lunes, 7 de abril de 2025

Solidaridad trinacional ante Trump y T-MEC

Manuel Pérez Rocha L.*
Desde su negociación, el TLCAN generó una oposición histórica. Se conformaron redes trinacionales de solidaridad entre personas trabajadoras de la ciudad y el campo, estudiantes y pueblos en general. Dio pie a un movimiento global altermundista, estimulado por el levantamiento zapatista del 1º de enero de 1994, contra la imposición del modelo de neoliberal de libre comercio dictado en Washington e impuesto en México por Salinas de Gortari. Desde entonces, han transcurrido décadas de lucha, siempre con propuestas desde las bases.
La Rayuela de La Jornada del 29 de marzo dice tanto en tan pocas palabras: Lo que es verdaderamente increíble es que ahora estemos defendiendo al T-MEC. La presidenta Sheinbaum ha argumentado –en referencia a que en 1991 protestaba en EU contra el TLCAN con una pancarta que decía comercio justo con democracia– que ahora tenemos democracia y hay un mejor tratado (el T-MEC) que negoció en su momento, primero Peña Nieto y luego lo cerró bien el presidente López Obrador ( La Jornada, 3/4/25).
Sería muy útil que el gobierno explicara de manera clara y sencilla en qué el T-MEC es mejor que el TLCAN para el pueblo mexicano; especialmente cuando México recién perdió una dispu­ta comercial con EU sobre maíz transgénico, y cuando estamos siendo bombardeados por demandas de inversionistas, como es el caso de la minera Vulcan (una de las 23 demandas pendientes contra nuestro país), entre otros perjuicios.
Desde que Trump empezó a amenazar con aranceles a México (y a todo mundo) la atención del gobierno ha estado puesta en salvar a la supuesta industria automotriz mexicana. Pero como escribe Andrés Peñaloza, colega de la entonces Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio, al cobijo del ensamblaje automotriz, surgió entre 1947 y 1982 una industria nacional de autopartes, alentado por políticas de sustitución de importaciones. Se generaron cadenas productivas con significativo valor agregado nacional; sin embargo, con la apertura comercial emprendida desde los años 80, se reconfigura a la industria, insertándola a las cadenas globales de valor, acrecentando el uso de insumos importados y desarticulando la incipiente coherencia interna de los eslabones de la industria automotriz y de autopartes (https://tinyurl.com/kzmssutn).
La apuesta a salvar la industria automotriz extranjera no se puede menospreciar del todo, pues aporta casi un millón de empleos y cerca de 20 por ciento de las exportaciones desde el (no de él) país. Mientras se mantenga 75 por ciento de contenido regional, el tratado blinda al país de aranceles a este sector y otras manufacturas. Así, México ha esquivado bien la trumpiza esta vez.
Pero, ¿cuándo se podrá discutir el T-MEC en toda su extensión, más allá del pánico que causan los aranceles a empresas exportadoras? En este último round con Trump ha habido una desarticulación entre organizaciones sociales, que hasta poco se organizaban para avanzar hacia la equiparación salarial y de derechos laborales en los tres países. Durante décadas organizaciones sociales y civiles de Canadá, Estados Unidos y México, desde Chiapas hasta Newfoundland en Canadá, clamaron por los derechos humanos en el sentido más amplio, incluyendo los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, además de la restauración de servicios públicos ante su desmantelamiento bajo el modelo neoliberal. Se pueden ver múltiples ejemplos de la solidaridad trinacional en la página del Frente Auténtico del Trabajo (https://www.fatmexico.org.mx/tag/tlcan/).
Ahora los aranceles de Trump han causado un dislocamiento entre algunos sindicatos estadunidenses y canadienses (Adam D.K. King https://tinyurl.com/32zws6hf), mientras sindicatos independientes mexicanos han sido soslayados. Trabajadores de United Auto Workers de EU aplaudieron a Trump en la misma Casa Blanca por su imposición de aranceles, y confían en que las empresas automotrices abandonarán a México y relocalizarán sus plantas en EU, marcando el comienzo del fin del TLCAN y del desastre del libre comercio (https://tinyurl.com/39k9c9ev). Parecen olvidar que estados que perdieron miles de empleos con el TLCAN, como Michigan y Ohio, perdieron aún más empleos durante el primer mandato de Trump (ver estudio en https://ips-dc.org/how-us-trade-policy-failed-workers/).
