Esa publicación de nombre Pro Publica, que se dice independiente y con fuerza moral y fracasó en darle evidencias a la que resultó la campaña en redes más costosa –por ineficaz– contra el entonces presidente López Obrador, tratando de ligarlo con el narcotráfico y ahora asegura que Trump blande una lista de funcionarios mexicanos que serán abducidos por drones y llevados a las cortes de Estados Unidos, no tiene un pasado del todo limpio. Todo empezó cuando Sam Bankman-Fried, hoy preso por lavado de dinero y fraude, financió al medio independiente con sus ganancias de las criptomonedas FXT. Sam fue arrestado en Bahamas en diciembre de 2022, y su dinero había ido a medios digitales que apoyaran la agenda de los llamados tecnofascistas, como Elon Musk, a quien Sam le ofreció dinero en efectivo para comprar Twitter. FXT también financió a Semafor, que ahora tiene una sección de medio ambiente controlada por la petrolera Chevron. Pro Publica dijo que iba a regresar 1.6 millones de dólares una vez que se decretó la quiebra financiera de los fondos de FXT y la sentencia de 25 años de cárcel para su donante, un millonario que en los buenos tiempos compró una isla en el Caribe para salvarse de la catástrofe que todos estos tecnofascistas anuncian a cada semana. Pero este texto no es sobre Pro Publica, que dice saber de narcopolíticos mexicanos, pero a quien se le pasó que estaba siendo financiada por un delincuente.
El tecnofascismo cree en una seudo-ciencia a la que llama etnoeconomía, que asegura que existen razas humanas. Ya el solo hecho de asegurar semejante disparate negado por cualquier estudio del ADN sería escandaloso, pero ellos lo llevan a un terreno superior: que existen razas que pueden competir con éxito en un mercado y otras que no. También creen en que la única forma de asegurar el futuro de la Humanidad es aumentar el crecimiento de todo: del consumo de energía, la población, los contratos millonarios para desarrollar inteligencia artificial y nanomaquinaria. Todo esto es para conquistar Marte y dejar en la Tierra a los pobres, que no son los güeros que sí saben competir y ganar, los afectados por la crisis climática y las pandemias. Por supuesto que no existe tecnología alguna a la vista que permita colonizar Marte, pero aun así, el proyecto del tecnofascismo es destruir el planeta Mercurio para fabricar un anillo que pueda utilizar la energía del Sol con la que, a su vez, generar naves espaciales que se replicarían con inteligencia artificial y lanzarlas por la galaxia para fundar colonias de robots. Esto, que parece sacado de película del Santo, es parte de la agenda tecnocrática en Estados Unidos que demanda fondos públicos para hacerla realidad, y quien se oponga estará en contra de la salvación de la Humanidad. Toda una fuerza moral.
Pero la realidad no tiene nada que ver con el lema de los estafadores tecnológicos, fake it until you make it, que traduzco como finge que lo tienes hasta que lo fabriques. Por ejemplo, nos venden la Inteligencia Artificial (IA) como si pudiera realmente pensar o hablar, cuando lo único que hace es recombinar lo que ya está escrito digitalmente. La inteligencia no es ni el IQ ni mucho menos la potencia de una computadora. Lo que pensamos y decimos está mediado por contextos, emociones y conexiones múltiples que no son el cero y uno, ni me gusta-no me gusta. El supuesto IQ es un mito estadístico, no la manera en que funcionan las neuronas, sinapsis y neurotransmisores en nuestros cerebros, mucho menos cómo el cerebro se constituye en una mente, cómo pasamos de lo bioquímico a la conciencia. El cerebro no es digital, es biológico. Y así, la IA que se ha desarollado para el lenguaje, por ejemplo, tiene dos problemas graves. Uno, es que se alimenta de palabras –no de textos completos como se supondría– y las va combinando a altas velocidades. Eso hace que, a pesar de que los seres humanos siempre le encontramos rostro de interlocutor a todo, esta inteligencia computacional no sabe lo que está diciendo ni le importa si es verdadero o falso. El segundo problema es que está siendo alimentada con datos que provienen de Internet y de textos producidos por la propia IA. Así que, tarde o temprano, se convertirá en basura. Como escribe el biólogo británico Matthew Cobb: Los sistemas de IA basados en redes neuronales afirman tener una arquitectura inspirada en las neuronas, pero se parecen tanto a un cerebro real como un emoji de nube de lluvia a un huracán. Es decir, como con el lenguaje, este entramado de datos digitales dice ser más que lo que puede ser. Lo mismo es con la colonia en Marte o que la mente de un ser humano podría ser vaciada en una computadora con la que la tecnología resolvería el pequeño asunto de la muerte. Mientras mienten sobre cómo hacerlo, hay quienes gastan en congelar a sus muertos en espera de que, algún día, las células destruidas por el frío se puedan recomponer para dar pie a la memoria de una persona.
