martes, 22 de abril de 2025

Murió Francisco, un Papa contra las guerras, por la ecología y a favor de los pobres.

El Papa Francisco durante la proclamación de nuevos santos de la Iglesia Católica en la Jornada Mundial de las Misiones 2024, en el Vaticano, a 20 de octubre de 2024, en Ciudad del Vaticano. 
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Elena Llorente, Página/12
21 de abril de 2025 08:23
Roma. En sus doce años de pontificado, Francisco siempre se manifestó a favor de los pobres y contra el cambio climático y las guerras además de haber impulsado varios cambios en la Iglesia para permitir una mayor transparencia, especialmente a nivel financiero, evitar los abusos de menores y dar un espacio más importante a las mujeres.
GALERÍA: Fallece el papa Francisco, primer pontífice latinoamericano
Y seguramente ahora, después de su muerte ocurrida este lunes, tras su reaparición pública en Semana Santa luego su internación, él habría querido que todos estos hechos importantes de su pontificado fueran nuevamente evidenciados, no por él sino para que la gente no se olvide que la Iglesia debe seguir dando pasos adelante.
El 13 de marzo de 2013, a los 76 años, el ex arzobispo de Buenos Aires y cardenal Jorge Mario Bergoglio fue elegido como máxima autoridad de la Iglesia católica. Optó por llevar el nombre de Francisco, en memoria de Francisco de Asís, un santo muy respetado por haber dedicado su vida a los pobres y al ambiente.
Primero en la historia
Francisco fue el primer Papa jesuita de la historia de la Iglesia y el primer latinoamericano, además de ser el primero que eligió llamarse Francisco. Características que lo transformaron en centro de atención de todo el mundo pero también de muchas críticas de parte de los sectores más conservadores de la Iglesia que a lo largo de los años lo consideraron una suerte de “Papa comunista”, como han dicho algunos de ellos, en especial de la Iglesia estadunidense, porque se ocupaba demasiado de los pobres.
"Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos", dijo más de una vez según los datos biográficos difundidos por el Vaticano. Así explicaba también por qué decidió irse a vivir, siendo Papa, a un simple y pequeño departamento en Casa Santa Marta, dentro del Vaticano, donde residió todos estos años, dejando el lujoso palacio y departamento papal donde habían vivido los otros pontífices.
Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, en el seno de una familia emigrada del Piemonte (región del norte de Italia). Su padre, Mario, era un contador de la empresa de ferrocarriles de Argentina y su madre, Regina, era ama de casa y se ocupaba de la educación de sus cinco hijos. Vivían en el barrio Flores de Buenos Aires.
Bergoglio se diplomó como técnico químico pero luego se dedicó al sacerdocio. El 13 de diciembre de 1969 fue ordenado sacerdote, después de haber hecho el noviciado primero en Villa Devoto y luego en la Compañía de Jesús, es decir con los jesuitas. Fue profesor de varias escuelas y universidades católicas y fue a varios países, como Chile, Alemania y España para perfeccionar sus estudios en ciencias humanas y filosofía y su preparación religiosa.
El 31 de julio de 1973 Bergoglio fue nombrado provincial (autoridad en una región) de los jesuitas de Argentina y estuvo en ese cargo por seis años. Fue por un presunto accionar suyo en ese durísimo período de dictadura militar en Argentina, que algunos lo acusaron de no haber ayudado a dos sacerdotes jesuitas secuestrados por los militares. Bergoglio declaró años después que había reclamado por la libertad de los jesuitas ante los dictadores Jorge Rafael Videla y Emilio Massera. Los jesuitas fueron liberados luego de cinco meses de encierro en la ESMA.
Orlando Yorio, uno de esos jesuitas, que falleció en el año 2000, nunca acusó a Bergoglio por su detención. Y el otro, Francisco Jalics, declaró que ellos no fueron “entregados por el padre Bergoglio”. Los defensores de Bergoglio en efecto aseguran que él escondió y ayudó a exiliarse a varios perseguidos por el régimen. “Bergoglio trató de ayudar en lo posible", dijo el argentino Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz. "Bergoglio no entregó a nadie, tampoco fue un cómplice de la dictadura”, subrayó.
