Julio Boltvinik
La arqueóloga mexicana Aura Ponce de León (APL), colega y amiga fallecida en febrero de este año, abordó la fabricación de herramientas como parte de un atributo más amplio del ser humano: el de modificador consciente del mundo, ampliando así nuestra comprensión del fenómeno. En su artículo Arqueología cognitiva: atisbos de la mente del homínido ( Ludus Vitalis, vol. 10, núm. 18, 2002) señala que la manufactura de herramientas es evidencia de un nivel cognitivo superior al de otras especies y que la “transformación del mundo de manera consciente y sistemática y con un propósito eventualmente orientado a otro tiempo y lugar, más allá de la ocupación inmediata, es una conducta que está lejos de ser compartida ampliamente con otras especies, aun cuando se han documentado indicios de ella en otros primates superiores (p. 90)”. La frase que he destacado en cursivas es una excelente definición de lo que Marx-Márkus llaman trabajo mediado, mostrando que en la paleoantropología hay una concurrencia con el concepto de trabajo mediado. En Género Homo (en J. Martínez (editor) Senderos de la conservación y restauración ecológica, 2005), Ponce de León señala que la bipedestación y el crecimiento del cerebro son procesos naturales, biológicos, y que, en cambio, la fabricación de herramientas y, de manera más general, la modificación del entorno, son actividades intencionales. Con estas palabras, la autora dice, de otra manera, que la fabricación de herramientas, el trabajo mediado, no es una actividad instintiva que ha sido el argumento con el cual he vinculado las posturas de Maslow y Fromm con las de Marx-Márkus. La paleoantropología coincide con la sicología y el sicoanálisis. Con estas vigorosas tesis, y basándose en los rastros de herramientas de piedra, la autora sostiene que el género humano apareció en la tierra hace más de 2 millones de años (Género Homo, p. 27). El siguiente pasaje, en el cual APL cita a Tobias, señala con toda claridad la concurrencia completa de algunos paleoantropólogos con las tesis de Marx-Márkus y marcan lo que para ellos constituye la gran ruptura. La aparición del Homo habilis, el autor de las primeras herramientas de piedra, dice APL, “configura así uno de los mayores eventos que el mundo ha atestiguado: el surgimiento de una especie que, además de su definitivo bipedalismo, o quizás gracias a él, usó sus manos para transformar el mundo de acuerdo con sus planes y proyectos”. Cita el siguiente texto de Tobias:
“Dobzhansky reconoció dos grandes pasos hacia adelante en el desarrollo de la vida. La primera trascendencia fue el origen de la vida en sí misma, la segunda trascendencia, el arribo del hombre con su kit de sobrevivencia futurista. Homo habilis, el endeble homínido, anunció la segunda trascendencia al mundo, y ni los homínidos ni el mundo pudieron ser los mismos nuevamente. A partir de entonces, la conducta del hombre, sus modificaciones, su sobrevivencia, vinieron a ser determinadas más y más por lo que él podía hacer con sus manos bajo sus vigilantes ojos y el control de su ágil, anticipador, previsor y planificador cerebro. (Tobias, cit. en Ponce de León, Arqueología cognitiva, 2002, p. 92)
La fabricación de herramientas (de piedra) y el tamaño del cerebro se han vuelto entre los estudiosos de la evolución humana las dos variables rivales para identificar el nacimiento del ser humano. Al respecto son ilustrativas las razones que llevaron a un grupo de antropólogos, como narra APL, a postular al Homo habilis, un homínido anterior al Homo erectus, como el más antiguo integrante del género humano ( Homo). Para ello tuvieron que ir en contra de los cánones de la época que marcaban un mínimo (Rubicón) del tamaño cerebral, entre 700 y 1100 centímetros cúbicos, para identificar a un humano, haciendo de este indicador el único identificador del género. Para Leakey, Tobias y Napier¹, narra Ponce de León, los restos encontrados en Olduvai Gorge eran humanos a pesar de que su cerebro no llegaba a los mínimos mencionados. Pusieron el acento en los utensilios líticos encontrados con sus restos.
Ahora bien, para Leakey, Tobias y Napier [dice Ponce de León] este Rubicón imponía una barrera que impedía incorporar al género a una especie cuyos restos mostraban evidencias claras y suficientes, tanto físicas como culturales, de que poseía capacidades transformadoras que preludiaban las nuestras y que, por tanto, no era posible atribuir a otro género. Ello aun cuando la especie cuente con un volumen cerebral pequeño. Por tanto, los autores citados propusieron una diagnosis revisada del género Homo que ampliaba el rango de la capacidad craneal aceptable, dada la asociación de sus restos con herramientas de piedra (2005: 29).
