▲ Imagen tomada de redes sociales de Donald Trump con Jeffrey Epstein hace varios años.
Ap y The Independent
Periódico La Jornada Lunes 14 de julio de 2025, p. 22
Washington. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, enfrentó este fin de semana un creciente descontento de sus partidarios que conforman Hagamos Grande a Estados Unidos Otra Vez (MAGA, por sus siglas en inglés) luego de su defensa a la fiscal general, Pam Bondi, cuyo Departamento de Justicia negó la existencia de una lista de clientes de Jeffrey Epstein, después de años durante los cuales los representantes del mandatario prometieron revelar los secretos del financiero, acusado de prostitución y abuso sexual a menores, informaron medios estadunidenses.
Conservadores y partidarios de Trump se manifestaron en redes sociales, así como en una convención en Florida, con mensajes dirigidos al mandatario en los que aseguraron que el escándalo de Epstein no va a desaparecer.
El Departamento de Justicia determinó que Epstein se suicidó en 2019 y que no existe una lista detallada de los nombres de la élite mundial que presuntamente participaron en su historial de escándalos sexuales.
Donald Trump, por favor, comprenda que el caso Epstein no va a desaparecer, publicó en X el teniente general retirado Mike Flynn, asesor de seguridad nacional de Trump durante su primer mandato.
Si el gobierno no aborda la enorme cantidad de preguntas sin respuesta sobre Epstein, especialmente el abuso de niños por parte de las élites (es evidente que ocurrió), entonces será mucho más difícil abordar tantos otros desafíos monumentales que enfrenta nuestra nación, expresó el militar.
No podemos permitir que los pedófilos se salgan con la suya. Personalmente, no me importa quiénes sean ni qué posición de élite o poder ocupen. ¡¡¡Deben ser expuestos y rendir cuentas!!!, insistió Flynn en X.
El Departamento de Justicia y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) declararon en un memorando conjunto divulgado hace una semana que ambas agencias no tenían más información que compartir con el público sobre el caso y muerte de Epstein. Esto provocó que el subdirector de la FBI, Dan Bongino, se enfrentara a Bondi por la falta de transparencia y amenazara con dimitir, informó Fox News.
Dos semanas antes, al romper con Trump, el magnate tecnológico Elon Musk aseguró que el mandatario republicano figuraba en la lista de clientes del depredador sexual, aunque ante reclamos del jefe de la Casa Blanca se retractó después.
Epstein, quien se codeó con las élites mundiales, desde Bill Gates hasta ser fotografiado con Trump antes de su presidencia, fue encontrado muerto en su celda de la cárcel de Nueva York en agosto de 2019, aparentemente por suicidio.
Sin embargo, muchos partidarios de MAGA han afirmado que Epstein no se ahorcó y que la muerte fue parte de un encubrimiento para proteger a las élites involucradas en el abuso sexual de menores.
“¿Qué pasa con mis ‘chicos’ y, en algunos casos, mis ‘chicas’? Todos están atacando a la fiscal general, Pam Bondi, quien está haciendo un trabajo fantástico”, escribió Trump en Truth Social. Estamos en el mismo equipo, MAGA, y no me gusta lo que está pasando.
La activista y aliada de Trump, Laura Loomer, también criticó a Bondi por su liderazgo y atacó al presidente.
En tanto, la representante por Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, calificó a Trump de violador que complica la investigación, en referencia al caso en el que el presidente fue declarado civilmente responsable por abusar sexualmente y difamar a la escritora E. Jean Carroll en 2023.
Al conmemorar un año del atentado del que fue blanco en Butler, Pensilvania, el mandatario expresó en un mensaje a la nación que el espíritu estadunidense siempre ha triunfado y triunfará sobre las fuerzas del mal y la destrucción.
Estados Unidos avanza hacia la autocracia
Legisladores demócratas que visitaron el campo de concentración para migrantes construido por el gobierno de Donald Trump en una zona aislada en los pantanos de los Everglades, en Florida, expresaron su consternación por las condiciones inhumanas del recinto. Tras la visita, la congresista Debbie Wasserman Schultz denunció las condiciones realmente perturbadoras y viles y señaló que el sitio, un espectáculo en el que abusan de seres humanos, debe ser cerrado de inmediato. Por su parte, el representante Maxwell Alejandro Frost informó que al menos uno de los reclusos dijo ser ciudadano estadunidense.