Sindicatos canadienses han respondido ante las amenazas de Trump, no sólo de eliminar sus empleos, sino sus modos de vida. La central sindical canadiense de empleados públicos (CUPE) sostiene que “defenderemos nuestra orgullosa tradición de servicios públicos fuertes, bien financiados y de alta calidad para la gente cuando los necesita, y defenderemos el derecho de todos los trabajadores a buenos salarios, una jubilación digna y una representación sindical fuerte. Defenderemos nuestra soberanía y nuestras comunidades (https://tinyurl.com/sa5jrvpb)”.
Organizaciones de EU se han expresado contra los ataques arancelarios de Trump, advirtiendo de las repercusiones para los estadunidenses. En el artículo caos arancelario: un atajo hacia precios más altos, menos empleos y amistades rotas, Sophia Murphy, presidenta del Institute for Agricultural and Trade Policy (IATP), dice que los aranceles los recauda el gobierno del país importador y los paga la empresa importadora; lo cual significa que, en última instancia, los aranceles impuestos por Trump tienen un costo para quienes vivimos aquí, mientras recorta miles de millones de dólares destinados a apoyar programas alimentarios (https://www.iatp.org/tariff-mayhem).
Con Trump padecemos un neoliberalismo salvaje, que evade tratados, reglas escritas y organizaciones multilaterales, sin amigos y sólo enemigos, donde impera la ley del más fuerte y del aquí mando yo. México debe responder exigiendo una revisión exhaustiva del T-MEC, capítulo por capítulo, pues su razón de ser y sus contenidos son en buena medida los mismos que los del TLCAN: hacer de México una plataforma de exportación para aprovechar la mano de obra barata. Junto con Canadá, se debe promover esa revisión generando espacios y recursos para la participación democrática, no sólo de empresarios, sino de organizaciones de los pueblos de los tres países.
*Institute for Policy Studies (www.ips-dc.org)

El factor sudafricano de Trump
Hermann Bellinghausen
Una preocupación recurrente ante el gobierno y la sociedad blanca estadunidenses es determinar qué tanto se inclinan al fascismo. Las raíces genocidas y racistas del predominio anglosajón siempre dejaron abierta la posibilidad. El gobierno radical y ultraempresarial de Donald Trump parece más cerca que nunca de eso. Sobre todo porque se salta, como nadie antes, trancas de decencia y mínimos democráticos, perfilándolo como un gobierno autoritario, fanático y potencialmente dictatorial.
Un anterior momento en que dicha preocupación tuvo motivos claros fue durante el gobierno de George W. Bush los primeros ocho años del siglo XXI, a raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001. En aquella etapa era notable el factor alemán y filonazi, encarnado en el secretario de Defensa Ronald Rumsfeld y el asesor estrella de Bush, Karl Rove. Rumsfeld tenía una trayectoria cercana al supremacismo. El caso de Rove era más llamativo, pese al nombre americanizado y su afiliación a la codiciosa iglesia mormona.
Los periodistas Bob Fitakis y Harvey Wasserman documentaron que el abuelo de Bush ayudó a financiar al partido nazi, y el abuelo de Rove, Karl Heinz Roverer, gaultier de Oldenburgo y reichstatthalter del Partido Nazi en los años 30, participó en la construcción del campo de exterminio de Birkenau. A nadie extrañó que Rove impulsara para gobernador de California al hijo de un tal Gustav S., voluntario de los camisas pardas que llegó a capitán y participó en la Noche de los cristales rotos y otras tropelías del nazismo en ascenso ( Counterpunch, 6 de octubre de 2003). Esto, sin contar las favorables opiniones del propio actor-gobernador Arnold Schwarzenegger acerca de Adolf Hitler (¿Nazis USA?, La Jornada Semanal, 24/12/2004, https://www.pvp.org.uy/bushnazi.htm).
