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Raúl Zibechi
05 de septiembre de 2025 00:01
En algunas ocasiones las relaciones entre crimen organizado y capitalismo aparecen de forma nítida y transparente, lo que nos proporciona la oportunidad para evaluar en qué situación real está el sistema y hacia dónde se está dirigiendo.
Días atrás el gobierno federal de Brasil lanzó un megaoperativo contra el crimen organizado en el sector de los combustibles, con resultados sorprendentes. Identificó 40 fondos de inversiones en el sector inmobiliario por un valor de 5 mil 500 millones de dólares, controlados por el Primer Comando de la Capital (PCC), que es el mayor grupo narcotraficante de Brasil. Esos fondos financiaron la compra de una terminal portuaria, cuatro plantas de refinación, mil 600 camiones para transporte de combustibles y más de 100 inmuebles (https://goo.su/Chmn3).
Además, compraron fincas por valor de otros 5 mil millones de dólares y un banco paralelo de la organización, la fintech BK Bank, que movilizaba hasta 8 mil millones de dólares. Más de mil gasolineras en 10 estados de Brasil son utilizadas para lavar dinero del crimen organizado, pero se estima que las operaciones del PCC alcanzarían hasta 2 mil 500 gasolineras en todo el país.
El PCC nació en 1993 en la prisión de Taubaté, en Sao Paulo, hoy opera en el 90 por ciento de las cárceles, y se ha extendido a Uruguay, Paraguay, Bolivia y Colombia. Se trata de la banda criminal más grande de América Latina, que podría llegar a 40 mil miembros, buena parte de ellos en prisiones. A través del tráfico de cocaína estableció alianzas con la 'Ndrangheta italiana y se cree que cuenta con sólidos apoyos en países africanos y europeos.
Lo que revelan las investigaciones de los últimos años es una creciente sofisticación en las operaciones de lavado de dinero, así como su participación en sitios web de apuestas en línea y la inversión en clubes de futbol. En la actual investigación surgió que el PCC domina la cadena de la caña de azúcar, a través de la compra de haciendas, plantas refinadoras, puestos de combustibles y transporte.
De los datos anteriores surge con claridad la estrecha relación entre el empresariado “tradicional” y el crimen organizado. Esta realidad merece ser profundizada.
Por un lado, se observa cómo el crimen adopta los modos de los grandes empresarios capitalistas. Invierten con la misma lógica, buscando monopolizar cada sector para maximizar ganancias. El mal llamado crimen organizado es parte del capitalismo, del que se diferencia sólo porque sus actividades no son consideradas legales, lo que le permite aumentar de modo exponencial sus ganancias. Los modos del crimen son idénticos a los del extractivismo, como puede observarse en la actividad minera.
Por otro, surge una amplia zona gris entre lo legal y lo ilegal: el crimen busca legalizar sus capitales invirtiendo en tierras, negocios inmobiliarios, minería y, sobre todo, en finanzas porque es el mejor modo de lavar sus activos. La empresa “legal” adopta modos mafiosos al evadir impuestos (algo que ya es norma en cualquier sector), arropada por especialistas como abogados y notarios.
Mientras el crimen camina hacia lo legal, el empresario tradicional lo hace a lo ilegal. Ambos buscan comprar jueces y políticos, invierten en el deporte y en todo lo que les permita sortear dificultades para incrementar ganancias. Neutralizan al Estado o lo toman por asalto, comprando voluntades o amenazando, dependiendo la situación.
Por todo esto, en muchas regiones, empresas mineras y crimen organizado trabajan unidos para desplazar comunidades a las que consideran un obstáculo para la explotación de la madre tierra.
Si aceptamos que el capitalismo existente es guerra de despojo contra los pueblos –“Cuarta Guerra Mundial” la denominan los zapatistas–, debemos aceptar también que en las guerras no hay nada ilegal puesto que manda la ley del más fuerte. Gaza es el mejor ejemplo de la evaporación de toda legalidad, de toda humanidad, porque se trata de despojar y desplazar al pueblo palestino para convertir sus territorios y tierras en meras mercancías.