Aunque algunos republicanos del grupo legislativo describieron el establecimiento como limpio y funcional, el hecho es que está compuesto por jaulas para 32 personas infestadas de insectos. Las descripciones obligan a recordar el infame campo de concentración que George W. Bush mandó construir en Guantánamo, en el ilegal enclave naval estadunidense en territorio cubano, para recluir a miles de infortunados a los que el gobierno estadunidense consideró sospechosos de terrorismo, los secuestró en decenas de países, los trasladó en vuelos secretos y los mantuvo presos por años sin juicio y sin informar de su paradero.
Esta exhibición de sadismo penitenciario, contrario a cualquier noción de derechos humanos, viene a rematar la secuencia de atropellos a las leyes estadunidenses e internacionales que ha sido la persecución racista y xenófoba contra trabajadores extranjeros –del que incluso han sido víctimas personas naturalizadas– en territorio del país vecino, sin más fundamento que parecer, a ojos de los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), migrantes indocumentados.
Pero la demolición de la legalidad emprendida por la segunda presidencia de Trump no se limita a perseguir, acosar y violentar a reales o supuestos extranjeros, sino que se expresa también en una forma autocrática y facciosa de ejercicio del poder. Ejemplo de ello es el despido de funcionarios del Departamento de Justicia que participaron en la formulación de imputaciones contra el magnate republicano por la sustracción de documentos oficiales secretos –muchos de los cuales fueron recuperados en un cateo policial de su mansión de Mar-a-Lago– y por su intento de alterar el resultado de las elecciones de 2020, en las que fue vencido por el demócrata Joe Biden.
Los despidos abarcan prácticamente a todo el equipo del ex fiscal especial Jack Smith, quien investigó a Trump y presentó denuncias en contra de varios de sus seguidores que participaron en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Otro dato alarmante en este sentido es el recurrente desacato de la Casa Blanca a sentencias judiciales.
Así pues, además de la hostilidad trumpiana contra el mundo en general, expresada principalmente en las amenazas de imponer aranceles como una forma de chantaje y extorsión a gobiernos soberanos, y adicionalmente a los estragos económicos que están causando esa estrategia de negociación y los recortes al sector público, es ya inocultable la ofensiva contra la institucionalidad y el marco legal y el avance hacia la autocracia.
Soberanía no se decreta: se produce
José Romero*
La economía mundial atraviesa una reconfiguración profunda. EU ha dado un giro proteccionista que desmonta la lógica de integración regional construida durante décadas. En este escenario, México no puede seguir esperando una avalancha de inversiones como recompensa por su cercanía geográfica y su acomodo ante Washington. Esa certidumbre ya no existe.
Desde el gobierno mexicano se insiste en que se han cumplido las exigencias de EU en migración y seguridad, y se pide que no se nos maltrate. Pero el T-MEC está desfondado. Voceros del trumpismo –como Steve Bannon y Tucker Carlson– no ocultan su proyecto: cerrar fronteras, expulsar migrantes, repatriar industrias y romper vínculos de dependencia. Ahí, México no tiene cabida, ni siquiera como socio menor.
Trump aclaró el 3 de julio: Los aranceles que impusimos no se quitarán. Vamos a ampliarlos si es necesario. Días después, la Casa Blanca envió una carta oficial a la Presidenta, anunciando otro arancel de 30 por ciento a partir del 1º de agosto. El argumento: inacción frente al fentanilo y los cárteles. Advierte que cualquier intento de represalia comercial se castigará con medidas adicionales.
El 12 de julio, México anunció el envío de una delegación a EU. Se informó sobre reuniones con agencias estadunidenses y la instalación de una supuesta mesa binacional permanente. Se expresa el rechazo a las medidas de Trump y la voluntad de diálogo. Se trata de un gesto simbólico, sin perspectivas de resultados ni avances concretos. Esa respuesta no sólo fracasa en el plano diplomático; también evidencia la fragilidad de un modelo que, durante décadas, apostó por una integración subordinada.
En el terreno económico persiste una conducción demasiado cautelosa, cuando se exige decisión y liderazgo. Se ha optado por administrar inercias en vez de trazar un rumbo propio. Las respuestas han sido más defensivas que estratégicas. La Presidenta cuenta con un respaldo amplio y legítimo, y ha trazado un rumbo transformador. Ello no basta, si quienes deben convertir su visión en política económica siguen atrapados en inercias, sin dirección ni estrategia.