El problema que encontramos con todo esto, desde las aseveraciones del narcoestado en México hasta la criopreservación y las razas económicas, es que son fantasías de control que no están basadas ni en datos, ni siquiera en inferencias del tipo está nublado, es posible que llueva. Hablan de una tormenta cuando el cielo está despejado, pero nos advierten todo el tiempo de peligros que no son los que nos asedian, como la desigualdad, la pobreza, la crisis del clima. No dicen una palabra sobre las armas nucleares, lo que contamina la nueva tecnología –sólo las criptomonedas gastan el consumo de energía anual de Australia y generan la huella de carbono de Noruega, Portugal y Austria juntos–, sino que hablan de los robots que nos van a querer matar o una IA que decida que no estamos en sus planes, cuando los que han decidido eso son los megamillonarios que fingen hasta que lo tengan. Viven en un emoji de una nube y nos tratan de convencer a los demás de que es la catástrofe de la que sólo ellos saben y pueden salvarnos.
Buchenwald, Gaza y el fin del universalismo
Maciek Wisniewski
1.Si bien en las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial en un contexto de la Europa reconstruyéndose tanto en el plano material como intelectual, después de la destrucción que trajo el fascismo/nazismo –siendo la oposición a la Ilustración y a todo el legado humanista-racionalista uno de sus orígenes ideológicos (Zeev Sternhell)–, la memoria del Holocausto ha sido uno de los principales motores del universalismo utilizado para luchar contra todas las formas de exclusión y opresión –con el lema Nunca más desde la política oficialista inspirada aún por el antifascismo (n9.cl/qns8zy) y en los escritos de autores como Jean Améry, Primo Levi, Günther Anders o Theodor W. Adorno aplicado a todos, no sólo a los judíos–, desde los años 70, este paradigma conmemorativo empezó a colapsarse.
2. Una vez, como bien apunta Enzo Traverso, la memoria del Holocausto fue convertida en una religión civil del Occidente” −y con Israel de manera paralela acaparándola agresivamente para justificar la ocupacion de los territorios palestinos post 1967, sostener su virulento proyecto nacionalista y expansionista (Idith Zertal) y su colonialismo de asentamientos (Rashid Khalidi)–, su vínculo orgánico con el universalismo, el anticolonialismo, el antimperialismo y el antirracismo quedó completamente roto, una transformación que, a la luz del genocidio en Gaza en curso (n9.cl/hzgdf), acabó teniendo consecuencias aterradoras (n9.cl/umr8j).
3. Esta instrumentalización cobró formas de una verdadera industria del Holocausto (Norman Finkelstein), centrándose, acorde a la oficialización y la petrificación de su memoria, sobre todo en los aniversarios aprovechados ya desde hace tiempo para justificar la anexión de facto de Cisjordania (n9.cl/4p1vy), y hoy la destrucción de Gaza y la aniquilación de la sociedad palestina allí (n9.cl/nk6ri). La controversia en torno al reciente 80 aniversario de la liberación del campo de concentración en Buchenwald el 1º de abril, ha sido muy ilustrativa para esta transformación y para la suerte del universalismo hoy en día.
4. Aunque el filósofo israelí-alemán Omri Boehm (1979), nieto de sobrevivientes y profesor de la New School de Nueva York, uno de los principales proponentes del universalismo desde la filosofía y de un Estado binacional para los israelíes y los palestinos en el espíritu de Martin Buber y Judah Magnes (véase: Haifa Republic, 2021), iba a dar un discurso en Buchenwald, su presencia, por presiones de la embajada israelí, ha sido cancelada, con su texto apareciendo sólo en la prensa internacional (n9.cl/337pc).