George Herbert Walker fue un importante respaldo de Hitler en Estados Unidos. En 1926, este descendiente del filibustero Walker, que asoló Centroamérica, puso a su yerno Prescott Bush de vicepresidente de la compañía W. A. Harriman. Bush se convirtió en socio de la empresa cuando ésta se fusionó con Brown Harriman Company, y en 1934 llegó a la junta directiva de Union Banking Corporation, que respaldó el ascenso del Partido Nazi alemán y financió el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Los Bush y los Walker retuvieron el oro nazi en Nueva York y nunca entregaron cuentas. El hijo de Prescott, George Bush padre, dirigió la CIA y luego gobernó durante 12 años Estados Unidos: ocho como vicepresidente y verdadero poder detrás de Ronald Reagan, y cuatro en la presidencia, desde donde hizo la primera guerra del Golfo Pérsico. Su hijo devastaría Afganistán e Irak.
Siempre hubo contrapesos, pero la filiación nazi no había sido tan explícita en la vida política de Estados Unidos. Al origen alemán (incluido Trump) y ultraderechista, se añade ahora un inesperado ingrediente de la Sudáfrica blanca y supremacista. Llama la atención su descaro simbólico y práctico.
Algunos elementos de este fascismo corriente han cambiado. No practica el antisemitismo proverbial de antaño, al hermanarse militar e ideológicamente con el Estado sionista de Israel y compartir con éste las doctrinas coloniales y fascistas, además de mil negocios.
A partir de 2025 tenemos una novedad extraordinaria, encarnada en Elon Musk, Peter Thiel, David Sacks y Roelof Botha. Los tres primeros, como documenta Chris McGreal (fue corresponsal en Johannesburgo para The Guardian durante años) conforman la llamada mafia PayPal como creadores de dicha plataforma. Todos con raíces en el apartheid de Sudáfrica y su ideología filonazi.
En una entrevista reciente con Amy Goodman, McGreal delinea el historial de esta mafia. En 1999, Elon Musk creó la empresa X.com para servir de banco a la plataforma digital de pago Confinity, fundada por Thiel y otros en 1998, renombrada PayPal al fusionarse con Musk, y que en 2002 sería adquirida por eBay. En sentido literal, estamos hablando de la plataforma que catapultó al empresario en jefe más poderoso de la historia y a su grupo de socios.
El multimillonario derechista Paul Thiel nació en Alemania y se trasladó a Sudáfrica desde niño con su padre, ingeniero minero. Vivieron en Johanesburgo y luego en África Sudoccidental, entonces colonia sudafricana que hoy es Namibia. Estudió en la escuela alemana de Swakopmund, tal vez el único lugar del planeta donde aún se saludaba con el Heil Hitler y celebraba el cumpleaños del Führer. A los 11 años migró a Estados Unidos.
David Sacks nació en Ciudad del Cabo. Se mudó a Tenesí y creció entre la diáspora blanca sudafricana establecida ahí. Luego de conducir PayPal, es el zar en criptomoneda e inteligencia artificial para Trump. El cuarto sudafricano vinculado con PayPal y hoy parte del equipo trumpiano es Roelof Botha, hijo de Pik Botha, último ministro sudafricano de relaciones internacionales en el viejo régimen, quien se dedicó a defender el apartheid hasta la llegada de Nelson Mandela. (La próxima semana: El sueño de Errol Musk).

El gran giro
León Bendesky
La producción es un hecho económico fundamental. Desde las formas primitivas de subsistencia hasta los procesos tecnológicamente más avanzados, la sociedad sólo sobrevive mediante la actividad de producir, fuente primordial de la creación de riqueza.
Este proceso no es necesariamente armónico; por el contrario, las relaciones sociales de producción tienden a hacerse más complejas y son esencialmente conflictivas.