Esta crisis revela un cambio estructural: la relación bilateral ya no es estratégica: ahora depende de que México cumpla condiciones de EU, sin reciprocidad ni diálogo real. La narrativa de integración pasó. El viejo sueño de cooperación duradera con EU se extinguió. México debe dejar de esperar y empezar a construir soberanía.
Pero construir un rumbo propio no sólo implica romper la dependencia con EU: también exige revisar la influencia de las grandes corporaciones extranjeras que operan aquí. Muchas presionan al gobierno para mantener intactas las reglas del T-MEC, asegurar privilegios fiscales y evitar políticas que fortalezcan a los proveedores nacionales. Mientras las decisiones estratégicas sigan condicionadas por intereses externos, hablar de soberanía será una contradicción.
El nearshoring ha funcionado como consigna, no como política. En el primer trimestre de 2025, México recibió más de 21 mil millones de dólares en inversión extranjera directa. Pero 78 por ciento fueron reinversiones internas entre filiales, y menos de 10 por ciento correspondió a nuevas inversiones. La supuesta bonanza no se refleja en encadenamientos productivos ni en transferencia tecnológica.
La economía mexicana da señales claras de estancamiento. En mayo, la actividad cayó 0.3 por ciento, la industria retrocedió 1.1 por ciento y se perdieron más de 93 mil empleos formales. La producción industrial bajó 0.8 por ciento respecto de 2024. Aunque hubo un repunte marginal mensual, la tendencia sigue siendo negativa.
El índice manufacturero PMI lleva más de un año en zona de contracción: 47.4 puntos en mayo. No hay dinamismo.
A casi un año del nuevo gobierno, seguimos sin una estrategia de crecimiento económico. Mientras la economía no despegue, los programas sociales serán indispensables. Sin crecimiento, esos programas serán financieramente insostenibles: el gasto social aumentará sin una base productiva que lo respalde, y el Estado perderá margen de acción.
Con crecimiento sostenido, en cambio, el ingreso por habitante aumenta, el empleo se formaliza y el bienestar se vuelve estructural. Ahí, el respaldo del Estado fortalece derechos.
Sin una economía dinámica, corremos el riesgo que enfrentaron gobiernos progresistas en AL: gastar sin producir, distribuir sin crear riqueza. El desenlace: endeudamiento, inflación, fuga de capitales, devaluación. Y luego, el regreso de la derecha con su motosierra. No basta con resistir: hay que transformar. No basta con repartir: hay que construir.
El mundo no respeta a los países pobres. Sólo las economías fuertes son escuchadas. Mientras México siga siendo débil, el discurso de soberanía será retórica interna. Está bien que por el bien de México vayan primero los pobres, pero por el bien de los pobres, el país debe ser fuerte. Un país no se respeta por su humildad, sino por su tamaño, su dinamismo, su tecnología y su capacidad productiva. Sin eso, no hay interlocución posible en el mundo que viene.
Sin aparato productivo, no hay soberanía. La 4T no puede avanzar si no se ancla en una base sólida, con estrategia de industrialización moderna y autónoma. Reconstruir la economía no es volver al pasado, sino recuperar la capacidad del Estado para impulsar el desarrollo. El proyecto transformador debe ir más allá de lo simbólico: debe traducirse en instituciones fuertes, infraestructura nacional, conocimiento aplicado y cadenas productivas con valor agregado interno.
Para ello hace falta un organismo de planeación con poder real, respaldo constitucional y visión de largo plazo. No una oficina decorativa ni un consejo sin dientes, sino una institución operativa que convoque al empresariado, a las universidades públicas y al sistema de ciencia y tecnología. Un vértice estatal capaz de pensar estratégicamente el país que queremos.
Esto no es tecnocracia. Es una estrategia de sobrevivencia. Lo entendió Ávila Camacho en plena Segunda Guerra Mundial, en un momento muy distinto, pero igualmente exigente en términos de definición nacional. Su gobierno no esperó lineamientos externos: impulsó un proceso de industrialización decidido. Se fortalecieron instituciones como Nacional Financiera –creada años antes– y se expandió la inversión pública para sentar las bases de una economía moderna. Se protegieron sectores claves y se fortaleció la infraestructura. No se trató de administrar la escasez, sino de construir capacidad productiva. Reconstruir el Estado no es nostalgia: es la condición mínima para que el país tenga futuro.