Sin embargo, no hay consenso entre los paleoantropólogos que haya sido Homo habilis quien fabricó los instrumentos Olduvaienses (pequeñas y filosas lajas de piedras para cortar piel y carne). Para Mary Leakey, uno de cuyos artículos cita APL, la duda estaba entre adjudicar dicha fabricación al Homo habilis o al simio más primitivo encontrado también en el lugar, un australopiteco. Sin embargo, la evidencia de que en el sitio había sido consumida carne en gran cantidad, llevó a Mary Leakey a descartar a esta especie vegetariana como fabricante de los instrumentos líticos. En contraste, Stringer y Andrews señalan que hoy prevalecen dudas sobre el carácter humano de los distintos fósiles de Homo habilis, pero debe notarse que estos autores no adoptan ninguna postura clara sobre lo que constituye el carácter humano. Cualesquiera que sean las dudas sobre quién fabricó los instrumentos de piedra fechados entre 1.8 y 2.5 millones de años, la pregunta clave es ¿Quien los haya fabricado, por ese sólo hecho debe considerarse humano? Esta misma pregunta la plantea APL al interrogar si es esta habilidad de transformar intencionalmente el ambiente la que nos caracteriza como género. Por lo que lleva dicho, debería contestar que sí. Sin embargo, si bien dice que la conducta de producción de utensilios es una de las características más relevantes en la definición del género, esta afirmación queda contrarrestada en el mismo párrafo cuando señala que cada vez se reconoce más la existencia de un conjunto de rasgos, no uno sólo, que se retroalimentaron y condujeron a la aparición de Homo. Sin embargo, retoma aire relatando la evolución tecnológica de la humanidad hasta la revolución neolítica (hace apenas 10 a 12 mil años) para señalar que
“Si analizamos uno a uno estos cambios radicales de la historia del hombre, concluiremos que, de alguna manera, todos tienen un soporte en aquella aparición o quizá, para ser más precisos, en aquella magnificación de la conducta de intervenir conscientemente en el ambiente a fin de modificar sus condiciones, ya sea de manera temporal o permanentemente, a favor del interviniente (2005, p. 33).
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1 A New Species of the Genus Homo from Olduvai Gorge (1964: 7-9). El primero, Louis Leakey fue el padre de Richard Leakey y esposo de Mary Leakey a quien Ponce de León cita más adelante.
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Anatomía de la segunda ola en AL
Alfredo Serrano Mancilla
Generalizar siempre es un arma de doble filo; por un lado, resulta útil porque ordena y simplifica pero, por otro lado, es arriesgado debido a que se pierden la complejidad y los matices.
El término segunda ola progresista nace, precisamente, como consecuencia del anhelo de encontrar una única categoría que permita explicar como un todo el conjunto de procesos políticos que se vienen sucediendo en América Latina en el último lustro (2017-22).
Las victorias de AMLO en México; Alberto Fernández en Argentina; Luis Arce en Bolivia después del golpe de Estado; Pedro Castillo en Perú; Gabriel Boric en Chile; Xiomara Castro en Honduras, y Gustavo Petro en Colombia constituyen, indudablemente, un nuevo fenómeno geopolítico. Estos gobiernos tienen como factor común el freno al neoliberalismo vigente en cada uno de sus países y, además, que se desarrollan en un tiempo histórico distinto al de la llamada primera ola progresista que, a su vez, los diferencia de sus antecesores.
Sin embargo, a pesar de ciertos rasgos característicos en común, sería erróneo asumirlos como bloque monolítico y homogéneo.
Cada episteme específica es muy diferente entre sí. La historia política chilena no es comparable con la mexicana, ni la colombiana con la boliviana. Cada proceso tiene sus tensiones, tanto internas como externas. Ni siquiera el neoliberalismo se comporta de idéntica manera en cada país.
Hasta la forma de ganar los comicios son disímiles. No es lo mismo obtener una victoria en segunda vuelta por la mínima habiendo alcanzado un escaso 10 por ciento o 12 por ciento del padrón electoral en primera vuelta (como en los casos de Castillo en Perú y Boric en Chile), que ganarla en la primera ronda de modo aplastante (por ejemplo, Luis Arce obtuvo 46 por ciento y AMLO 33 por ciento del padrón).
Tampoco podemos asemejar tan superficialmente el tipo de frente, que constituye la base electoral y política para cada caso. El grado de heterogeneidad es muy variopinto. Poco tiene que ver el Pacto Histórico en Colombia con el Acuerdo chileno; o Morena con la compleja fragmentación peruana; o el
Frente de Todos argentino con el MAS boliviano.
Y, por último, no debemos descuidar las diferencias en cuanto a los propios liderazgos. Con biografías desiguales, incluso por un asunto estrictamente etario. Unos estuvieron en la cárcel y otros en luchas universitarias; alguno viene del ámbito rural y otros de la gran ciudad; los hay con experiencia previa en la gestión pública y aquellos que nunca habían gobernado.
Todo este combo de matices debe ser tenido en cuenta a la hora de radiografiar este segundo momento histórico en América Latina, porque seguramente nos ayudará a explicar las potenciales divergencias que puedan surgir en los próximos meses y años. Dicho de otro modo: si uno de estos procesos se tambalea, como ha sido el caso de Chile con la derrota en el plebiscito constitucional, no deberíamos aceptar en absoluto esa idea de que inmediatamente después viene el fin de ciclo progresista en la región.
Sería tan injusto como inexacto, porque mi hipótesis de partida es que estamos ante un ciclo más fragmentado, menos compacto que el anterior, y que seguramente estos gobiernos tendrán recorridos muy divergentes entre sí. Hasta ahora han demostrado grandes contrastes en política exterior, en los temas económicos, en la forma de comunicar, en los horizontes de lo posible, en la forma de relacionarse con el adversario y con sus propias bases sociales, en la manera de ganar autoridad, en el ritmo en la toma de decisiones y, por qué no decirlo, también en el grado de moderación de sus acciones.
Como ocurre con la fluidinámica, hay que estudiar cada ola a fondo y conocer sus propiedades y composición: su amplitud, la pendiente, su periodicidad, su cresta, su valle, su depresión y su tipología de onda. Porque ni toda ola es igual a la anterior, ni siquiera toda ola es uniforme.