivir bajo proyectos ajenos. Y una academia desvinculada de su pueblo no cumple su función pública.
La descolonización exige rupturas. Primero, con el canon teórico dominante. Es indispensable recuperar nuestras propias tradiciones intelectuales, incluyendo a quienes pensaron el desarrollo desde aquí con compromiso y rigor. También debemos aprender de las experiencias exitosas de Asia, donde se construyeron capacidades nacionales y se adaptaron conocimientos externos a las condiciones locales. No se trata de idealizar modelos ni de mirar al pasado con nostalgia, sino de pensar críticamente desde el presente.
Segundo, urge transformar los sistemas de evaluación. El SNII, las universidades y las agencias científicas deben dejar de premiar exclusivamente la publicación en revistas extranjeras. Hay que valorar la incidencia social, la formación de cuadros comprometidos y los diagnósticos útiles. La ciencia útil no es la que más se cita, sino la que más transforma.
Tercero, necesitamos construir nuevas instituciones del saber: centros de pensamiento, observatorios de políticas públicas, escuelas de formación conectadas con el país real. El conocimiento debe volver a circular entre academia y sociedad. El aula no puede ser un refugio de neutralidad, sino un espacio de interrogación crítica y acción colectiva.
Cuarto, es indispensable repolitizar las ciencias sociales. Fingir una objetividad tecnocrática sólo perpetúa el statu quo. Pensar desde México implica tomar partido: por la justicia, el desarrollo y la soberanía. Y tomar partido, hoy, es un acto de dignidad intelectual.
Finalmente, debemos transformar el horizonte de sentido de la academia: estudiar para transformar, investigar para contribuir, enseñar para liberar. México no será soberano mientras dependa de centros extranjeros para pensarse. La batalla por el conocimiento es también la batalla por el futuro.
La 4T no podrá consolidarse sin una transformación intelectual que la sustente. No basta cambiar instituciones: hay que construir una ideología propia que le dé sentido, horizonte y dirección. Mientras sigamos presos de modelos que ignoran nuestras realidades, el proyecto corre el riesgo de vaciarse de contenido. Si no comenzamos a pensarnos desde nosotros mismos, quedaremos atrapados en una deriva sin rumbo: sin visión, sin proyecto y, finalmente, sin país.
*Director del Cide

Bukele, carcelero de América
Manuel Pérez Rocha L.*
En medio del miedo que Trump pretende suscitar en los estadunidenses, un hecho ha causado un enorme clamor mediático; el negar el regreso del inmigrante salvadoreño Kilmar Abrego García a EU, tras haber sido retornado a El Salvador por un supuesto error y sin debido proceso alguno; tiene una orden judicial que prohíbe su retorno a El Salvador y no ha sido condenado por ningún delito en EU. Es uno de cientos de casos y de una posible proliferación en el futuro cercano.
Como dicen John Cavanagh y Robin Broad, en Newsweek (https://tinyurl.com/mth35adw): “En flagrante desprecio por el debido proceso y ante un fallo unánime de la Corte Suprema de Estados Unidos que ordenó a la administración Trump facilitar la liberación de García, los dos presidentes (Trump y Bukele) se negaron a mover un dedo, a pesar de que los propios funcionarios de Trump admitieron que la deportación de Abrego García fue un ‘error administrativo’ (…). A pesar de la clara evidencia de que Abrego García es inocente, los dos presidentes están expresando su extremo desprecio por la ley, por no decir de la decencia humana”.
Mientras, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, voló a la Casa Blanca a rendir pleitesía a su tutumpote Trump, concederle que no va a regresar a Kilmar y a ofrecerle su país, incluida su infame cárcel de castigo máximo –el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) para recibir prisioneros. En esa y otras cárceles se tortura y se trata, como ningún animal debe ser tratado, a miles de prisioneros bajo el estado de excepción instaurado por Bukele desde marzo de 2022, en el que miles de inocentes y prisioneros políticos, incluyendo sindicalistas y defensores del ambiente, han sido enjaulados. Trump agradeció a Bukele, advirtiendo que estadunidenses nacidos en casa serán los siguientes en ser deportados (https://tinyurl.com/53catsht).