*Director del CIDE
El fin de los amigous
David Penchyna Grub
Durante décadas, la relación entre México y Estados Unidos fue un ejercicio de equilibrio precario. Desde finales de los años 30 hasta bien entrados los 80 del siglo XX, prevaleció una distancia cordial.
Esta dinámica estaba profundamente arraigada en la turbulenta historia decimonónica que definió las fronteras y las identidades de ambos países. El discurso del nacionalismo revolucionario, las resistencias culturales ante el extraño enemigo y la latente nostalgia por el territorio perdido, actuaron como pilares de una autonomía forzada que, en retrospectiva, mantuvo a raya una integración más profunda.
La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en los años 90 marcó un giro copernicano. De repente, el vecino del norte dejó de ser percibido únicamente como el extraño enemigo para transformarse en un socio comercial que prometía empleo mejor remunerado y una integración invaluable en sus cadenas de valor. Y así fue. La promesa se materializó, reconfigurando la economía mexicana y, a su vez, haciendo a Estados Unidos más competitivo a nivel global. El rescate financiero de 1995, motivado por la inversión de fondos de pensiones estadunidenses en bonos del gobierno mexicano, no sólo evidenció la interdependencia, sino que selló una alianza que parecía romper con el pasado. La distancia se hizo pedazos; ambos países emergieron ganadores de una simbiosis económica sin precedentes.
Sin embargo, a la vuelta del primer cuarto del siglo XXI, el panorama es radicalmente distinto. La globalización ya no es la panacea, y la integración comercial es vista, por amplios sectores, con escepticismo. Ha surgido una poderosa creencia política que culpa a esta simbiosis comercial por la pérdida de capacidad industrial en Estados Unidos, el fenómeno de la migración desordenada, y lo que es más preocupante para la sique mexicana, un resurgimiento de los miedos culturales arraigados en el siglo XIX. Desde la perspectiva de la derecha estadunidense, impulsada por millones de adherentes al proyecto MAGA, la integración cultural es indeseable. Desde nuestro lado de la frontera, estos temores adquieren tintes irónicos con la gentrificación en las zonas de mayor plusvalía de la Ciudad de México, percibida como una nueva forma de avasallamiento.
La frustración social en México es palpable. El acoso a nuestros compatriotas en Estados Unidos, sumado a la percepción de un avasallamiento nacional en los últimos meses, ha generado una catarsis colectiva que se manifiesta en una creciente pulsión antiextranjera y antiestadunidense. Más que una estrategia práctica, es un mecanismo de desahogo ante la impotencia. Los operativos de ICE no son sólo noticias; son rencarnaciones de agravios históricos que reviven en la memoria de una generación entera de mexicanos.
Lo que debemos comprender con urgencia es que la relación con Estados Unidos, tal como la entendimos durante una generación, ha llegado a su fin. Ya no somos amigous en el sentido de una narrativa regional compartida de cara al resto del mundo. Para Estados Unidos, México es estratégico por su geografía, la migración, la seguridad y la competitividad económica frente a China. Pero es crucial entender que esta estrategia se definirá en sus propios términos.
A México le toca jugar con una mano débil. Nuestra economía depende críticamente de la estadunidense, y las remesas se han convertido en un pilar similar al que representó el petróleo en los años 70. El acoso a nuestros paisanos no es una anécdota; es una cicatriz imborrable para una generación de mexicanos que ve revividos todos los agravios históricos con cada operación de la Patrulla Fronteriza.
Entender esta realidad no es sencillo. Es un testimonio de la madurez política de nuestro gobierno, la templanza para no caer en la facilidad de enredarse en la bandera con discursos vacíos. Sin embargo, lo que es aún más complejo de procesar –pero absolutamente necesario para salir lo mejor librados como nación soberana– es que estamos presenciando el nacimiento de un nuevo orden global. Y en ese nuevo orden, se forjará una nueva relación con el vecino distante, el ex amigo y a un socio comercial.
A Estados Unidos le conviene un México fuerte, competitivo, seguro y próspero. Aunque a veces la retórica política y las estigmatizaciones populistas les impidan recordarlo, la estabilidad y el crecimiento de México son intrínsecos a su propia seguridad e intereses económicos. El desafío para México radica en reconocer esta nueva dinámica, adaptarse a sus reglas implícitas y, desde una posición de realismo pragmático, buscar maximizar sus propios intereses en un tablero geopolítico que se ha reconfigurado por completo. La nostalgia no es una estrategia; la claridad y la adaptabilidad sí lo son.