5. Resulta que su postura kantiana, que reclama desde la Ilustración que la dignidad humana se anteponga a cualquier otra premisa política, por encima de realismos geopolíticos o intereses nacionales (n9.cl/l5lrec), en tiempos de la radical acapararían del Holocausto por la narrativa particularista y singularista de Israel, no sólo amonta, supuestamente, a su relativización (sic), sino que en tiempos del genocidio, como bien apuntaba Michael Rothberg, es simplemente insoportable (n9.cl/u45nh).
6. El Nunca más –que sólo es válido en su forma universal–, hoy en día claramente se aplica solamente a Israel y a los israelíes. Y el discurso de la Shoá, separado radicalmente de sus valores universales y puesto al servicio de las políticas racistas (apartheid) y coloniales israelíes –y ahora incluso a fin de justificar el genocidio (sic)–, dicta que si bien las víctimas judías del nazismo deben ser conmemoradas, las vidas palestinas pueden ser borradas (n9.cl/0nwypz).
7. El hecho de que fuera Buchenwald el centro de esta controversia −el campo erigido a escasa distancia de Weimar, la ciudad natal de los poetas y dramaturgos como Goethe y Schiller y en cuya puerta los nazis en vez de Arbeit macht Frei (El trabajo hace libre) colocaron el lema Jedem Das Seine (A cada uno lo que le corresponde), la adopción de la máxima del derecho romano suum cuique y también título de una de las cantatas de J. S. Bach (BWV 163), algo que desde el principio generó preguntas como la barbarie así era posible en un centro de la cultura universal–, parece igualmente sintomático.
8. Después de 1989 y la caída del muro de Berlín, fue este campo –uno de los primeros construidos por el Tercer Reich en 1937 cuya mayoría de prisioneros eran comunistas (Ernst Thälmann et al.), socialdemócratas, otros deportados de los países ocupados y soldados soviéticos y que no fungía como el centro principal de la solución final (Endlösung)−, que protagonizó una de las más intensas rescrituras de la historia acorde a los intereses de la Alemania unificada y en consonancia con la nueva memorialización antiuniversalista del Holocausto centrada en los particularismos, sobre todo en la exclusividad del sufrimiento judío.
9. Así, en oposición a la, centrada en Buchenwald, narrativa histórica de la RDA que fue construida en torno al antifascismo, se impuso una nueva (n9.cl/fgwfkh) que igualaba el comunismo con el nazismo (sic) (Ernst Nolte), y cuya agenda anticomunista hacía una mancuerna con el tribalismo sionista y su etnonacionalismo, el mismo cuyo cepa europea, bien anotaba Sternhell, casi aniquiló a la mayoría del pueblo judío (n9.cl/qg62q7).
10. El genocidio en Gaza (n9.cl/ldxn8) puesto a la luz de la sistemática eliminación del universalismo en las últimas décadas, demuestra lo aterrador de este giro en la medida en que fue, entre otros, el rápido desmantelamiento del legado universalista de la Ilustración en Alemania de los años 30, la deshumanización, el racismo/antisemitismo y el poner a sus futuras víctimas fuera del universo de la obligación que facilitó el Holocausto (n9.cl/5tq37). Pocos quieren acordarse de esto y muchos parecen replicar –incluso orgullosamente–, el sendero.
Veneno en la comida
Silvia Ribeiro
Un nuevo estudio científico muestra que el aditivo alimentario dióxido de titanio (TiO2), ampliamente usado en productos de consumo frecuente, como dulces, pastelería, sopas y cremas, tienen la capacidad de alterar el sistema endocrino y la respuesta hormonal a los alimentos, desregular los niveles de azúcar en sangre y causar diabetes, obesidad y otros problemas de salud (https://doi.org/10.1016/j.fct.2025.115504).
En el estudio, liderado por investigadores de la Universidad de Jiaxing Nanhu de China, los autores destacan los efectos perjudiciales de las nanopartículas de dióxido de titanio como disruptores endocrinos intestinales.
Los alimentos ultraprocesados tienen en general ese tipo de efectos perjudiciales sobre las hormonas que intervienen en la digestión, pero no hay comprensión detallada de por qué causan este efecto. Esta nueva investigación señala posibles vías de acción de esos productos, indicaron los autores al periódico The Guardian (6/6/2025 https://tinyurl.com/yhvmyf74).