Bergoglio obispo y cardenal
El 27 de junio de 1992 recibió la ordenación episcopal luego que el Papa Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. Desde 1998 fue arzobispo de Buenos Aires y como tal pensó en llevar adelante un proyecto misionero centrado en la comunión y en la evangelización. “Cuatro fueron los objetivos principales: comunidades abiertas y fraternas; protagonismo de un laicado consciente; evangelización dirigida a cada habitante de la ciudad; asistencia a los pobres y a los enfermos”, según el Vaticano.
En 2001 fue creado cardenal por Juan Pablo II. Desde ese momento fue parte de distintas congregaciones vaticanas como el Consejo Pontificio para la Familia y la Comisión Pontifica para América Latina y participó del cónclave que eligió al Papa Benedicto XVI, luego de la muerte de Juan Pablo II en 2005.
El papado de Francisco
En sus doce años de pontificadoescribió entre otros documentos, cuatro encíclicas (Lumen Fidei en 2013, Laudato si en 2015, “Fratelli tutti” en 2020 y Dilexit nos en octubre de 2024). “Laudato si, sobre el cuidado de la casa común” en particular fue la primera encíclica en la que Francisco invitó a todos a una “conversión ecológica”, destacando que el cuidado del ambiente está ligado a la justicia hacia los pobres y a la solución de los problemas de una economía “que persigue sólo las ganancias”. Otra encíclica que se destacó fue Fratelli tutti (Todos hermanos) que el Papa publicó en plena pandemia de covid-19 para ayudar a todos a salir de esa crisis. “Nadie se salva solo”, dijo varias veces entonces, para estimular la solidaridad. Fratelli tutti hace referencia a una famosa frase de San Francisco de Asis, que subraya la importancia de “reconocer, apreciar y amar” a todas las personas, “independientemente del lugar donde hayan nacido o donde vivan”, subrayó la encíclica.
Francisco escribió también siete exhortaciones apostólicas (entre ellas una dedicada al Amazonas y otra a la crisis climática), 39 constituciones apostólicas (algunas de las cuales cambiaron las reglas vigentes en el Vaticano, como por ejemplo el Código del Derecho Canónico y el rol de la curia romana hacia la Iglesia en el mundo). En los 24 mensajes Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo) de Pascua y de Navidad, hizo cada vez un balance socio- político de la situación mundial. Los últimos, en la pasada Pascua y Navidad, los dedicó sobre todo a las guerras en el mundo, pidiendo la paz para todas ellas.
Los pobres, inmigrantes, el cambio climático y las guerras estuvieron siempre muy presentes en sus mensajes. Pero también importantes reformas hechas en la Santa Sede, tanto a nivel económico para mejorar la transparencia financiera, como otras referidas a cambios en la justicia vaticana, entre otras cosas para facilitar los procesos y condenas de miembros de la Iglesia acusados de abusos sexuales, y otras medidas que favorecieron el acceso de las mujeres a sectores de la Santa Sede.
Hasta 2024 más de mil 165 mujeres trabajaban en el Vaticano, muchas más que antes que Bergoglio fuera elegido Papa en 2013. Él hubiera querido que las mujeres también ocuparan otros roles en la Iglesia, pero el sínodo de obispos de 2024 no aprobó las medidas que lo hubieran permitido, demostrando que no todos los miembros de la Iglesia están de acuerdo con Francisco, especialmente los que defienden una Iglesia que fue siempre reino masculino y donde las monjas cumplían un rol secundario o terciario.
Y por las críticas que surgieron contra su Pontificado en todos estos años, sobre todo de parte de algunas conferencias episcopales más conservadoras, Francisco nunca se hizo demasiado problema y fue adelante.
Los viajes y la salud
Casi cuatro meses después de haber sido elegido Papa en marzo de 2013, Francisco decidió hacer su primer viaje como pontífice a un lugar insólito: la isla de Lampedusa, donde llegaban miles de migrantes de África y Asia en esos años, porque es la zona europea más cercana a las costas africanas. En el Mediterráneo, cerca de esa isla, ya habían muerto entonces más de 300 migrantes y el Papa quiso rendirles su homenaje tirando coronas de flores al mar Mediterráneo, casi transformado, como él dijo varias veces, en un cementerio.