Exactamente igual opera el crimen en Cherán, en Chicomuselo, o en cualquier parte del mundo, porque los pueblos, los seres humanos, nos hemos convertido en un obstáculo para la acumulación interminable de capital. Por eso, en adelante, el genocidio será la norma, como lo fue durante la Conquista de América.
Es una actitud irresponsable y perversa difundir la idea de que puede existir un capitalismo “bueno”, como lo han repetido presidentes progresistas en esta región.
Como refirió Immanuel Wallerstein, el capitalismo fue un enorme retroceso para dos terceras partes de la humanidad, mujeres, niñas y niños, pueblos del color de la tierra. Lo que sigue son los hornos crematorios, los genocidios y los grandes medios que disfrazan esta realidad.
Una forma de hacer política que no advierta a los pueblos que estamos en la era de los genocidios, o que éstos suceden en otras latitudes, los conduce al patíbulo. Como señaló el historiador del movimiento obrero Georges Haupt, aquel que divierte al pueblo con historias cautivadoras “es tan criminal como el geógrafo que traza mapas falaces para los navegantes”.
Raúl Zibechi
05 de septiembre de 2025 00:01
En algunas ocasiones las relaciones entre crimen organizado y capitalismo aparecen de forma nítida y transparente, lo que nos proporciona la oportunidad para evaluar en qué situación real está el sistema y hacia dónde se está dirigiendo.
Días atrás el gobierno federal de Brasil lanzó un megaoperativo contra el crimen organizado en el sector de los combustibles, con resultados sorprendentes. Identificó 40 fondos de inversiones en el sector inmobiliario por un valor de 5 mil 500 millones de dólares, controlados por el Primer Comando de la Capital (PCC), que es el mayor grupo narcotraficante de Brasil. Esos fondos financiaron la compra de una terminal portuaria, cuatro plantas de refinación, mil 600 camiones para transporte de combustibles y más de 100 inmuebles (https://goo.su/Chmn3).
Además, compraron fincas por valor de otros 5 mil millones de dólares y un banco paralelo de la organización, la fintech BK Bank, que movilizaba hasta 8 mil millones de dólares. Más de mil gasolineras en 10 estados de Brasil son utilizadas para lavar dinero del crimen organizado, pero se estima que las operaciones del PCC alcanzarían hasta 2 mil 500 gasolineras en todo el país.
El PCC nació en 1993 en la prisión de Taubaté, en Sao Paulo, hoy opera en el 90 por ciento de las cárceles, y se ha extendido a Uruguay, Paraguay, Bolivia y Colombia. Se trata de la banda criminal más grande de América Latina, que podría llegar a 40 mil miembros, buena parte de ellos en prisiones. A través del tráfico de cocaína estableció alianzas con la 'Ndrangheta italiana y se cree que cuenta con sólidos apoyos en países africanos y europeos.
Lo que revelan las investigaciones de los últimos años es una creciente sofisticación en las operaciones de lavado de dinero, así como su participación en sitios web de apuestas en línea y la inversión en clubes de futbol. En la actual investigación surgió que el PCC domina la cadena de la caña de azúcar, a través de la compra de haciendas, plantas refinadoras, puestos de combustibles y transporte.
De los datos anteriores surge con claridad la estrecha relación entre el empresariado “tradicional” y el crimen organizado. Esta realidad merece ser profundizada.
Por un lado, se observa cómo el crimen adopta los modos de los grandes empresarios capitalistas. Invierten con la misma lógica, buscando monopolizar cada sector para maximizar ganancias. El mal llamado crimen organizado es parte del capitalismo, del que se diferencia sólo porque sus actividades no son consideradas legales, lo que le permite aumentar de modo exponencial sus ganancias. Los modos del crimen son idénticos a los del extractivismo, como puede observarse en la actividad minera.
Por otro, surge una amplia zona gris entre lo legal y lo ilegal: el crimen busca legalizar sus capitales invirtiendo en tierras, negocios inmobiliarios, minería y, sobre todo, en finanzas porque es el mejor modo de lavar sus activos. La empresa “legal” adopta modos mafiosos al evadir impuestos (algo que ya es norma en cualquier sector), arropada por especialistas como abogados y notarios.