El estudio se basó en la comparación de los efectos del aditivo en la salud intestinal de tres grupos de ratones de laboratorio: un grupo fue alimentado con nanopartículas de dióxido de titanio; otro grupo recibió dióxido de titanio, pero en partículas más grandes, y un tercer grupo no lo ingirió.
El primer grupo de ratones alimentados con TiO2 en nanopartículas mostró niveles significativamente bajos de varios tipos de hormonas intestinales que intervienen en la digestión, por ejemplo, las que dan al organismo la sensación de estar satisfecho después de comer y regulan los niveles de glucosa. Ese mismo grupo de roedores mostró también niveles mucho más altos de glucosa o azúcar en sangre que el segundo grupo, que fue alimentado con micropartículas, que siendo pequeñas son hasta 10 mil veces más grandes que las nanopartículas.
Las hormonas secretadas por las células enteroendocrinas en el intestino juegan un rol crítico en regular la demanda de alimentos energéticos y en mantener los niveles de glucosa. Las nanopartículas de TiO2 interrumpen el desarrollo de esas células y reducen su número. Esa deficiencia está asociada a desarrollar resistencia a la insulina y diabetes tipo 2 (https://tinyurl.com/yhvmyf74).
El dióxido de titanio es usado para blanquear o dar más brillo al color de diversos productos; se identifica generalmente como E171. Es un aditivo al que se atribuye toxicidad y una lista de riesgos graves a la salud, por lo que ha sido objeto de controversias sobre su regulación y prohibición, particularmente en su formulación en nanopartículas. La Unión Europea lo prohibió para su uso alimentario en 2022, luego de analizar los reportes que lo señalaron como potencial neurotoxina, inmunotoxina, causante de lesiones intestinales y potencial daño genético. Ese año, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) concluyó que el dióxido de titanio ya no puede considerarse seguro como aditivo alimentario porque no se puede descartar la genotoxicidad tras el consumo de esas partículas. La EFSA señaló también que pese a que tras su ingestión la absorción del dióxido de titanio es baja, éste se acumula en el organismo.
No obstante, Estados Unidos lo mantiene en el consumo y ni siquiera hay obligación de informarlo en la lista de ingredientes. Se estima que está presente en 11 mil productos en ese país, por ejemplo, en marcas muy conocidas de golosinas. En México y otros países de América Latina está permitido en productos alimentarios y otros. Se puede encontrar este aditivo en lácteos, golosinas, chicles, galletas, panadería, chocolates, sopas, caldos y salsas comerciales, cremas y helados, y también como revestimiento de cápsulas de vitaminas o farmacéuticas, pasta de dientes, productos de protección solar, cremas y diversos cosméticos.
Un estudio científico publicado en 2024 hizo una revisión de reportes de toxicidad, y encontró que el TiO2 en nanopartículas –que puede llegar al organismo por vía oral, dérmica o intragástrica– se acumula en diferentes órganos del cuerpo: bazo, tracto digestivo, sistema nervioso central, hígado, riñones, sistema reproductivo y músculo cardiaco, en los que puede formar aglomerados con potencial carcinogénico. Las nanopartículas de TiO2 también pueden atravesar la barrera hematoencefálica y producir muerte celular (apoptosis) en las neuronas del cerebro (https://doi.org/10.1016/j.dwt.2024.100025).
El estudio ahora publicado agregó a esta lista la disrupción en los intestinos de hormonas claves para el proceso digestivo, ligada al surgimiento de obesidad, diabetes y problemas inmunes.
El uso de TiO2 como aditivo aumentó notablemente al formularlo en nanopartículas, en parte porque de esta forma ya no es blanco, sino que puede ser transparente y otorgar otras propiedades que la industria considera atractivas para la venta, aunque no aportan nada a la nutrición. Ser causa de diabetes y obesidad se agrega a una lista de riesgos sumamente graves, lo cual debería motivar su prohibición.
Queda claro también el grave déficit regulatorio sobre la ingesta y exposición de nanopartículas de cualquier elemento, ya que más allá de la sustancia que las compone, ese tamaño burla la barrera hematoencefálica y el sistema inmunológico.