En estos doce años de pontificado Francisco hizo 28 viajes en Italia y 48 viajes al exterior que incluyeron, entre otros países, Mongolia, Portugal, Canadá, Irak, Grecia, Eslovaquia, Emiratos Árabes, Rumanía, Japón, Papua Nuova Guinea, Indonesia, Bruselas. En esos 48 viajes fueron incluidos 10 países de América Latina (México, Brasil, Chile, Perú, Panamá, Colombia, Cuba, Ecuador, Bolivia y Paraguay). Pero nunca viajó a Argentina aunque en algunas entrevistas había dicho que lo tenía presente y hasta había hablado de que podría viajar en 2025.
Muchos se preguntaron por qué no había viajado a Argentina desde que estaba en Roma. Y se hipotizaron muchas respuestas. Pero nunca se supo la verdad. Está claro que con su estado de salud la situación se complicó. A los 88 años, afrontar un viaje de más de 12 horas de Roma a Buenos Aires no hubiera sido fácil.
La salud de Francisco había presentado varios problemas en los últimos años, algunos resfríos e inflamación pulmonar por lo que tuvo que ser internado en el Policlínico Gemelli (del Vaticano) para controles y donde había estado ya internado el año pasado por una pulmonía. Hay que recordar que cuando era joven por, quistes en una parte del pulmón derecho, le tuvieron que extirpar el lóbulo superior del pulmón derecho, y eso lo convirtió en una persona muy sensible a las complicaciones respiratorias. La última internación en el Gemelli, que comenzó el 14 de febrero de este año y se prolongó por 38 días, se presentó más complicada después que se le diagnosticó una “infección polimicrobiana” y una “neumonía bilateral”.
Francisco había sido operado en el Gemelli tres veces en los últimos años, una vez al colon y dos al estómago. Tenía además problemas en una rodilla que con el tiempo no le permitieron caminar ni estar de pie mucho tiempo, desplazándose sólo en silla de ruedas.
Pese a que su situación había empeorado, en declaraciones hechas llegar a la prensa había dicho que no tenía intenciones de renunciar a su cargo, aunque algunos lo catalogaban como un “inconsciente” porque quería moverse y trabajar todo el tiempo, pese a su estado de salud.
En los últimos días de internación en el Policlínico no paró de trabajar, por ejemplo nombrando obispos en distintos lugares y aceptando las renuncias de otros y hasta llamó por teléfono varias veces a la Iglesia de la Sagrada Familia de Gaza, la región palestina donde se ha desarrollado gran parte del conflicto con Israel, para saber cómo estaban. Habló cada vez con el sacerdote argentino Gabriel Romanelli, que está a cargo de esa parroquia.
En el Policlínico Gemelli estuvo prácticamente aislado por seguridad, alojado en el llamado “departamento de los Papas” en el décimo piso donde estuvo también internado Juan Pablo II varias veces. Es un pequeño departamento que tiene también una pequeñísima capilla. Francisco recibió allí sólo a sus dos secretarios y al personal sanitario que lo asistía, excepto el 19 de febrero que fue a saludarlo la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y dijo luego haberlo encontrado bastante bien y bromeando como siempre.
Francisco solía hacer bromas con todo el mundo. A sus médicos, cuando le preguntaban cómo estaba, les respondía sonriendo: “Todavía vivo lamentablemente, debido a ustedes”.
Libros y esperanza
En sus 12 años de pontificado han sido publicados numerosos libros referidos a Francisco (“Más allá de los límites”, “La esperanza no defrauda nunca”, “Tierra, techo, trabajo”, etc) pero el más importante salió a la luz hace pocos meses: Spera (Espera, que en español han traducido también como Esperanza) una autobiografía de Francisco quien durante seis años trabajó junto al escritor Carlo Musso para armarla. En el libro cuenta detalles preciosos de su infancia, de su familia, de su adolescencia, de su preparación para el sacerdocio y mucho más. Según el Papa, este libro debía ser publicado después de su muerte. Pero el “Jubileo de la Esperanza” que él inauguró en diciembre pasado y durará todo el 2025 reuniendo a artistas, periodistas, niños, adolescentes, diáconos, mujeres, entre otros, de todo el mundo, le hicieron cambiar idea y lo publicó. Porque la esperanza es, según Francisco, lo que le hace falta a todo el mundo en este momento histórico de desastres naturales, guerras y crisis económicas.