Según Noah Bullock, director de la organización de derechos humanos salvadoreña Cristosal, EU pagó a El Salvador 6 millones de dólares para encarcelar a los migrantes (https://tinyurl.com/yzyu8hf2). Trump ha desaparecido a estudiantes y manifestantes; es fácil imaginarlo siguiendo el camino de Bukele y enviando a críticos y activistas a pudrirse en su horrible megacárcel, junto a Kilmar García y muchos otros migrantes inocentes (Broad y Cavanagh). Organizaciones de derechos humanos salvadoreñas, como Socorro Jurídico, calculan que al menos 26 mil de los más de 80 mil que Bukele ha apresado no tienen antecedentes penales.
A usanza de Trump, de buscar enemigos, Bukele ha optado por tratar de ofender a México. A pesar del creciente descrédito de los impactos en los derechos humanos de su régimen de terror, critica al gobierno mexicano por no aplicar la misma mano dura en cada uno de los 28 estados (sic) de la República. La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido mesurada pidiendo respeto para México y ha evitado el debate con él ( La Jornada, 19/4/25).
A la vez que Chris Van Hollen, senador demócrata por Maryland, viajó a tratar de rescatar a Kilmar, con la negativa de Bukele de permitirle visitarlo en la cárcel los republicanos sí son bienvenidos para exhibirse de manera cruenta con prisioneros dantescamente hacinados. No importa si son culpables o no, no hay debido proceso para nadie y muchas veces un tatuaje es comprobante de ser criminal. La crueldad de Bukele es comparable con la que el movimiento MAGA trata a los inmigrantes en EU. Trump los ha llamado peste, que contamina la sangre del país.
EU ya ha certificado al gobierno salvadoreño en torno a corrupción y derechos humanos. Tanto el secretario de Estado, Marco Rubio, como la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, visitaron el país en sus primeros viajes al extranjero (https://tinyurl.com/5n86s3ym).
La represión de Bukele se enmarca en un contexto socioambiental. Bukele ha desechado la ley de prohibición a la minería metálica de 2017, alcanzada tras años de lucha de organizaciones comunitarias, civiles y religiosas, y de manera unánime en la asamblea legislativa de entonces, para salvar los ríos del intenso estrés hídrico que sufre el país. Para dar pie a la explotación del oro, Bukele se ha dedicado a perseguir a opositores incluyendo a cinco prominentes defensores del agua, por un supuesto crimen de tiempos de la guerra civil, sin prueba alguna. Los ambientalistas fueron absueltos por una corte en octubre de 2024 ( La Jornada, 24/10/24); sin embargo, el fiscal general de El Salvador ordenó que se les vuelva a juzgar, por el mismo crimen, aun sin pruebas.
La destructividad de la minería es cuestionada mundialmente y El Salvador, por pequeño que sea, es central en los esfuerzos de contener la codicia y usura de mineras trasnacionales. Una amplia alianza ha presentado una demanda de inconstitucionalidad respaldada por más de 57 mil firmas ciudadanas, contra la Ley General de Minería impuesta por Bukele, que se suman a más de 150 mil firmas presentadas por la Iglesia Católica a la Asamblea Legislativa en marzo. Como dice la histórica Mesa Nacional frente a la Minería Metálica de El Salvador, estas firmas son una expresión muy pequeña del rechazo generalizado de la población a la propuesta nefasta de Bukele de imponer la minería (https://tinyurl.com/35bjt9a2).
Por el bien de los derechos humanos en el hemisferio, es tiempo de que el gobierno de México arremeta contra Bukele e insista, como lo ha hecho Sheinbaum, en que el autoritarismo y la mano dura llevan a consecuencias terribles y de apostar por una visión humanista por encima de todo (https://tinyurl.com/9z4wkd4y).
*Institute for Policy Studies (www.ips-dc.org)