Mientras el crimen camina hacia lo legal, el empresario tradicional lo hace a lo ilegal. Ambos buscan comprar jueces y políticos, invierten en el deporte y en todo lo que les permita sortear dificultades para incrementar ganancias. Neutralizan al Estado o lo toman por asalto, comprando voluntades o amenazando, dependiendo la situación.
Por todo esto, en muchas regiones, empresas mineras y crimen organizado trabajan unidos para desplazar comunidades a las que consideran un obstáculo para la explotación de la madre tierra.
Si aceptamos que el capitalismo existente es guerra de despojo contra los pueblos –“Cuarta Guerra Mundial” la denominan los zapatistas–, debemos aceptar también que en las guerras no hay nada ilegal puesto que manda la ley del más fuerte. Gaza es el mejor ejemplo de la evaporación de toda legalidad, de toda humanidad, porque se trata de despojar y desplazar al pueblo palestino para convertir sus territorios y tierras en meras mercancías.
Exactamente igual opera el crimen en Cherán, en Chicomuselo, o en cualquier parte del mundo, porque los pueblos, los seres humanos, nos hemos convertido en un obstáculo para la acumulación interminable de capital. Por eso, en adelante, el genocidio será la norma, como lo fue durante la Conquista de América.
Es una actitud irresponsable y perversa difundir la idea de que puede existir un capitalismo “bueno”, como lo han repetido presidentes progresistas en esta región.
Como refirió Immanuel Wallerstein, el capitalismo fue un enorme retroceso para dos terceras partes de la humanidad, mujeres, niñas y niños, pueblos del color de la tierra. Lo que sigue son los hornos crematorios, los genocidios y los grandes medios que disfrazan esta realidad.
Una forma de hacer política que no advierta a los pueblos que estamos en la era de los genocidios, o que éstos suceden en otras latitudes, los conduce al patíbulo. Como señaló el historiador del movimiento obrero Georges Haupt, aquel que divierte al pueblo con historias cautivadoras “es tan criminal como el geógrafo que traza mapas falaces para los navegantes”.
El destructor de su patria
La presencia de Trump en la Casa Blanca (por segunda ocasión) no es producto de un complot extranjero, sino del agotamiento histórico de un proyecto de nación, de un pacto social, de una vida institucional y de un modelo económico. Foto Ap Foto autor
Pedro Miguel
05 de septiembre de 2025 00:04
Para esos sectores de la sociedad estadunidense que son tan afectos a las teorías conspirativas, ésta podría ser una sumamente atractiva, por verosímil, en los días que corren:
“Los enemigos externos de la superpotencia (aquí pueden poner desde los comunistas chinos hasta los terroristas islámicos, pasando por los narcotraficantse latinoamericanos, o todos ellos juntos) impulsaron la victoria electoral de Donald Trump de 2024 a fin de colocar un chivo en la cristalería, un Terminator en la Casa Blanca, un Godzilla en Washington, y asegurar de esa manera la destrucción total y definitiva de Estados Unidos.
Sólo con esa maligna ayuda de los demonios extranjeros puede explicarse el que un delincuente convicto, claramente dictatorial, indiscutiblemente mentiroso, ofensivamente ignorante y cada vez más chiflado, lograra derrotar los sólidos valores democráticos, sociales y familiares que caracterizan al pueblo estadunidense, y bla, bla, bla.
Puede parecer chistoso, pero hay que recordar que algo así (un complot informático ruso) inventaron los demócratas en 2016 porque no les cabía en la cabeza que la vulgaridad trumpiana hubiese sido capaz de derrotar en las urnas a la “decencia” clintoniana.
Una explicación semejante de la actual coyuntura tendría la ventaja adicional de que exoneraría de responsabilidad a los propios ciudadanos del país vecino y les permitiría asumirse como víctimas, una vez más, de la maldad foránea. Pensándolo bien, esta operación mental encajaría a la perfección con la retórica paranoica con la que el trumpismo presenta ante su sociedad al resto del mundo.