Tras la ceremonia de despedida al Papa argentino comenzará el cónclave, es decir la reunión en el Vaticano de cardenales de todo el mundo para elegir al nuevo Papa.

Francisco, el Papa latinoamericano para el mundo
En 2007, el aún entonces cardenal Jorge Bergoglio, afuera de la iglesia de San Cayetano, en Buenos Aires, en donde ondeaba una bandera de Argentina. Foto AP  Foto autor
Página/12
21 de abril de 2025 08:25
Buenos Aires. Francisco el papa latinoamericano que “los cardenales fueron a buscar al fin del mundo” como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y, sobre todo, tuvo la capacidad de interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano.
GALERÍA: Fallece el papa Francisco, primer pontífice latinoamericano 
Francisco el Papa latinoamericano que “los cardenales fueron a buscar al fin del mundo” como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y, sobre todo, tuvo la capacidad de interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano. 
De esta manera Jorge Mario Bergoglio logró dejar huella en la vida de muchas personas, también en gran parte de quienes no lo reconocieron como su líder espiritual o religioso. En el escenario de un mundo contemporáneo atravesado por los conflictos y las guerras y, al mismo tiempo, carente de voces y de referentes que iluminen los senderos de la fraternidad entre las personas y los pueblos, Francisco marcó presencia.
Como componente esencial de su misión el Papa predicó y puso en práctica lo que él mismo denominó “la cultura del encuentro”. Porque, como lo escribió en su autobiografía recientemente publicada bajo el título Esperanza, “solo quien levanta puentes sabrá avanzar; el que levanta muros acabará apresado por los muros que él mismo ha construido. Ante todo quedará atrapado su corazón”. 
Francisco: el hombre común  
Se proyectó como estadista y líder mundial, sin perder la sencillez característica de la historia personal de este porteño (“dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad”), el mayor de cinco hermanos nacidos todos en el barrio de Floresta en Buenos Aires, y que aún en el Vaticano siguió reconociéndose como “cuervo” por su afición a San Lorenzo. Sin embargo, cuando le anunciaron que en su regreso a la avenida La Plata el nuevo estadio podría llamarse “Papa Francisco”, dijo claramente que “la idea no me entusiasma”. La elección como Papa le cambió la vida a Jorge Mario Bergoglio. Pero una vez convertido en Francisco hizo lo posible por mantener los rasgos de humanidad y de hombre común que hacían que en Buenos Aires, y ya siendo cardenal, siguiera viajando en subte (metro) para ir a su despacho en la curia porteña. “Me gusta caminar por la ciudad, en la calle aprendo” decía. Su nueva condición lo obligó a muchas restricciones, pero en lugar de habitar un palacio vaticano eligió vivir en la residencia Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes que viajan a Roma por motivos eclesiásticos. Allí trasladó incluso muchas de sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por motivos personales o pastorales. Santa Marta fue su casa. Hasta allí le alcanzaron los zapatos “gomicuer” que pidió a sus amigos que le llevaran desde Buenos Aires tras descartar el calzado rojo que usaba su antecesor Benedicto XVI. También desde allí, o desde cualquier lugar del mundo donde estuviera de visita, cada domingo por la noche Francisco cumplía en llamar por teléfono a Buenos Aires a su hermana María Elena, la única sobreviviente de su familia. Ha dicho que no ver a su hermana es de los desprendimientos que más le costó. Se reconocía como amante de la música y del tango. “La melancolía ha sido compañera una compañera de vida, aunque de manera no constante (…) ha formado parte de mi alma y es un sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer”. 
Desde 1990, a raíz de una promesa religiosa, no volvió a mirar televisión y se mantenía informado por otros medios. 
