lunes, 22 de agosto de 2016

La disminución del crecimiento y sus consecuencias.

No son precisamente optimistas los vaticinios que en materia de economía acaban de hacer los principales grupos financieros de México. El crecimiento anual que calculan resultaría aún menor al previsto a principios de año tanto por el Banco Mundial como por el Fondo Monetario Internacional, que rondaba un moderado 2.8 por ciento. Los pronósticos no reducen de manera drástica ese porcentaje (acaso seis décimas los más negativos), pero inquietan porque constituyen un indicador de que las perspectivas de desarrollo del actual modelo económico no son tan realizables como los defensores de éste pregonan, ni siquiera en términos de cifras macro, que son las usadas para justificar el rumbo que le han dado a la economía.
El recurso de evaluar la situación económica de un país con base en este tipo de cifras –balanza comercial, producto interno bruto (PIB), índice de precios al consumidor– suele ser eficaz a la hora de presentarlo como espacio atractivo para la inversión privada, especialmente extranjera, aunque fuera del ámbito de las altas finanzas, en el llano, donde vive y trabaja la enorme mayoría de la población, ofrezca sobre todo estrecheces y carencias. De modo que si los macroindicadores advierten que algo no marcha según sus previsiones, los encargados de aplicar el modelo económico tienen sobrados motivos para preocuparse, dado que a sus ojos parece pesar menos una ciudadanía descontenta que una docena de inversores recelosos.
Desde las esferas oficiales se argumenta que numerosos factores externos concurren para entorpecer los planes y proyectos de desarrollo económico, y entre ellos citan el aumento aplicado (el pasado diciembre) a las tasas de interés por la Reserva Federal de Estados Unidos, la desaceleración de mercados emergentes, la volatilidad en las bolsas internacionales, el lento crecimiento en la zona Euro y la caída de los ingresos petroleros debida principalmente al bajo precio por barril. Tales razones pueden ser más o menos atendibles (un abanderado del modelo neoliberal dirá, naturalmente, que son inobjetables), pero si la política económica de una administración está orientada al beneficio de las mayorías, en el plano interno siempre dispondrá de mecanismos idóneos para evitar que la incidencia de los factores foráneos se traduzca de manera directa (y negativa) en el bienestar de la población.
El problema de fondo está en que el actual modelo económico parte de una suposición –llamarla principio sería un exceso– difícil de probar. Y es que la expansión de la gran empresa y la multiplicación de sus réditos permitiría que los recursos obtenidos se derramaran hacia el conjunto de la sociedad, en una curiosa teoría que combina la ley de la gravedad con la distribución de la riqueza. El hecho de que la tasa de crecimiento para este año sea inferior a la que se preveía hace seis meses no representa una buena noticia para nadie, porque aun dentro de la cuestionable lógica descrita resulta evidente que se avecina un nuevo ajuste de cinturón para los mismos de siempre.