En efecto, según ese discurso, la humanidad exterior (acaso con la excepción de la que habita en Israel) odia a Estados Unidos, procura su ruina estratégica y civilizatoria, busca sacar provecho injusto de sus mercados, copia su tecnología, droga a sus ciudadanos, se infiltra en su territorio para delinquir o simplemente quiere que Washington la mantenga sin tener que trabajar, como vendría siendo el caso de los socios de la Unión Europea.
Bueno, esta visión es parcialmente equívoca: desde luego, la presencia de Trump en la Casa Blanca (por segunda ocasión) no es producto de un complot extranjero, sino del agotamiento histórico de un proyecto de nación, de un pacto social, de una vida institucional y de un modelo económico.
Lo que es indudablemente cierto es que el país más dañado por esta segunda administración a cargo del magnate no es México, ni China, ni Venezuela, ni Rusia, ni Cuba, ni Brasil, ni Japón, sino el propio Estados Unidos, y que si alguien deseara el derrumbe de esa nación por sobre todas las cosas, tendría que estar brincando de felicidad en estos momentos.
Hay quienes ven en el trumpismo la imposición (violenta, bárbara, impúdica) de un nuevo orden internacional distópico por parte de un puñado de megamillonarios.
Otros lo vemos más bien como la caída en el desorden y la expresión de un declive grave e inocultable. Porque, entre otras cosas, Donald Trump ha logrado destruir: a) la apariencia de racionalidad con la que operaban las instituciones en Estados Unidos; b) el consenso Washington-Bruselas sobre Ucrania; c) la confianza en la superpotencia de los más estrechos aliados de Estados Unidos (salvo Israel); d) el abasto de fuerza de trabajo inmigrante en el que han cifrado su competitividad y su productividad los sectores agrícola, de la construcción, restaurantero y de servicios, entre otros; e) la tradicional armonía entre el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal; f) la abominación (así fuera ritual) del conflicto de interés en el poder público; g) la seguridad en el suministro de tierras raras, necesarias para la industria armamentista de punta. Y mucho, pero mucho más.
Más allá de eso, la segunda presidencia trumpista ha logrado revertir el giro hacia Occidente que venía realizando el gobierno indio y su hostilidad arancelaria dio especial relevancia a la reunión en Pekín entre Narendra Modi, Xi Jinping –líderes de estados rivales– y Vladimir Putin –o sea, a los gobernantes de tres potencias nucleares y de las dos mayores poblaciones del orbe–, los cuales se propusieron fortalecer un mundo multipoplar, es decir, contrario a la delirante hegemonía unipolar que Trump quiere imponer como sueño húmedo al conjunto de la sociedad estadunidense.
Unos días después de ese encuentro, el gobierno chino realizó, con motivo del 80 aniversario de la victoria sobre Japón, la exhibición de medios bélicos más impresionante en el mundo en muchas décadas.
El acento infantil del gobierno estadunidense lo proporcionó en esa ocasión el embajador de Washington ante la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Matt Whitaker. Declaró que las armas chinas eran copia de las estadunidenses y que Pekín “no puede, no podría luchar ni aunque lo intentara” porque “somos la única superpotencia con la economía más grande y fuerte”. Eso dijo, pero no pudo evitar que le temblara la voz (https://is.gd/HO26T8).
navegaciones@yahoo.com
México SA
Carlos Fernández-Vega
▲ La presidenta Claudia Sheinbaum y el secretario de Estado de EU, Marco Rubio (al centro), en Palacio Nacional. Con ellos, el embajador Ronald Johnson.Foto Marco Peláez
Satisfecha con los resultados de su reciente encuentro con el secretario estadunidense de Estado, el halcón Marco Rubio, la presidenta Claudia Sheinbaum destacó el nivel de “entendimiento” en materia de seguridad binacional y subrayó que en la mesa de negociaciones “no estuvo el tema, y quedó muy claro”, de una eventual intervención militar de aquel país en el nuestro. Fue un “buen resultado”, resaltó la mandataria, pero nunca debe olvidarse que Estados Unidos es el alacrán de la fábula de la rana y de ello hay sobradas pruebas históricas (intervencionista, golpista, anexionista, violador del derecho internacional y mucho más). Está en su naturaleza, en su ADN.