“Plan de gobierno” 
La elección de Bergoglio como papa Francisco, que cambió la vida de la Iglesia católica, también modificó profundamente la manera de relacionarse del catolicismo con la sociedad, en el mundo y en cada país y región. Ni siquiera los más cercanos, aquellas y aquellos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria, habrían podido imaginar aquel 13 de marzo de 2013 el "plan de gobierno" que Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como máxima autoridad de la Iglesia católica. Quizá tampoco había pasado por su cabeza esa posibilidad a pesar de la experiencia acumulada en sus años como superior provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), en plena dictadura militar, o en su tarea como obispo auxiliar (1992-1998) y luego como arzobispo de Buenos Aires (1998-2013).
No pocos sostienen que la vida de Bergoglio tuvo un vuelco fundamental por su participación en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, Brasil, 2007) en la que el entonces arzobispo porteño recibió un baño de ”latinoamericaneidad” en su contacto con sus colegas obispos de la región y, en particular, con los de Brasil. Esto es lo que lo llevó a escribir en sus memorias que “mis raíces son también italianas, pero soy argentino y latinoamericano. En el gran cuerpo de la Iglesia universal, donde todos los carismas ‘son una maravillosa
riqueza de gracia’, esa iglesia continental tiene unas características de vivacidad especiales, unas notas, colores, matices que también constituyen una riqueza y que los documentos de las grandes asambleas de los episcopados latinoamericanos han manifestado”.
Hasta entonces el “porteño” Bergoglio, como buena parte de los argentinos, se había mantenido distante de América Latina. También en términos eclesiásticos por su cercanía a la “teología de la cultura” que aprendió de su maestro Juan Carlos Scanonne y más alejado de los teólogos de liberación como el peruano Gustavo Gutiérrez o el brasileño Leonardo Boff. Con ambos se encontró y se abrazó después una vez que estuvo en el Vaticano. Bergoglio se hizo latinoamericano en Aparecida. Y con ese bagaje llegó al consistorio que lo eligió Papa. 
Pocos días antes de su muerte, la teóloga argentina Emilce Cuda, a quien el Papa llevó a Roma como una de sus más estrechas colaboradoras, fue enfática al señalar que la teología de Franscisco ha sido “la teología” a secas, rescatando las raíces del pensamiento cristiano a lo largo de la historia para ponerla a dialogar con los desafíos de la actualidad de la Iglesia y del mundo.
 Referente mundial
El tiempo y sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo llevó hasta Lampedusa, para encontrarse con los inmigrantes ilegales expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica en favor de los pobres, los descartados y de sus derechos. 
Desde allí, sin abandonar su impronta religiosa, el Papa comenzó a construir su condición de referente mundial más allá de las fronteras de la Iglesia católica convirtiéndose en interlocutor de jefes de estado, de dirigentes sociales, políticos y culturales. En un mundo con liderazgos en crisis y enfrentando los desafíos de la realidad Francisco eligió el camino del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos. 
Sus ideas quedaron plasmadas en muchos de sus documentos y alocuciones públicas pero sobre todo en las encíclicas Laudato Si (2015), sobre “la casa común”, el cambio climático y el cuidado de los recursos naturales, y Fratelli Tutti (2020) acerca de la amistad y la fraternidad social.
Pero Francisco fue, de muchas maneras, un líder incómodo, para los gobernantes y los poderosos del mundo. En particular por sus llamadas a atender los problemas de sobre explotación de los recursos naturales en desmedro del cuidado de la naturaleza, las críticas de un modelo económico depredador y excluyente y las advertencias sobre el “descarte” que se evidencia en las migraciones masivas, las guerras y la pobreza creciente. 
Los pobres y la guerra
En su transitar Francisco se convirtió en vocero de los descartados y los pobres, pero también en aliado de quienes salieron en defensa de los derechos de estas personas y comunidades. Puede decirse que el discurso pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia), cuyo eje fue su proclama de "las tres T" (tierra, techo, trabajo), constituye una suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco había expresado de manera sistemática y con base teológica en Laudato Sí. Una gran suma que, a contracorriente de las fuerzas del capitalismo mundial, se alzó en favor de los pobres y sus organizaciones, criticó a los poderes hegemónicos y lanzó un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoyó con sus acciones y las del Vaticano en cada lugar de conflicto en cualquier rincón de la tierra. En esta tarea los movimientos sociales fueron elegidos permanentemente como aliados e interlocutores, convocados y sentados a la mesa de las conversaciones con el Papa.