Una noción clave en el análisis económico y social es la del excedente. Entiéndase éste, de modo muy simple, como la porción del producto generado que no se consume y que se apropia en una determinada sociedad de distintas maneras. La sociedad, la civilización, serían imposibles sin la generación de excedentes. Éstos surgen cuando hay un aumento de la productividad derivada de la capacidad de trabajo, del avance del conocimiento, del uso de medios de producción: insumos, instrumentos y maquinaria diversos. Es el proceso de acumulación.
El problema consiste en cómo se usa el excedente. Ahí surge el entramado de las formas políticas, legales e ideológicas que hacen posible organizar la creación misma de excedentes y determinar el modo en que se distribuyen o apropian. El tema de la distribución es crucial y fue señalado como determinante por David Ricardo en el análisis de la economía política en la segunda mitad del siglo XIX.
La cuestión se conforma, también, con la utilización del dinero, en cualquiera de las formas en las que ha evolucionado y sobre todo del complejo sistema de crédito (deudas), con su propio desarrollo, extensión y profundidad. La cuestión es esencial en la consideración dinámica de los sistemas de producción, comercio y financiamiento; este último es el que mueve el poder de compra en el tiempo y el espacio. Comercio y financiamiento han estado ligados durante miles de años. La relevancia de las transacciones financieras ha crecido de modo significativo; mientras a mediados del siglo XIX representaban alrededor de 16 por ciento del producto mundial, hoy equivalen a cuatro veces más del valor de dicho producto.
Este es un punto de referencia de los procesos y los grandes giros que se están provocando ahora de manera rápida y profunda. Lo que está en curso es el final intempestivo e incierto de un régimen internacional de producción, comercio y deuda que se instauró luego de un periodo calamitoso entre 1914 y 1945 de dos guerras mundiales y, entremedio, una profunda crisis económica de 1929 a 1933. Ese orden asociado con los acuerdos de Bretton Woods se ha ido deshilachando progresivamente con puntos de ruptura muy significativos, como fue el caso del fin de la convertibilidad de dólar en oro en 1971.
Una aproximación a este proceso puede hacerse considerando cómo se mueve el dinero en el terreno mundial. Con esto me refiero al mecanismo constituido básicamente por la producción como factor primordial para la generación de riqueza. En la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, que era la potencia económica, perdió su predominio cuando se desplazó el impulso productivo a Estados Unidos y con él también el dinero. Residió ahí el poder económico hasta que se ha ido desplazando nuevamente en el marco de la globalización, ahora hacia China, con los procesos asociados con las cadenas de producción, el acelerado avance tecnológico, un extenso entramado financiero y el consecuente ajuste social.
Junto a ese traslado productivo y financiero se ha movido también el dinero. China es el mayor acreedor de la deuda de Estados Unidos. El dólar, a diferencia de la libra esterlina, pudo extender su condición de privilegio al mantenerse como dinero de reserva mundial, pero con la persistente acumulación del endeudamiento público y con cambios sensibles en los patrones del comercio asociados con las transformaciones productivas.
Cuando un país tiene el dinero acapara poder e influencia con ventajas para sus ciudadanos, por ejemplo, la de tener una moneda fuerte y sobrevaluada que le permite acceso preferente en cuanto a los precios relativos de las importaciones. Esta condición es la que está en cuestionamiento hoy. De ahí la ruptura del orden económico que está en proceso.
Una forma en que esto se ha expresado es, por ejemplo, la relevancia económica que ha adquirido la consideración explícita de la geopolítica. Las transformaciones de las bases productivas, financieras y espaciales de la generación de la riqueza y su correlato financiero son un factor definitorio del plan que se ha puesto en marcha, sostenido por políticas proteccionistas.
La globalización sentó nuevas bases de la generación de la riqueza con las consiguientes repercusiones en materia comercial, financiera y productiva. El conflicto abierto hoy responde a un intento de reordenamiento planteado de manera muy peculiar mediante el instrumento de las tarifas, una de cuyas intensiones expresas es devolver la actividad industrial a Estados Unidos y, aún más, sin que el dólar pierda su condición de privilegio, asunto éste que, claramente, es muy controvertido.