Así, creer en la “buena voluntad” de quien ocupe la Casa Blanca puede resultar suicida, por mucho que el nivel de “entendimiento” alcanzado “se basa en la reciprocidad, el respeto a la soberanía, la responsabilidad compartida y la confianza mutua, sin subordinación”, como señaló la presidenta Sheinbaum, quien subrayó que “hay cuatro principios en los que se basa el programa”, siempre con colaboración y coordinación.
El comunicado conjunto resultante del citado encuentro da cuenta de que “los gobiernos de México y Estados Unidos reafirman su cooperación en materia de seguridad, la cual se basa en los principios de reciprocidad, respeto a la soberanía e integridad territorial, responsabilidad compartida y diferenciada, así como en la confianza mutua. El objetivo es trabajar juntos para desmantelar el crimen organizado trasnacional mediante una cooperación reforzada entre nuestras respectivas instituciones de seguridad nacional, cuerpos de seguridad y autoridades judiciales. Además, colaboramos para atender el movimiento ilegal de personas a través de la frontera. Esta cooperación, mediante acciones específicas e inmediatas, fortalecerá la seguridad a lo largo de nuestra frontera compartida, detendrá el tráfico de fentanilo y otras drogas ilícitas y pondrá fin al tráfico de armas”.
Algo más: “los dos gobiernos han establecido un grupo de implementación de alto nivel que se reunirá regularmente para dar seguimiento a los compromisos mutuos y las acciones tomadas dentro de sus propios países, incluyendo medidas para contrarrestar a los cárteles, fortalecer la seguridad fronteriza, eliminar los túneles fronterizos clandestinos, abordar los flujos financieros ilícitos, mejorar la colaboración para prevenir el robo de combustible, incrementar las inspecciones, investigaciones y procesos judiciales para detener el flujo de drogas y armas. Nuestra estrecha coordinación nos ha permitido asegurar la frontera, reducir el tráfico de fentanilo y avanzar en el intercambio de inteligencia, todo dentro de nuestros respectivos marcos legales”.
Entonces, todo bien en el texto, en el comunicado y en la reunión, pero el gobierno mexicano nunca debe olvidar que negocia con un alacrán, y si bien a lo largo de la historia la rana ha ido adquiriendo experiencia, siempre hay que estar a las vivas con este tipo de “amigos bien intencionados” y “buenos vecinos”. Cualquier duda, favor de consultar la historia de la relación bilateral.
Por cierto, en la mañanera de ayer, la presidenta Sheinbaum no perdió la oportunidad de “enviar atentos saludos” al grupo de impresentables que se ha dedicado a promover la intervención militar estadunidense. Dijo la mandataria: “ Alito ayer en Washington, haciendo el ridículo, diciendo ‘es que el gobierno de México está vinculado con los narcos’, y aquí el secretario Rubio felicitándonos por el trabajo que tenemos en torno a la delincuencia organizada y la buena cooperación que hay. Roberto Gil Zuarth (en entrevista a una televisora gringa) diciendo quién sabe qué cosa, pura mentira. Y toda esta cosa de narcopresidente, narcopresidenta, bla, bla… Fíjense lo que hubiera querido la oposición, la derecha, los conservadores, que no hubiera un entendimiento. Estaban así: ‘que le vaya mal a la Presidenta, por favor, que vengan a regañarla, a decirle que la lista de los políticos que están vinculados’, ¿no? Así estaban, a eso se dedican los comentócratas, ¿no?: ‘el gobierno de Estados Unidos tiene acorralada a la Presidenta’, y dicen: ‘no le fue tan bien a la Presidenta’. Los opositores sólo buscan que le vaya mal al país a través de la mentira, la calumnia, pero ayer se les cayó el teatrito. ¡El ridiculazo que hicieron!”