A través de sus acciones Francisco también consolidó su idea de que a las grandes religiones monoteístas del mundo y a sus dirigentes le cabe la responsabilidad de encontrar salidas a la guerra mundial traducida en multitud de conflictos acotados o guerras regionales por disputas territoriales, cuestiones de soberanía, enfrentamientos políticos, étnicos o raciales. “No existe la guerra inteligente; la guerra solo sabe causar miseria; las armas, únicamente muerte” afirmó.
En octubre de 2022 organizó en Roma un gran encuentro de líderes religiosos mundiales por la paz. Pero antes y después se reunió en Irak, con el gran ayatollah Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani, líder de la comunidad chiíta del país, en Ulaanbaatar con once líderes de diferentes confesiones y, más recientemente, en Indonesia junto al iman Nasaruddin Umar visitó el "túnel de la Amistad" que conecta la mezquita Istiqlal con la catedral de Nuestra Señora de la Asunción. 
En la propia Iglesia 
Hacia el interior de la misma Iglesia católica el papa Francisco impulsó muchas líneas que conectan directamente con iniciativas inauguradas en el Concilio Vaticano II (1962-1965), impulsadas por el papa Juan XXIII (1958-1963 ) y continuadas por Paulo VI (1963-1978), pero que tuvieron frenos y retrocesos con Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI ( 2005-2013). 
De esta manera Bergoglio insistió en la idea de “una Iglesia de puertas abiertas” con capacidad de acogida para todas y todos, sin ningún tipo de restricciones, en diálogo con la sociedad y enfrentando los problemas comunes. Esto implicó también reformas profundas en las estructuras eclesiásticas, con más espacios para los laicos y en particular para las mujeres, pero también desde una perspectiva eclesiológica que buscó protagonizar el “sacerdocio común de los fieles” incluso antes que el sacerdocio ministerial.
Con esa intención Francisco propició, a través de los sínodos (universal y regionales) una Iglesia más participativa que puso en crisis el modelo estrictamente jerárquico, piramidal y romano céntrico. Ello trajo aparejado también la decisión de enfrentar los problemas de abusos, la pederastia y la corrupción dentro de la estructura eclesiástica.
Bergoglio acompañó este proceso con reformas de la curia vaticana, recambio de los responsables y nuevos nombramientos para rodearse de figuras de su confianza. También hubo cambios mediante la designación de obispos más jóvenes y cercanos a la perspectiva eclesiológica de Francisco. Nada de esto ocurrió sin resistencias y enfrentamientos. En el mundo, pero también en la Argentina donde paradójicamente los sectores católicos más conservadores, empresarios y representantes del poder que vieron en Francisco la continuidad de un cardenal Bergoglio, que en su momento y sin considerarlo como del propio palo, nunca les resultó incómodo. Rápidamente se sintieron defraudados por las iniciativas y las propuestas del Papa que acentuó los rasgos más latinoamericanistas del entonces cardenal de Buenos Aires y radicalizó su
perspectiva en favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos. 
El poder se disgustó con Francisco y no lo disimuló. También los sectores conservadores de Iglesia incluidos algunos obispos se sintieron molestos con Bergoglio, aunque estos últimos se mantuvieron dentro de los márgenes de discreción que impone la propia Iglesia.
A nivel mundial también las intrigas y las conspiraciones fueron en aumento. Integrantes del colegio cardenalicio que habían ido a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el "más parecido" a los europeos se sintieron frustrados en sus expectativas. 
En más de una oportunidad los sectores más conservadores se rasgaron las vestiduras ante lo que consideraron excesivas concesiones de Bergoglio, tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquietó demasiado por ello. Siguió tomando decisiones con conciencia de los problemas que enfrentaba e incluso utilizó la energía y el respaldo que le llegaba desde afuera para dar batallas en el seno de la propia Iglesia. Siempre apareció convencido de la tarea que debía enfrentar: avanzar y profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo. 
Si bien se dieron pasos sustanciales en ese sentido, quizás sea esta la tarea inconclusa que deja Francisco y que quedará en manos quien lo suceda en el pontificado. Una designación que dependerá de una elección incierta y sin candidatos a la vista, aun teniendo en cuenta la profunda renovación que Bergoglio hizo en el colegio cardenalicio que escogerá al nuevo Papa. 

Francisco, jesuita y servidor de los pobres
Luis Gerardo Moro Madrid, S.J.*
La noticia del fallecimiento del papa Francisco nos ha llenado de tristeza. Quienes lo conocimos también como hermano en la Compañía de Jesús, sentimos con especial cercanía su partida.
Jorge Mario Bergoglio fue, ante todo, un jesuita: un hombre de profunda fe, de oración constante, comprometido con los más pobres y con la justicia del Evangelio. Como Papa, supo encarnar ese carisma en el corazón de la Iglesia, ejerciendo durante más de 12 años un ministerio marcado por la sencillez, la firmeza espiritual y la esperanza.
El papa Francisco mantuvo siempre una mirada atenta sobre lo que acontecía en el mundo. Con lucidez y compasión, supo ofrecer una palabra de consuelo y orientación, particularmente en momentos de crisis global. Sus encíclicas Laudato Si’ y Fratelli tutti no sólo representan un análisis agudo de los males que aquejan a la humanidad, sino también una invitación, a la luz del Evangelio, a transformar la realidad desde el cuidado mutuo, la fraternidad y el compromiso con la justicia.
Para Francisco, el diálogo entre culturas, religiones y actores sociales no era un ideal lejano, sino una vía urgente para construir paz y sanar heridas.
Como jesuitas, llevamos en el corazón su insistencia en que nuestra vida-misión esté siempre arraigada en la experiencia espiritual. Lo expresó con claridad en la carta con la que aprobó las Preferencias Apostólicas Universales de la Compañía de Jesús en 2019: Sin esta actitud orante, lo otro no funciona.
Esta convicción la reafirmó con fuerza en la Congregación General 36, cuando nos exhortó a dejarnos conmover por el Cristo crucificado y a pedir, siempre, la consolación que mueve al servicio de tantos crucificados en el mundo actual.
En esa misma ocasión, Francisco compartió una definición que llevaremos siempre con nosotros: El jesuita es un servidor de la alegría del Evangelio en cualquier misión en la que se de-sempeñe. De esa alegría nacen nuestra obediencia, nuestros apostolados, nuestra entrega al servicio de los pobres.
Durante su visita a México en 2016, Francisco sostuvo un encuentro privado con integrantes de la Compañía de Jesús. Allí reconoció la contribución de la Provincia Mexicana a la historia reciente de la Compañía, especialmente por su papel en la formulación del postulado que inspiró la opción por el servicio de la fe y la promoción de la justicia.
En ese mismo mensaje nos animó a seguir trabajando por la dignidad humana y por las causas que identificó con claridad evangélica: México sufre. Pero México es grande, tiene cosas lindas, una riqueza impresionante, una historia casi única en América Latina.
En San Cristóbal de las Casas, celebró con emoción la entrega de la Biblia traducida al tseltal, un signo vivo de la inculturación de la fe y del compromiso con los pueblos originarios.
Tampoco olvidamos su gesto hacia las madres buscadoras, cuando en 2022, al recibir en el Vaticano a María Herrera Magdaleno, bendijo en ella a todas las familias que buscan a sus seres queridos desaparecidos. Fue un gesto sencillo, pero inmenso: una caricia de consuelo en medio del dolor.
Hoy, al despedir a nuestro hermano Francisco, damos gracias por su vida, su entrega y su testimonio. Fue el primer papa jesuita, pero también el primero en hacernos sentir que la alegría del Evangelio podía vivirse con radical sencillez, firmeza en la fe y ternura hacia quienes más sufren. Su legado nos sigue inspirando. Que su vida, palabra y ejemplo impulsen a la Iglesia a seguir sirviendo con generosidad, humildad y alegría. Como nos enseñó San Ignacio, que sigamos buscando, en todo, amar y servir.