Las rebanadas del pastel
Si de ridículos se trata, ahí está Trump, el alacrán mayor, a quien nadie le cree, por mucho que asegure “tener pruebas” de la narcolancha (que él denomina “barco”) supuestamente destrozada por los gringos en el Caribe, “procedente de Venezuela”.
X: @cafevega cfvmexico_sa@hotmail.com
EU: matonismo internacional
De acuerdo con medios de comunicación estadunidenses, hoy el presidente Donald Trump firmará una orden ejecutiva para renombrar al Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra”, una denominación abandonada en 1947 con el propósito de pasar la página a las sangrientas conflagraciones que marcaron la primera mitad del siglo XX. Una hoja informativa de la Casa Blanca sostiene que “el ejército de Estados Unidos es la fuerza de combate más poderosa y letal del mundo, y el presidente cree que este departamento debería tener un nombre que refleje su poder incomparable”, mientras el propio Trump ha criticado el actual nombre bajo el argumento de que busca ser “políticamente correcto”.
No parece casualidad que este cambio simbólico se produzca durante la misma semana en que Washington ha realizado acciones concretas de proyección de su poderío bélico y reafirmación de sus intenciones imperialistas. El hundimiento de una lancha en aguas del Caribe y la ejecución extrajudicial de sus 11 tripulantes envía un mensaje inequívoco a la comunidad internacional: la Casa Blanca renuncia hasta a la más tenue apariencia de respeto por la legalidad y se arroga el “derecho” –como lo llamó el secretario de Estado, Marco Rubio– a asesinar a quien quiera, donde quiera, cuando quiera y con cualquier pretexto que se le ocurra, sin reparar en su inverosimilitud. Porque inverosímil es que la diminuta embarcación destruida por un misil estadunidense transportara la “cantidad masiva” de drogas de la que habló Trump, o que pudiera recorrer los 2 mil kilómetros de mar abierto que separan Venezuela de la costa más cercana de la superpotencia.
Incluso si pudiera probarse que las víctimas eran narcotraficantes, cosa que no se ha hecho hasta ahora, el ataque violó el principio universal de proporcionalidad de la fuerza, por lo que sólo puede considerarse un asesinato, como denunció el presidente de Colombia, Gustavo Petro. El mandatario andino también tocó un punto nodal al señalar que durante décadas se ha detenido a civiles que trasiegan drogas sin matarlos, y condenó la atrocidad de usar semejante poder de fuego contra quienes no son grandes capos, sino jóvenes de bajos recursos que realizan ese tipo de labores para los cárteles.
Por ello, resulta alarmante que Rubio y el titular del Pentágono, Pete Hegseth, hablen de sus actos de piratería como sucesos normales a los que la región debe acostumbrarse porque “volverán a suceder”. Sea que la fuerza de invasión desplegada en las cercanías de Venezuela tenga la improbable misión de interceptar y eliminar embarcaciones usadas por el crimen organizado o que, como parece cada día más cierto, busque desestabilizar a Caracas, es innegable que supone un peligro para toda la región y una inopinada provocación hacia el gobierno de Nicolás Maduro y sus aliados, de los cuales Moscú ya expresó su tajante rechazo a tan inaceptable comportamiento.
En este contexto, el secretario de Estado anunció ayer una nueva política de restricción de visados para los ciudadanos de América Central que “actúen intencionadamente en nombre del Partido Comunista Chino (PCC)”, pues Washington “está decidido a contrarrestar la influencia corrupta de China en América Central y a detener sus intentos de subvertir el estado de derecho”. Los disparates de Rubio rayan en la comedia, habida cuenta de que el único país que ha corrompido y subvertido el estado de derecho una y otra vez en Centroamérica es Estados Unidos, cuyas agencias de espionaje han llegado a organizar el tráfico de drogas continental para financiar sus operaciones encubiertas.
Con sus palabras y actos el trumpismo deja claro que se encuentra atascado en una mentalidad de la guerra fría y trata por todos los medios de hacer que el orden global retroceda más de 80 años, a una época en que las potencias occidentales mantenían grandes imperios coloniales y arrastraban al mundo a guerras devastadoras a fin de ampliar sus posesiones.