* Provincial de la Compañía de Jesús en México

Francisco: el papa que escuchó
La muerte del papa Francisco pone en suspenso el proceso de renovación y apertura más significativo en la Iglesia católica desde el malogrado Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII, cancelado por Pablo VI y completamente revertido por Juan Pablo II, el pontífice del dinero y de los poderosos, quien se empeñó en convertir a la Iglesia en el aliado más útil del imperialismo estadunidense y en impedir a toda costa la entrada del catolicismo en la modernidad.
La labor de Francisco fue más notoria, si cabe, por haber tenido lugar después del largo periodo de oscuridad de Wojtyla y Benedicto XVI: el Vaticano pasó de ser la correa de transmisión del poder a ser un verdadero puente para el entendimiento entre las naciones y entre los pueblos fracturados.
Dos cualidades marcaron el pontificado de Jorge Mario Bergoglio: la sincera disposición a escuchar y la humildad de reconocer los errores. Aunque la Iglesia sigue muy lejos de reparar sus agravios históricos contra las mujeres, la comunidad de la diversidad sexual, los pueblos indígenas evangelizados de manera forzosa y esclavizados bajo el signo de la cruz y otros grupos históricamente marginados, es innegable que propició cambios que a principios de este siglo parecían impensables.
Francisco no recetó resignación a los pobres, sino que recordó a los ricos que la explotación es incompatible con el mensaje cristiano. No dijo a las mujeres que se mantuvieran sumisas; denunció en cambio la violencia de género como un mal intolerable; no facilitó el colonialismo, sino que alzó la voz por la comunidad más agraviada de nuestros tiempos, el pueblo palestino.
Sus reiteradas y públicas disculpas a los nativos americanos permanecen como una lección de ética a los reyezuelos que se niegan a pedir perdón por el mayor genocidio de la historia. Por ello, tiene razón el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, cuando lo llama el Papa de todos, pero sobre todo de los excluidos, de los más pobres, de los agraviados, de los inmigrantes, de los sin voz, de las víctimas del hambre y del abandono.
Si no avanzó más fue porque se lo impidió el peso de una institución atrozmente reaccionaria, regresiva y anquilosada en las peores tradiciones. Se dice que Benedicto XVI, el primer Papa en renunciar en seis siglos, se bajó del trono de San Pedro porque se reconoció carente de las energías necesarias para limpiar la podredumbre financiera y moral que tejió su antecesor, el Papa polaco. Francisco prosiguió con el aseo material y espiritual de Roma hasta el final, pero su determinación le pasó factura en forma de mermas a su salud por el permanente enfrentamiento con miembros de la Iglesia y de las congregaciones religiosas que no sólo se negaron en redondo a revisar dogmas cavernarios y carentes de sustento en el Evangelio, sino que pretendieron incluso continuar la protección a la mayor lacra del catolicismo contemporáneo: los clérigos pedófilos que destrozaron las vidas de decenas de miles de personas.
Incomodó a los jerarcas católicos reducidos a meros burócratas, recordándoles que la razón de ser de todos los clérigos, desde el más humilde párroco hasta el mismo pontífice, radica en la misión pastoral, es decir, en llevar al mundo las enseñanzas de Cristo. Esta obviedad contrarió a obispos y cardenales que dedicaban –y dedican– más tiempo a jugar golf que a predicar la buena nueva sobre la que se sustenta la fe católica; que pasan más tiempo entre millonarios que entre los oprimidos de quienes Jesús se proclamó libertador. Sin importar la fe que se practique, o que no se practique ninguna, debe reconocerse en la prédica de Francisco un intento de devolver la espiritualidad a una institución carcomida de frivolidad.
Hoy, cuando los cardenales sostengan su primera reunión para debatir sobre la identidad del nuevo Papa, lo harán con una disyuntiva ineludible frente a sí: mantener una Iglesia donde entra la luz, o devolverla a las catacumbas en que la hundieron Wojtyla y Ratzinger.